Publicado: agosto 13, 2025, 12:30 am
Una tienda de lujo en la milla de oro de Madrid, un cambio de horario, una compra de última hora… y el amor que se coló.
Este podría ser el resumen de cómo comenzó la historia de amor de la que hoy se habla, con campanas de boda de fondo: la de Ronaldo (40 años), entonces jugador estelar del Madrid, y Georgina Rodríguez (31), dependienta de Gucci y completamente anónima, aunque poco le duraría ese perfil.
Fue hace diez años. Ella, nacida en Argentina, había viajado de Jaca (Huesca), donde pasó su infancia, a Madrid. Le gustaba la danza y trabajaba de dependienta en uno de los establecimientos de la calle más cara de Madrid a donde llegaba desde su piso alquilado en bus.
El solía comprar allí. Entró con su único hijo, Cristiano Jr, a por un cinturón el día en que ella debía de haberse ido ya, pero sustituía a una compañera y el encuentro fue inevitable. Así lo contó ella en su docu reality Soy Georgina.
A partir de allí, invitaciones a cenas (muy sanas, porque Ronaldo se cuida muchísimo para tener el gran físico que tiene), encuentros en galas, cambio del autobús a un deportivo de lujo que la recogía en la puerta al terminar su horario… La cenicienta se convertía en reina.
Las revistas empezaron a comentar que Ronaldo (que había mantenido una relación pública con la súper top Irina Shayk) estaba de nuevo enamorado. De unas primeras fotos donde ella aparecía de manera borrosa, con gorras que le cubrían la cara, Georgina, a la que él llama Gio, pasaría a ser la influencer a la que prestan diamantes y vestidos de alta costura (aunque se los podría pagar) para las alfombras rojas, que se cambia de bolso cuando va al colegio a recoger a sus hijos o al súper, y que viaja en jet privado. Pero para llegar a esto, tendrían que pasar algunos años.
Ese tiempo incluye los mellizos que él tuvo por gestación subrogada, y que casi se solaparon con la primera hija biológica de la pareja, Alana, nacida cinco meses después de sus hermanos. Para entonces, hace ocho años, Ronaldo aún jugaba en el Madrid, club que tras nueve años, dejaría uno después.
Así empezaría un periplo por países de la ya familia numerosa, mientras la fama de Gio comenzaba a extenderse, al margen de la popularidad de su novio. La tímida dependienta se hacía con las redes sociales y con selectas invitaciones a muchas fiestas, a portadas de revistas de moda y, con el tiempo, a ser protagonista absoluta de un docu reality en Netflix que ya dispone de tres temporadas.
Tres años después de su primera maternidad, Gio, ya viviendo en Arabia por los compromisos deportivos de su novio, volvió a ser madre. Fue un momento muy doloroso para la pareja porque de los mellizos que esperaban, solo nació la niña finalmente, llamada Bella Esmeralda.
La pareja (en particular ella) utiliza las redes como su segunda casa. En ellas se puede ver que Gio pasa mucho tiempo con sus hijos, en particular con los más pequeños.
Hay detalles de sus lujosos viajes, de estancias hoteleras de ensoñación, de sus miles de looks, que cambia en un pestañear, del avión privado que los lleva de la nieve a las playas caribeñas en un suspiro…
Ronaldo, cuya familia vive en Portugal (su madre, hermanos y sobrinos), se muestra como un hombre muy apegado a su núcleo, que ha delegado en Gio el control de sus casas, de sus vacaciones, de la educación de los niños y de su vida doméstica, mientras él se dedica a seguir marcando goles y a numerosos negocios sin perder de vista la felicidad que le proporciona estar en su casa, con los suyos.
Georgina perdió a su padre hace poco y está muy unida a su madre, que vive en Murcia, y su hermana, Ivana, que reside en Asturias con el padre de sus hijas, el artista Carlos Martínez.
Él apenas ha hecho declaraciones sobre Gio, algunas en su docu reality, pero la considera «el gran amor de mi vida». Junto a ella y sus hijos, Cristiano, Eva, Mateo, Alana y Bella, ha construido una gran familia, que ahora verá consagrado su amor casi, casi, casual.