Publicado: abril 15, 2025, 12:30 am
El escritor Philip Roth, en su fascinante La conjura contra América, de la que existe una excelente serie, imaginó un EEUU alternativo donde el aviador Charles Lindbergh, héroe nacional y simpatizante del aislacionismo, derrotaba a Franklin D. Roosevelt en las elecciones de 1940. Con un discurso populista, impregnado de nacionalismo y promesas de «América primero», Lindbergh llevaba al país a una peligrosa deriva filonazi y antisemita. La novela, escrita en 2004, era una advertencia disfrazada de ucronía: ¿qué pasaría si un líder carismático, envuelto en la bandera, manipulase los miedos de la nación para erosionar sus cimientos?
Cuando Donald Trump ganó la presidencia en 2016, fue fácil trazar paralelismos. Trump, como el Lindbergh de ficción, construyó su ascenso sobre un mensaje de ruptura: «Make America Great Again« resonaba como un eco del «America First«. Su retórica, cargada de desprecio hacia las élites, los medios y las instituciones, apelaba a un «pueblo» que se sentía ignorado. Su presidencia abonó la polarización extrema, el cuestionamiento de las elecciones y el culto a la personalidad.
Ahora bien, Lindbergh, en la novela, era un héroe trágico, alguien de verdadero prestigio en manos de fuerzas oscuras. Trump, en cambio, es un villano: un hombre de negocios sin escrúpulos, al mismo tiempo que un gran comunicador que se sirve del poder de la televisión y las redes para imponer una narrativa llena de mentiras. Roth imaginó un autoritarismo elegante, discreto. Trump, con su verborrea faltona y prepotente, es cualquier cosa menos sutil. Donde Lindbergh representaba una amenaza de que EEUU se alinease con el eje nazi fascista, Trump encarna una ruptura desde dentro del orden democrático liberal construido después de la Segunda Guerra Mundial. Durante su primer mandato, no destruyó la democracia, pero dejó enormes grietas, y auspició un intento de golpe de Estado con el asalto de sus huestes al Capitolio.
La pregunta que deja Roth, y que revivimos en esta desatada segunda presidencia de Trump, es si la democracia americana es tan sólida como creíamos. En menos de tres meses, está llevando a su país y a la economía mundial al caos, seguramente con la finalidad de concentrar más poder. En la novela, América se salva de la pesadilla autoritaria. Trump perdió en 2020, pero de forma incomprensible, en lugar de acabar inhabilitado, pudo volver a presentarse en 2024. Lo dramático es que, pese a todo, le votaron mayoritariamente. La democracia nunca está a salvo, y como avisa el investigador de Harvard Daniel Wilson sobre las consecuencias del trumpismo, el problema es que los norteamericanos «no han tenido una experiencia con el fascismo». Por ahora, solo le castigan los mercados.