Publicado: abril 19, 2025, 4:30 am
Se podría decir que sus caminos estaban predestinados. O que el tiempo les ha dado la razón a los amantes. Pero no al rey Carlos III de Inglaterra y a su esposa, la reina consorte Camila, sino a sus antepasados. Aquellos que también estuvieron enamorados y que fue gracias a sus propios descendientes por otros lances de la vida que finalmente consiguieron estar juntos y a llegar a ser soberanos de Reino Unido, a pesar de que su boda, de la que ahora se ha celebrado el 20º aniversario, fuese por lo civil y sin demasiada pomposidad ni publicidad por lo que significaba en aquel momento.
¿Y quiénes eran dichos antepasados de la familia real británica? Pues para entenderlo hacen falta una frase y una joya. La sentencia fue, en realidad, una pregunta, y es la que, según cuenta la leyenda, le formuló Camila al entonces príncipe de Gales el día en que se conocieron: «¿Sabe usted que mi bisabuela fue la amante de su tatarabuelo?». Y a partir de ahí, la historia de amor que todos conocemos y de la que un objeto en particular ha sido testigo: una pitillera. Una, además, que por fin regresa ahora a su hogar.
Porque aquella relación es vertebral a la hora de entender The Edwadians: Age of Elegance, el título de una nueva exposición que se puede ver desde el pasado fin de semana y hasta el 23 de noviembre de este año en el Palacio de Buckingham y que «explora la opulencia y el glamour de la época eduardiana a través de las vidas y los gustos de dos de las parejas reales más elegantes de Gran Bretaña: el rey Eduardo VII y la reina Alejandra, y el rey Jorge V y la reina María».
Se trata, por tanto, de un recorrido desde 1863 —año de la boda de Eduardo y Alejandra— hasta la Primera Guerra Mundial, en la que se repasan sus vidas familiares, círculos sociales y eventos reales a través de sus joyas, vestidos y accesorios, con más de 300 objetos de la Colección Real —casi la mitad de ellos, expuestos al público por primera vez—, que incluyen obras de sobresalientes artistas y pintores de la época como Rosa Bonheur, Lawrence Alma Tadema, Frederic Leighton, John Singer Sargent, Edward Burne-Jones y William Morris.
Entre dichas piezas se encuentra el lujoso estuche para cigarrillos, el cual fue creado en Moscú siguiendo el estilo Art Nouveau por la famosa firma de joyeros Fabergé. Con un esmalte azul intenso guilloché moiré, toda la pitillera está rodeada por una serpiente de oro (verde pálido y rojo) que se muerde la cola —símbolo del amor eterno—, si bien las escamas de su piel están formadas por diamantes rosas y el borde está revestido con monturas de oro liso, tal y como explican desde la Colección Real.
Además, también dan una explicación de la curiosa historia de esta pitillera, pues la idea de una pasión eviterna e inmune al paso del tiempo es la que quiso darle a entender, cuando se la regaló en 1908, el rey Eduardo VII su amante preferida, Alice Keppel. Es decir, el tatarabuelo de Carlos III y la bisabuela de la reina Camila, en una historia de amor con infidelidades de por medio que quizá tenga algo de comparativa con la que vivieron los actuales monarcas por vivir su amor mientras él seguía casado con Lady Di y ella con el oficial del Ejército Británico Andrew Parker Bowles.
La historia de Eduardo VII y Alice Keppel, más conocida como la señora de George Keppel, no fue, empero, mucho más larga, dado que el rey fallecería un par de años después de aquel regalo, en 1910. Su viuda, la reina Alejandra, sin embargo, le agradeció a Keppel haber sido una amante tan discreta dándole la pitillera, y ella, a su vez, volvió a donársela a la colección real de los Windsor dándosela, un cuarto de siglo después, a la reina María, consorte de Jorge V, sucesor de su amado Eduardo.
Y es que la historia de amor del rey su amante comenzó en una fiesta de 1898, con el monarca doblando la edad de la aristócrata: ella tenía 28 años y Eduardo, que todavía era solo príncipe de Gales —otra coincidencia más con Carlos III—, ya había cumplido los 56. Ambos casados, comenzaron su idilio sin ocultarlo, siendo vox populi, si bien contaba con la aprobación de ambos cónyuges.
A George Keppel, séptimo conde de Edmonstone, le venía bien porque escalaba él y su familia socialmente, e incluso se llegó a decir que abandonaba sin rechistar su domicilio de Londres cuando le avisaban de que Eduardo haría una visita. Por su parte, la reina Alejandra prefería a Alice Keppel a otras amantes de su marido por su sensatez y su reserva a la hora de ir pregonándolo, haciendo de su discreción su mayor valía, por lo que la soberana la estimaba y tenía en muy buena consideración, por delante de otras de sus amantes.
De hecho, es muy comentada la leyenda sobre la frase que dijo Alice Keppel, muchos años después, al enterarse en una cena del escándalo de Eduardo VIII, que abdicó para poder casarse con Wallis Simpson: «En mi época las cosas se hacían mucho mejor. Falleció en Italia, apenas unos meses después de que naciese su bisnieta Camila, en 1947, sin jamás llegar a conocerla (pero, sin duda, siendo indispensable en su vida, porque aquella primera frase fue el comienzo, o el recomienzo, de su historia de amor).