Publicado: mayo 22, 2025, 1:00 am
Además de la intervención para resolver fallas de mercado, el Estado tiene también una función redistributiva. La mayoría de la gente pensamos que, si no se sacrifica eficiencia, una asignación de recursos más equitativa es mejor que una no equitativa. Probablemente sea así porque la mayoría de las personas obtiene un beneficio decreciente al usar la mayoría de los bienes y servicios: en una comida el primer filete nos gusta mucho más que el segundo y probablemente ni siquiera lleguemos al tercero o cuarto.
Cuando el Estado interviene para redistribuir el ingreso, puede hacerlo de diferentes formas: impuestos, subsidios al consumo, transferencias a través de programas sociales, exenciones fiscales, gastos en salud o educación pública.
La intervención para corregir la desigualdad en muchos casos es completamente deseable. Vivimos en una sociedad en la que muchas personas a pesar de trabajar y esforzarse no logran mejorar su calidad de vida. Pensemos un caso extremo: una mujer de escasos recursos que vive en la calle y que está embarazada probablemente dé a luz a una persona que difícilmente tendrá las condiciones propicias para salir adelante: malnutrición, poca o nula enseñanza formal, falta de empatía en la crianza, entre otras. Si bien todos podemos conocer un caso de éxito en el que una persona salió adelante a pesar de enfrentar las condiciones más adversas, estos casos son la excepción y no la regla.
Si el Estado no interviene para corregir las desigualdades, la mayoría de las personas que están en desventaja lo estarán por siempre. Los economistas le llaman a esto “la trampa intergeneracional de la pobreza”: si naciste pobre, lo más probable es que siempre lo seas.
La labor del Estado mexicano para combatir la desigualdad nunca ha sido la idónea, pero los datos muestran que en los últimos veinticinco años la desigualdad decrece después de las transferencias estatales y programas sociales. Aunque parezca un sinsentido, hay países en los que la intervención del Estado para corregir la desigualdad, solo la acrecienta o acrecienta la pobreza. Ejemplos latinoamericanos son Bolivia y Guatemala según el Banco Mundial (2017).
La mayoría de las fuentes (oficiales y de organismos académicos y multilaterales) y cálculos coinciden en que en las últimas décadas la desigualdad en México ha decrecido, sin embargo, nos seguimos encontrando entre los países con una alta desigualdad del ingreso.
La mejor forma de corregir la desigualdad es a través de las transferencias y programas sociales, principalmente aquellos enfocados a los grupos sociales menos favorecidos. De hecho esta vía ha probado ser más efectiva que los impuestos y subsidios.
El filósofo estadounidense John Rawls se preguntaba qué país elegiría para vivir un ciudadano al venir al mundo si ignorara en qué clase social va a vivir. Probablemente no elegiría países en los que no exista “movilidad social”, es decir facilidad de cambiar de clase social. Si puedes elegir, eliges una sociedad en la que, si eres desafortunado, tienes chance de mejorar tu calidad de vida si te esfuerzas.
Lamentablemente en México la movilidad social es todavía muy reducida. Según el Centro de Estudios Espinosa Yglesias, 49 de cada 100 personas que nacen en los hogares del grupo más bajo de la escalera social, se quedan ahí toda su vida. Y aunque la otra mitad logra ascender, 25 de ellos no logran superar la línea de pobreza de México.
Los datos muestran que en los últimas tres décadas las administraciones han hecho avances en corregir la desigualdad del ingreso, sin embargo es un problema tan complejo y arraigado en nuestro país que falta mucho aún por hacer.