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La cumbre de Alaska: ni paz ni espectáculo

Publicado: agosto 17, 2025, 3:30 am

Nadie esperaba mucho de la cumbre de Alaska, un espectáculo de política ficción montado a mayor gloria del presidente Trump y en el que un reticente Putin, tentado por Witkoff con un cheque verdaderamente astronómico —pagadero sobre todo en términos de reconocimiento internacional— accedió a aparecer en un breve cameo.

Por desgracia, los resultados prácticos de la esperada cumbre han sido tan decepcionantes como cabía esperar. Después de todo, no es la primera vez que la montaña pacificadora anunciada por el presidente Trump pare un ratón. Pero lo que pocos fueron capaces de predecir es que ni siquiera el espectáculo —que hace algunos días me permití comparar con los aparatosos combates simulados propios de la lucha libre americana— iba a estar a la altura que la ocasión merecía.

Lo que yo creí que podía llegar a ser un combate falso como una moneda de dos caras pero, aun así, apasionante —llegué a imaginarme a Trump esgrimiendo con fingida indignación el mazo de las sanciones secundarias mientras Putin, agazapado en su rincón del cuadrilátero, contraatacaba con veladas alusiones a la Tercera Guerra Mundial— se ha convertido en un aburrido baile de los dos líderes sobre la alfombra roja. Si de eso se trataba, la verdad, habría sido mejor contratar a John Travolta y Uma Thurman, insuperables en “Pulp Fiction”.

Pero centrémonos en los resultados, que es lo que debería importarnos. ¿Combate nulo? En absoluto. Bastan dos pinceladas para adjudicar una clara victoria por puntos a quien la merece. En primer lugar, el luchador ruso consiguió montar el número que le ha hecho famoso —el de que no puede aceptar una paz que no elimine las “causas profundas de la guerra”— sin que el magnate tuviera ocasión de decir esta boca es mía. El que calla otorga, dice el refrán… y ahora que venga Zelenski a “llegar a un acuerdo” con el dictador venido arriba.

Todavía peor me parece la vergonzante marcha atrás del presidente de los Estados Unidos en el asunto de la tregua, al parecer convencido por Putin de que el alto el fuego que él exigía no puede preceder al acuerdo de paz. ¿Para qué serviría después? No puedo explicárselo al lector porque yo no estaba invitado a las negociaciones.

Echando la vista atrás —que es cuando es más fácil acertar en las predicciones— la cosa no podía terminar de otra manera porque, mientras Trump ponía el decorado, Putin escribía el guion. Un guion que ya se había publicado en la prensa rusa unos días antes del encuentro: la cumbre no va de Ucrania —pude leer en el Izvestia, el periódico del Kremlin— sino del reconocimiento de “un nuevo orden geopolítico mundial basado en un renovado sistema de pesos y contrapesos”. Eso debe de ser lo que ha pasado entre bambalinas. O no. Tratándose de Trump, ¡vaya usted a saber!

Los motivos de Putin son fáciles de comprender, pero ¿qué es lo que Trump ha creído conseguir a cambio de traicionar a Ucrania, de olvidarse de la tregua en la que tanto había insistido, de dañar de forma irreparable su propia imagen de líder fuerte y hábil negociador? No mucho, la verdad. Quizá colar dos frases en el relato de su presidencia que él cree que pueden favorecerle en las encuestas. Una la ha dicho él mismo en infinidad de ocasiones: «Desde que Trump volvió a la Casa Blanca —a menudo habla de sí mismo en tercera persona— todos quieren negociar con los EE.UU.» La otra la ha pronunciado, seguramente conteniendo la risa, el mismísimo dictador del Kremlin: “si, en lugar de Biden, hubiera sido Trump el presidente de los EE.UU. en 2022, no habría habido crisis en Ucrania” ¿Quién mejor que él puede dar este testimonio?

¿Es suficiente la promesa ya incumplible de un mentiroso —también aseguró que no invadiría Ucrania unos días antes de hacerlo—, situada en un pasado al que no se puede volver, para que Putin compre el perdón de todos sus crímenes y la autorización para continuar su guerra de conquista sin que se materialice la amenaza de nuevas sanciones? Parece que sí. Ya ve el lector en qué manos estamos.

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