Publicado: diciembre 17, 2025, 1:00 pm
Cada fin de año, y comienzo del nuevo, se repiten los mismos patrones con propósitos que carecen de una base sólida, de unos cimientos emocionales asentados, y que se desvanecen con el ritmo de vida diario. Comer mejor, ir más al gimnasio, abandonar esos hábitos que sabemos que no nos hacen bien pero que nos cuesta desdeñar… son intenciones que no suelen llegar a buen puerto porque les falta un propósito sólido detrás.
Entrevistamos a la psicóloga y terapeuta holística Aguamarina antes de que publique su libro ‘Terapia de gratitud: 52 semanas para elevar tu vida’ (previsto para el 22 de enero) con la intención de conocer cuáles son esas premisas que nos van a ayudar a cumplir los objetivos «de una vida más consciente y luminosa, fortaleciendo la autoestima» y consiguiendo las herramientas para mantener los propósitos más allá de las primeras semanas del año.
«La gratitud es un superpoder que transforma tu vida sin que te des cuenta»
La autora del libro, que propone desde la psicología positiva y la sabiduría ancestral un recorrido de un año completo por nuestro interior, con ejercicios, reflexiones y prácticas sencillas que entrenen la gratitud que ella considera clave para el bienestar general, nos invitar a dar las gracias como forma de vida.
«En la antigua Roma, Cicerón decía ‘la gratitud no es solo la mayor de las virtudes, sino la madre de todas las demás’. Y sí, más de dos mil años después la ciencia moderna lo confirma con datos: practicar gratitud es una poderosa herramienta de autorregulación emocional que tiene efectos profundos en la autoestima, las relaciones y el bienestar integral«, comienza exponiendo la experta.
Más allá de las frases inspiradoras o las listas de agradecimientos, «la gratitud auténtica es mucho más que un pensamiento positivo. La gratitud es un estado interno, un proceso neurocognitivo y emocional que reorganiza la forma en que percibimos la realidad. Se trata de una práctica de presencia, una manera de enfocar la atención en lo que ya está presente y nos sostiene, en lugar de dirigirla, por defecto, a lo que falta o a lo que amenaza».
«Reconocer el valor de lo que tenemos, incluso en contextos imperfectos»
La palabra gratitud proviene del latín gratia, que significa gracia, favor o regalo. «Y eso es, en el fondo: una disposición interna que reconoce el valor de lo que se tiene, incluso en contextos imperfectos. Es un cambio de enfoque que transforma la narrativa interna y reduce el sesgo negativo natural de la mente humana —esa tendencia ancestral a fijarse antes en lo que duele, falta o amenaza, que en lo que está bien o aporta seguridad—».
Aguamarina nos propone una reflexión, como primer ejercicio para entrenar el agradecimiento. «Imagina que caminas por un campo florido, lleno de colores, sonidos armoniosos y vida. En medio de ese paisaje, hay también algunas latas oxidadas y restos de basura. Si preguntáramos a un grupo de personas qué recuerdan al final del paseo, muchas se quedarían con la imagen de las latas. No porque sean más importantes, sino porque el cerebro humano está diseñado para detectar lo anómalo, lo que puede implicar peligro«.
Y añade: «Este mecanismo ha sido útil para la supervivencia, pero limita nuestra percepción del bienestar en la vida cotidiana. La gratitud, practicada de forma consciente, funciona como un cambio de lente: no niega la existencia de lo difícil, pero amplía la mirada para incluir también lo luminoso, lo nutritivo y lo valioso. Ese giro en la percepción tiene un impacto real a nivel cognitivo, emocional y corporal».
¿Qué cambia cuando entrenamos la gratitud?
Los estudios en psicología positiva, neurociencia y psicofisiología coinciden en que cultivar la gratitud tiene efectos mensurables sobre el bienestar. Algunos de los más relevantes son que «mejora la autoestima (porque nos ayuda a reconocer nuestras fortalezas, logros y recursos internos); y que es capaz de fortalecer las relaciones, al activar la empatía, reducir los juicios y mejorar la conexión emocional».
