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La poesía como resistencia

Publicado: diciembre 26, 2025, 10:30 am

«No soy ese frágil sauce que se estremece a la mínima brisa. Soy una mujer afgana, y justo es que no ceje en mi lamento». Estos versos pertenecen a Nadia Anjuman, poeta afgana asesinada en noviembre de 2005 como consecuencia de la violencia doméstica. Tenía solo 25 años. Su muerte conmocionó al mundo cultural afgano, pero con el paso del tiempo su nombre quedó relegado al margen, como ocurre con tantas mujeres cuyas voces son silenciadas dos veces: primero en vida y luego en la memoria colectiva.

Nadia Anjuman fue una de las muchas mujeres afganas que sufrieron violencia dentro del hogar. Durante años expresó su dolor, su frustración y su deseo de libertad a través de la poesía. Escribía porque no podía hablar libremente. Escribía porque la palabra era el único espacio que no podían arrebatarle.

Durante el primer régimen talibán (1996–2001), Nadia fue privada del derecho a la educación formal. Como millones de niñas afganas hoy, tuvo que abandonar la escuela. Sin embargo, se negó a renunciar al aprendizaje. Asistió a clases clandestinas organizadas por mujeres, donde la poesía se convirtió en una forma de resistencia silenciosa. Tras la caída del régimen talibán en 2001, logró completar sus estudios en la Universidad de Herat y comenzó a ser reconocida como una de las voces poéticas más prometedoras de su generación.

Pero el talento no protegió su vida. En 2005, murió a causa de la violencia ejercida por su esposo. Su historia refleja una realidad estructural: incluso fuera del control directo de los talibanes, muchas mujeres afganas siguen atrapadas en sistemas que normalizan la violencia y castigan la autonomía femenina.

20 años después, lejos de Afganistán, conocí a Rocío Morriones Alonso durante la proyección de la película la canción de Sima. Aquel encuentro fue determinante. Cuando habló de su trabajo de traducción de los poemas de Nadia Anjuman al español, comprendí que no se trataba solo de literatura. Traducir estos poemas es rescatar una voz que se intentó borrar y situarla en un espacio donde puede ser escuchada sin miedo.

Hoy, Afganistán vive nuevamente bajo el control talibán. Desde 2021, las mujeres han sido excluidas sistemáticamente de la educación secundaria y universitaria, del trabajo, de la vida pública y cultural. Los libros escritos por mujeres han sido prohibidos. La literatura femenina ha sido eliminada de bibliotecas, librerías y programas educativos. Escribir, leer o publicar siendo mujer se ha convertido otra vez en un acto de riesgo.

En este contexto, los proyectos culturales que se desarrollan fuera de Afganistán adquieren una relevancia política y ética fundamental. El trabajo de Rocío Morriones Alonso no es una iniciativa aislada, sino una respuesta concreta al intento de borrar a las mujeres afganas de la historia. La traducción de la poesía de Nadia Anjuman al español rompe el aislamiento impuesto por el régimen talibán y permite que su experiencia llegue a nuevos lectores.

Fui invitada a la presentación del libro en la librería Balqis, en Madrid. El acto fue mucho más que una presentación literaria. Fue un ejercicio de memoria colectiva y de solidaridad cultural. Junto a Rocío, Parvin y Farjanda leyeron, a petición del público, poemas de Nadia Anjuman en persa-dari. Durante unas horas, una biblioteca madrileña se transformó en un espacio donde la voz de una mujer afgana volvió a existir públicamente.

El significado del evento iba más allá de la poesía. En un momento en que los talibanes intentan eliminar a las mujeres del espacio público, escuchar a Nadia Anjuman en una biblioteca europea fue un recordatorio de que la censura no es absoluta y de que la cultura puede cruzar fronteras incluso cuando las personas no pueden hacerlo.

Este libro es la primera obra poética de Nadia Anjuman traducida al español. Su publicación tiene un valor simbólico y político evidente: demuestra que, aunque se intente silenciar a las mujeres afganas, sus palabras siguen encontrando caminos. Traducir no es solo trasladar palabras de una lengua a otra; es trasladar una historia, una herida y una resistencia.

Para las mujeres afganas en el exilio, este tipo de iniciativas representan algo más que reconocimiento cultural. Son una forma de supervivencia emocional y política. Necesitamos que el mundo nos escuche, no solo como víctimas de un régimen opresivo, sino como mujeres que han creado pensamiento, literatura y memoria incluso en las condiciones más adversas.

Nadia Anjuman fue asesinada, pero su poesía sigue viva. Los talibanes intentan borrar a las mujeres afganas del presente y del futuro, pero no pueden borrar lo que ya ha sido escrito. Cada poema traducido, cada lectura pública, cada libro publicado es una grieta en el muro del silencio.

La historia de Nadia Anjuman nos recuerda que la poesía puede ser una forma de resistencia y que escuchar también es un acto político. En tiempos de censura y exclusión, dar espacio a estas voces no es un gesto simbólico, sino una responsabilidad colectiva.

Las mujeres afganas no somos sauces débiles. Seguimos en pie. Seguimos hablando.

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