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La DANA de Valencia reaviva el recuerdo de la tragedia de Vargas en Venezuela: "Estábamos acorralados sin saberlo"

Publicado: diciembre 15, 2024, 4:20 am

A 25 años de la tragedia de Vargas -estado ubicado al norte de Venezuela– Lisbeth y Enrique reciben a 20minutos en su piso de Vallecas para relatar lo que vivieron aquel 15 de diciembre de 1999, unos recuerdos que su mente no quiere ni puede olvidar. Con los ladridos de Jack de fondo -un cocker spaniel que los acompaña desde Caracas– la pareja enseña a esta servidora imágenes de la destrucción en su comunidad tras las riadas y desprendimientos que dejaron una cifra indeterminada de muertos que podría llegar a los 30.000, según las estimaciones de la ONU. Y es que un cuarto de siglo después todavía no hay datos oficiales de uno de los mayores desastres naturales de la historia reciente del país. «Estábamos acorralados sin saberlo», explica Lisbeth.

A pesar de los años el recuerdo de lo vivido sigue presente en su memoria y en su hogar, donde conservan los únicos dos objetos que lograron salvar del desastre: dos cuadros de Caracas que eran del padre de Lisbeth. Pero en las últimas semanas han pensado mucho más en aquella catástrofe debido las inundaciones provocadas por la DANA en Valencia. «Lo que pasó en Valencia no se pudo haber evitado, pero sí se podía minimizar el efecto sobre las personas, que quedaron totalmente desatendidas«, opina Enrique. «Nosotros ya lo vivimos y sabemos el largo camino que les espera a los valencianos para reponerse por completo».

Aquel miércoles 15 no era un día cualquiera en Venezuela. Las lluvias torrenciales llevaban diez días azotando el norte del país y las montañas que se elevan sobre la costa pronto comenzarían a ceder. Pero el tiempo no parecía ser la prioridad de las autoridades. Ese día los venezolanos también estaban llamados a las urnas para votar por la nueva Constitución propuesta por el expresidente Hugo Chávez. A pesar de las lluvias la votación se llevó a cabo e incluso se prorrogó dos horas la jornada electoral. Chávez salió triunfante, pero la alegría de su victoria le duró muy poco porque los ríos y montañas no aguantarían mucho más tras el cierre de los colegios electorales.

El día antes del referéndum los periodistas le habían preguntado al mandatario si las lluvias podrían afectar la votación. «Si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca», respondió citando a Simón Bolívar. Pero la naturaleza no le obedeció y se ensañó aún más en las siguientes horas con Vargas, donde las avalanchas de agua, barro, árboles y rocas de hasta 10 metros de diámetro sepultaron poblaciones enteras. Días más tarde, El País reveló que Chávez había desatendido un aviso de Protección Civil para declarar la emergencia nacional, que terminó decretándose dos días después.

Ninguna autoridad le avisó a Lisbeth y Enrique que debían evacuar su casa, construida en un abanico aluvial. Es decir, en una zona propensa a inundaciones repentinas. Salieron de su hogar junto a sus dos hijos -que en ese entonces tenían 10 y 4 años- por sentido común: su vivienda estaba más cerca del río que la de la tía abuela de Lisbeth y decidieron irse para allá. En la zona donde vivían esa masa de agua solía tener unos pocos centímetros de profundidad, pero ese día el río ya tenía mucho antes de la catástrofe unos dos metros de altura, recuerda Enrique.

La situación se complicó a altas horas de la noche del miércoles, cuando el sonido del río comenzó a intensificarse. «Oímos un rugido, después un golpe y se fue la luz», expresa Lisbeth. «De repente comenzamos a ver árboles enteros arrasados por la corriente y detrás de estos venían rocas que se habían desprendido de la montaña. Las piedras rodaban por la ladera y se estrellaban contra las viviendas como en un juego de bowling«, continúa su esposo. «El agua se llevó a las personas que solo habían podido subirse al techo de sus coches y las calles se levantaron».

