Publicado: marzo 18, 2025, 1:00 am
LONDRES – Nadie ignora que la inteligencia artificial es una tecnología muy poderosa, con inmensas implicaciones económicas. Los precios de las acciones estadounidenses no reflejan solamente confianza en las perspectivas de las empresas tecnológicas, sino también una creencia en que la IA será motor de una bonanza más amplia. El gobierno británico está obsesionado con el crecimiento y considera alta prioridad el desarrollo de la IA; y todos los asistentes al Foro Económico Mundial de Davos en enero querían oír a los líderes mundiales de la IA.
Ya hemos estado aquí. En los años sesenta, las computadoras eran equipos que, por su tamaño y costo, solo estaban al alcance de grandes empresas u organismos públicos. Pero la preocupación por la “automatización” era tan grande que el presidente de los Estados Unidos, Lyndon Johnson, encargó una investigación sobre el peligro de que las tecnologías informáticas pudieran “eliminar la mayoría de los puestos de trabajo”. No fue lo que sucedió. Llegados los setenta, no había indicios de un gran aumento de la productividad, y los temores al desempleo tecnológico masivo remitieron.
Luego, en los ochenta, el uso de computadoras personales y empresariales se disparó; pero en 1990, como observó el economista Robert Solow, la tecnología de la información (TI) estaba “en todas partes menos en las estadísticas de productividad”. Cuando los teléfonos móviles, internet y la creciente capacidad del hardware y del software prometieron una nueva revolución de la productividad basada en la conectividad, todos en el Foro Económico Mundial de 2000 querían oír a los líderes de las “tecnologías de la información y las comunicaciones” (TIC). John Chambers, director ejecutivo de Cisco, predijo que las TIC permitirían a la economía estadounidense crecer un 5% anual en el futuro cercano, y que “internet constituirá la mitad del producto interior bruto en 2010”.
Luego vinieron el “big data”, la “economía digital”, el “aprendizaje automático” y ahora la inteligencia artificial. Hasta ahora, nada de eso ha tenido un impacto medible en las tasas de crecimiento a mediano plazo. Se podrá decir que la IA generativa, con su capacidad para aprender sola, no es una mera etapa más del desarrollo tecnológico. Pero subsisten dos razones por las que también es posible que no aparezca en los datos de crecimiento.
En primer lugar, una parte importante (e incluso creciente) de la actividad económica implica un juego de suma cero en pos de obtener ventajas competitivas, que no tiene ningún impacto positivo ni en los indicadores de crecimiento ni en el bienestar humano. Con herramientas de búsqueda básica en internet (a las que ahora se suman sofisticados modelos lingüísticos de gran tamaño), los abogados tienen cada vez más capacidad de analizar todos los precedentes posibles antes de presentar un caso. Pero si el bufete contrario puede hacer lo mismo, el resultado es una carrera armamentística en la que ninguna de las partes tiene una ventaja duradera.
Los expertos llevan al menos dos décadas advirtiendo que, tras la pérdida constante de empleos en el sector fabril, lo próximo en ser automatizado serían servicios profesionales como la abogacía. Pero los niveles de empleo y remuneración en el campo del derecho comercial no paran de crecer.
Asimismo, los departamentos de marketing pueden usar la IA para aumentar la selectividad y eficacia de sus mensajes e influir mejor en la elección de los consumidores. Pero si sus competidores están haciendo lo mismo, ni los consumidores finales ni el PIB resultan beneficiados.
Más bien, lo que es casi seguro es que la IA generará enormes beneficios al bienestar humano en forma casi gratuita. En 2017, el difunto Martin Feldstein observó este fenómeno en acción en los tres decenios anteriores, en los que hubo un notable avance de la TI y de las TIC. Para entonces, los teléfonos inteligentes eran varios miles de veces superiores en capacidad de procesamiento y memoria a las computadoras más grandes de los años sesenta; y eso abrió un enorme campo a las comunicaciones, el almacenamiento de datos, la publicación de videos e imágenes, etcétera. Pero la participación del sector de las telecomunicaciones en el PIB apenas había cambiado, lo que llevó a Feldstein a concluir que “los bajos cálculos de crecimiento no reflejan las notables innovaciones en todos los ámbitos (de la atención médica a los servicios de internet y el videoentretenimiento) que han mejorado la vida durante estos años”.
Asimismo, la base de datos de estructuras proteicas AlphaFold de Google DeepMind (que predice la estructura de una proteína a partir de su secuencia de aminoácidos) acelerará el descubrimiento de fármacos y reducirá en forma drástica el costo de la investigación. Pero una vez que los medicamentos dejen de estar patentados, sus precios caerán hasta el costo marginal de producción y su contribución a los indicadores del PIB se desplomará.
Si en 2070 una aceleración de la adquisición de conocimientos posibilitada por la IA nos ha brindado un medicamento milagroso que ofrece a todas las personas una vida de cien años con salud perfecta, producido en fábricas totalmente automatizadas impulsadas por fusión nuclear barata, no tendrá casi ninguna incidencia en el PIB mundial. Cuanto más poderosa es una tecnología, más rápido desaparece de los indicadores del PIB.
Al mismo tiempo, la IA tendrá un enorme potencial para empeorar daños al bienestar humano ya producidos por las generaciones de TIC anteriores. La capacidad de creación de “deepfakes” ya está causando una explosión de ciberestafas, y los algoritmos de IA de las redes sociales profundizan la polarización política y es probable que estén contribuyendo a una epidemia de enfermedades mentales entre los jóvenes, de la que da cuenta el psicólogo social Jonathan Haidt. Pero los indicadores del PIB no reflejan ninguno de estos aspectos negativos.
Para bien o para mal (o como mera herramienta de una competencia de suma cero cada vez más intensa), la IA tendrá en la sociedad un impacto omnipresente y acaso transformador. Pero es probable que la esperanza de que genere un aumento sostenido de los indicadores de productividad y del PIB sea ilusoria.
El autor
Adair Turner, presidente de la Energy Transitions Commission, presidió la Autoridad de Servicios Financieros del Reino Unido entre 2008 y 2012. Es autor de numerosos libros, entre ellos Between Debt and the Devil: Money, Credit, and Fixing Global Finance (Princeton University Press, 2016).
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