Publicado: marzo 29, 2025, 3:30 am
Acosada en todas partes, vilipendiada en el mundo entero, la democracia es el chivo expiatorio de todos los problemas. De forma declarada o disimulando en todas partes cuecen habas totalitarias, empezando por Trump. Y Europa es uno de los focos que resisten, por ahora, esta oleada de despotismo y tiranía. Salvar Europa es salvar la democracia.
Lo primero sería decir que no hay democracias a medias, no hay gradaciones posibles: estado de derecho, separación de poderes, libertades, elecciones. Como escribió Fernando de Yarza, presidente de Henneo, el 23 de febrero pasado: los principios de Europa «son la democracia liberal, la colaboración y la ayuda mutua, la solidaridad, la voluntad de convivir en paz y el respeto al derecho. Todo eso es lo que hace que seamos lo que somos».
Rusia, China, Corea del Norte, Irán, Nicaragua, Venezuela, Arabia Saudí… los emiratos famosos por la publicidad y los eventos que esponsorizan… todo son dictaduras… a las que habrá que ir añadiendo Turquía. La duda es si Trump conseguirá acabar con la democracia en Estados Unidos, sus embestidas ya dan que temblar: si resistirá las instituciones y la sociedad civil a este huracán que impregna a todo el mundo. Las dictaduras contemplan alborozadas este retroceso: ¡es uno de los nuestros!
Queda Europa, reducto que concita las iras y el desprecio de Trump y sus edecanes, que en el célebre chat de Signal en el que el asesor personal del presidente incluyó a un periodista llaman a los europeos «parásitos y gorrones«. Es una camarilla delirante que puede hacer cualquier cosa por error. El viejo principio de que no hay que buscar maldad cuando se puede deber a estupidez trae mucho peligro.
Europa es muy pequeña y al ser abandonada por USA, se ha reducido a escala cuántica, donde las partículas a ratos son ondas y no se puede saber al mismo tiempo dónde están y a qué velocidad van: es la definición que nos cuadra ante el multicrack de esta época. Estamos en el mundo de ayer, el precario bienestar.
Las democracias son muy castigadas por las dictaduras pero el mayor peligro les viene de dentro –el punch interior– así que están bajo doble intensa presión. Gran parte de sus propios votantes, muy abrasados por la deriva de sucesivos gobiernos y la falta de presente y futuro, optan por romperlo todo y votan al más antisistema. No es creíble que todos estén engañados o que se crean la inundación de demagogia: es una forma de hacer la revolución posible: que pase algo, aunque sea horrible.
Sin embargo, entre la gente normal de los países que no disfrutan de ella la democracia mantiene un prestigio imbatible. Las mujeres de Afganistán y de todos los países árabes y de la zona del machismo de Estado darían la vida –que no vale nada– por vivir en una democracia. Los derechos humanos han sido sustituidos por los derechos corporativos y en la última fase, derechos de tiranos.
La propia debilidad de la democracia es su fortaleza. Erdogan tiene un problema. Cada dictador tiene un problema de legitimidad que le impide dormir. ¿Y si se sublevan? La lista de los dictadores expulsados es larga y siempre está caliente y abierta… esperando al siguiente. Bukele ha montado una democracia carcelaria, un presidio país. Hasta alquila plazas de penal para Trump.
Europa tiene lo mejor, la democracia imperfecta, debilísima ahora, en su peor momento desde el 45. Es el modelo mundial. La brutalidad que rodea a este experimento en marcha obliga a unirse y a actuar. El rearme es un primer paso, que solo será legítimo y apoyado si se avanza en la auténtica unión. Si damos la democracia por perdida, si nos ponemos en esa simulación (se puede hacer un reloj similar al del fin del mundo para la crisis atómica pero con criterios de deterioro de democracia), sabremos qué pasos hay que dar para salvar Europa, cuyo valor es la democracia.
Es el momento. La supervivencia obliga. La defensa de la democracia ante la implosión interior y el acoso exterior exige avanzar en la unión completa de Europa.