Ninguno de los dos se quedó de brazos cruzados y comenzaron a ayudar a las personas que se llevaba la corriente y a refugiar a los vecinos en su casa. Horas más tarde había unas 50 personas dentro de la vivienda, de los cuales diez eran familiares. «Enrique logró salvar a un padre junto con su hijo, pero no pudo hacer nada por la madre y se la llevó la corriente. La situación era desesperante», expresa Lisbeth. A la mañana siguiente se subieron a la azotea de un edificio cercano porque la llegada de nuevas «olas» era inminente y no sabían si la casa resistiría. Efectivamente, se produjeron dos avalanchas más.

La odisea para evacuar la zona afectada

Poco a poco los cielos comenzaron a llenarse de helicópteros, pero no había un espacio para que aterrizaran. «Tuvimos que mover maleza, troncos, piedras y simular un helipuerto«, cuenta Enrique. La orden de las autoridades era evacuar a los niños, ancianos y mujeres primero y así lo hicieron. Un helicóptero enviado por la compañía Telcel logró aterrizar y en él se subieron Lisbeth y sus hijos. Esa noche los refugiaron en un edificio custodiado por militares y uno de ellos se le acercó a ella para decirle que comenzarían a evacuar solo a los niños. «Yo me negué. Si nos teníamos que morir, nos íbamos a morir todos juntos«, sostiene.

Su mayor temor era no volver a ver a sus niños y sus miedos no eran infundados. Según recoge la prensa local, a 119 niños que estaban en la lista de rescatados se les perdió el rastro y sus padres no volvieron a saber de ellos nunca más. Además, días más tarde se llevarían a cabo las primeras desapariciones forzosas bajo el mandato de Chávez. Pero la situación no mejoraba, ya que empezaban a producirse los primeros saqueos y ocupaciones de viviendas, o de lo que quedaba de ellas. Ese día los trasladaron a una casa, donde pasaron una noche terrible en la oscuridad total. «Oíamos tiros toda la noche. Teníamos terror de que vinieran y nos hicieran daño».

Al día siguiente se reencontraron y fueron evacuados en un helicóptero enviado por el banco Santander, que la empresa desplegó para ayudar a sus empleados (Enrique era uno de ellos). A partir de ese momento se propusieron empezar de cero. «Uno no puede quedarse encasillado en lo que le pasó, en lo que perdió. Hay que salir adelante, trabajar, seguir con la rutina», indica Lisbeth. Sin embargo, reconoce que esto es una tarea muchísimo más complicada para los que perdieron a sus seres queridos. «El río se llevó la casa de mi vecina junto con sus hijas, sus padres y su hermana. Ella se salvó, pero jamás aceptó la muerte de sus hijas, para ella seguían vivas«.

La pareja también reconoce que para salir adelante de una catástrofe se necesita la ayuda de terceros. En su caso, vino de parte de los vecinos y de los bancos donde trabajaban, pero afirman que ni ellos ni sus conocidos estuvieron entre las personas a las que el Ejecutivo ayudó. «El Estado no nos ayudó en nada. Tuvimos algunas reuniones y solicitamos al Gobierno que nos diera una especie de crédito para poder comprar una nueva vivienda. No pedíamos que nos regalaran nada», asegura Lisbeth, que añade que les hicieron promesas que nunca cumplieron.

A pesar de todo lo que les pasó Enrique y Lisbeth se sienten agradecidos con la vida, porque aunque perdieron su casa no tuvieron que decirle adiós a ningún miembro de su familia. «Después de la tragedia nos preguntaron en alguna oportunidad qué habíamos perdido. Nosotros siempre hemos dicho que nada, porque para mí los más importante es la vida», sostiene Lisbeth. «En situaciones como estas comienzas a valorar lo que es verdaderamente importante en la vida», afirma Enrique.

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