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La avispa contra el búfalo

Publicado: junio 18, 2025, 11:30 pm

Seis días después del comienzo de la operación “León ascendiente”, las crónicas de guerra nos traen una noticia buena y una mala. La buena, que por serlo suele pasar más desapercibida en las redacciones, es que el conflicto se mantiene bastante contenido. Unas decenas de muertos en Israel, unos centenares en Irán, cada uno de ellos un drama personal… pero, por mucho que el poeta británico John Donne nos asegurara que cuando doblan las campanas lo hacen por todos nosotros, lo cierto es que la humanidad ya no se conmueve por el intercambio de misiles entre dos enemigos jurados. No a menos que la guerra pueda extenderse más allá de Oriente Medio o amenazar la economía global.

¿Qué posibilidades hay de que todo vaya a peor? Crucemos los dedos pero, por el momento, y a pesar de las bravatas de unos y otros, ni Israel ha incluido entre sus blancos el petróleo iraní o sus reactores nucleares ya en funcionamiento ni Irán ha atacado las bases norteamericanas en Irak o el tráfico marítimo en el estrecho de Ormuz. Ambos tienen motivos para seguir así, y tanto en la mente de Netanyahu como en la de Jamenei seguramente estará claro que ninguno tiene nada que ganar dando el siguiente paso.

Vamos ahora a la mala noticia: no se ve ninguna estrategia de salida para este conflicto. Ni desde la perspectiva de Israel ni desde la de Irán. El modelo de guerra que Netanyahu ha elegido, forzado por la geografía, tiende a amortiguarse rápidamente con el tiempo. Todos somos conscientes de que, entre los destruidos por Israel y los que cada día van lanzando, a Irán se le acabarán pronto sus misiles balísticos. De hecho, las salvas son cada vez menores. Pero a Israel se le terminarán los blancos a batir. Si la campaña continúa unas semanas más, acabará lanzando misiles sobre talleres que produzcan componentes que quizá puedan usarse para construir nuevas centrifugadoras. Y, cuando estos talleres se lleven a los hospitales y las mezquitas, Netanyahu tendrá que tomar decisiones que no gustarán ni al mundo ni a los propios israelíes. Como ha comprobado Putin en Ucrania, no se puede paralizar un país desde el aire. Y menos si ese país, como también le ocurre a Irán, tiene reactores nucleares que, por definición, no pueden ser atacados sin atentar contra los fundamentos de la civilización.

Como ha comprobado Putin en Ucrania, no se puede paralizar un país desde el aire

Es verdad que el búfalo iraní, cerril como todos los de su especie, está indefenso contra la avispa que llega desde el lejano Israel. Pero aguantará estoicamente los picotazos sin pensar en esa “rendición incondicional” que Trump, probablemente sin siquiera saber lo que significan esos términos —se emplearon para presionar a la Alemania Nazi en la Segunda Guerra Mundial—, exige desde sus redes sociales. Y, ya que estamos en Washington, hagámonos ahora la gran pregunta. ¿Qué hará el presidente? Cogido entre dos fuegos —prometió a su base electoral que no haría guerras en el extranjero pero los halcones republicanos le insisten en que debe aprovechar el momento para destruir el programa nuclear iraní— el frívolo magnate hará, con toda probabilidad, lo que piense que va a quedar mejor en Truth Social. Si las cosas van bien, ordenará algún bombardeo para apuntarse el mérito. Y, si van mal, dejará tirado a Netanyahu —ya lo hizo cuando firmó por separado una tregua con los hutíes— y culpará a Joe Biden.

¿Importa lo que haga Trump? Desde luego. Si decide intervenir, serán muchas más las avispas que picarán al búfalo. Pero, para rendirlo, hace falta un león. Quizá ese “León Ascendiente” en el que Netanyahu desearía que se convirtieran sus ejércitos. Es verdad que las bombas norteamericanas pueden destruir miles de centrifugadoras que están fuera del alcance de las israelíes pero, si los marines no desembarcan en Irán, solo lograrán multiplicar las dimensiones de una campaña aérea que, como hemos dicho, se quedará sin blancos antes de que Israel se quede sin armas.

Si los marines no desembarcan en Irán, solo lograrán multiplicar las dimensiones de una campaña aérea que se quedará sin blancos antes de que Israel se quede sin armas

Con o sin Trump, la luz al final del túnel para Netanyahu solo puede venir de la caída del régimen iraní. Es, en el fondo, la misma apuesta que, convencido por las promesas que le hizo la oposición al Gobierno de Zelenski, realizó Putin en Ucrania. Sin embargo, el dictador ruso, que ha puesto mucha más carne en el asador —no ha tenido ningún problema en mandar a decenas de miles de sus jóvenes a morir en el frente— no ha conseguido su objetivo. ¿Por qué habría de tener éxito Netanyahu?

La oposición interna al régimen chií, por su propio interés, habrá ofrecido todo tipo de garantías. Siempre ocurre así. Pero sorprende que el primer ministro israelí, que sabe por experiencia que las guerras cohesionan a su propia sociedad, piense que en Irán vaya a ocurrir justo lo contrario. El régimen iraní parece sólido y, en el mejor de los casos para él —el peor para el mundo—, lo que Netanyahu podría provocar es una guerra civil en un país de 90 millones de personas y en una zona crítica para la economía global. Un conflicto que quizá consolidaría su propia posición política, pero que llevaría a Oriente Medio largos años de inestabilidad, pobreza y muerte… y al mundo nuevas crisis del petróleo, recrudecimiento del terrorismo y grandes oleadas de migrantes.

Pero no nos pongamos en lo peor. Volvamos al principio, a la buena noticia. El conflicto discurre por caminos razonablemente contenidos. Si sigue así, se consumirá en sí mismo sin que en Oriente Medio cambien demasiado las cosas, en un sentido o en otro. Duele decirlo pero, a estas alturas, quizá la mejor salida para esta guerra sea el que esas decenas de israelíes, esos centenares de iraníes, hayan muerto en vano.

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