Pero es que ser agradecidos, según la experta, «reduce el estrés, al activar mecanismos de autorregulación en el sistema nervioso autónomo, como la coherencia cardíaca. También favorece la resiliencia, ampliando la perspectiva en momentos difíciles, lo que genera mayor estabilidad interna; aumenta la percepción de recursos y oportunidades (al disminuir el foco en la carencia y abrirlo hacia lo posible); y activa la creatividad, ampliando el mapa interno desde el cual tomamos decisiones».
La gratitud versus la capacidad de tolerar la frustración
Aunque los mensajes favorables al agradecimiento, y todo lo que podemos conseguir a partir de él son claros, la terapeuta advierte que no siempre es fácil sentir esa gratitud. «Muchas personas confiesan que, aunque lo intentan, no logran conectar con esa sensación. Y esto tiene una base real, la gratitud está íntimamente relacionada con la capacidad de tolerar la frustración«.
Cuando alguien ha crecido con necesidades emocionales no satisfechas, entornos hostiles o vivencias de carencia, «su sistema nervioso aprende a vivir en estado de alerta. Desde ese lugar, detenerse, apreciar y registrar lo bueno se vuelve difícil, incluso amenazante».
Además, vivimos en una cultura que premia la productividad constante, fomenta la comparación y refuerza la idea de que nunca es suficiente. «Esto alimenta una sensación de escasez crónica que obstaculiza el reconocimiento de lo que ya está. La buena noticia es que la gratitud, como cualquier capacidad humana, puede entrenarse. Y cuanto más se practica, más se fortalece», dice Aguamarina.
Prácticas simples y efectivas para empezar a entrenar la gratitud
No se necesita una gran inversión de tiempo ni recursos para activar la gratitud. «Propongo ejercicios sencillos, validados por distintas corrientes terapéuticas, que pueden marcar la diferencia si se practican con constancia. El primero, crear un diario de gratitud: Antes de dormir, escribe durante cinco minutos cosas que aprecias del día. Cuanto más específico sea lo que se escribes, mayor impacto tendrá; la especificidad amplía la consciencia».
Cada vez que algo agradable suceda, «detente un momento —aunque sea unos segundos— y di ‘gracias’, en voz baja o en silencio. Este pequeño gesto impacta directamente en tu fisiología. Elige a una persona cercana y exprésale algo positivo que hayas notado en ella. Se trata de un acto simple que transforma la energía entre ambas y fortalece los vínculos».
Saborear cada instante también es un ejercicio positivo que va a enfocarnos en la gratitud y todos los beneficios que se consiguen con ella. En palabras de la experta, «cuando vivas algo bueno, haz una pausa de cinco segundos y permite que tu cuerpo lo registre. Esa pausa entrena al cerebro a registrar lo que nutre».
«La gratitud no significa negar el dolor»
Para finalizar con sus claves, Aguamarina habla de lo que no es la gratitud, para evitar malentendidos y prácticas superficiales. «La gratitud no es negar el dolor, no exige que todo esté bien, sino que permite reconocer lo que hay de valioso incluso en medio de lo difícil. Por ejemplo, durante un duelo, puedes agradecer el amor vivido, los momentos compartidos o incluso tu propia capacidad de sostenerte… sin por ello tener que reprimir la tristeza».
La gratitud tampoco consiste en proyectarse al futuro. «Decir ‘gracias porque seguro todo saldrá bien’ no es gratitud, es expectativa. La gratitud trabaja con lo que hay, aquí y ahora. Y tampoco es conformismo; no consiste en resignarse, sino en reconocer lo que nutre y fortalece, incluso mientras se trabaja por el cambio».
A modo de conclusión de su propuesta, la terapeuta asegura que «la gratitud es mucho más que un valor o una emoción, es una forma de inteligencia emocional que podemos cultivar activamente; es una manera de relacionarnos con la vida desde la presencia, la perspectiva y la apreciación. En tiempos de incertidumbre, se vuelve una brújula interna poderosa para volver al centro».
