Publicado: noviembre 3, 2025, 4:00 am
En México, 761 niñas, niños y adolescentes son abandonados cada año. Esa cifra, casi imposible de imaginar, revela que algo muy grave se está rompiendo en nuestra sociedad: en solo una década, el abandono infantil se disparó más de 600 por ciento.
Un estudio de la Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM) reveló que, en 2024, fueron atendidas 1,282 personas de entre uno y 17 años por abandono o negligencia. Un impresionante aumento del 616.2% con respecto a 2010, cuando se registraron 179 casos.
Las causas de este abandono están en la pobreza, en el consumo de drogas y en la ausencia de redes de protección, solidaridad y ayuda. Pero también están las personas secuestradas o asesinadas por las bandas del crimen organizado, quienes se ven imposibilitadas de brindar cuidado y protección a sus hijos.
¿Dónde son abandonados la mayoría de las niñas, niños y adolescentes? En los hogares. No en las calles, los hospitales o los centros escolares. No. El abandono de menores se registra, en su mayoría, en los sitios que deberían ser su refugio.
¿Quiénes son las principales víctimas del abandono? Las mujeres con edades que van de los 12 a los 17 años concentran más del 70% de los casos registrados el año pasado. Un grupo de edad que es blanco fácil de otros riesgos, como el embarazo adolescente, la violencia sexual y la explotación.
Infancias que, independientemente de su género y edad, quedan en una soledad oscura, sin compañía, protección ni guía. Quedan en la vulnerabilidad absoluta, porque el Estado mexicano no ha sido capaz de diseñar políticas públicas para proteger a la infancia, porque no hay recursos para acompañarlos o integrarlos a un nuevo círculo familiar.
México no puede darse el lujo de cerrar los ojos y descartarlos. El Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (SNDIF) debería ser mucho más que una oficina de trámites. Su papel no puede limitarse a levantar censos o abrir carpetas administrativas.
Es preciso reactivar convenios con organizaciones civiles, universidades y colectivos de psicólogas y trabajadores sociales que puedan acompañar a esos menores de manera humana y sostenida. Solo así, el SNDIF podrá convertirse en un verdadero escudo para quienes se quedan sin nadie.
Eso significa fortalecer su red de albergues, garantizar atención psicológica inmediata y dar prioridad a la búsqueda de familias adoptivas que estén preparadas para brindar amor y cuidados reales.
Y, además, coordinarse con fiscalías, ministerios públicos y tribunales para asegurar que cada menor abandonado tenga un lugar seguro donde dormir, comida caliente y acompañamiento profesional.
No más depósitos de tristeza ni sitios que operan bajo la lógica de la caridad. Un niño que ha sido abandonado necesita algo más que un techo: necesita afecto, contención y terapia para entender que el abandono no define su valor.
Y las familias que participan en los procesos de adopción también merecen salir de los laberintos burocráticos de espera, papeleo y desconfianza institucional. Los entornos seguros y amorosos para las infancias se construyen y se reparan.
Que los albergues del SNDIF funcionen como un refugio, como el espacio en el que nacen las segundas oportunidades y se construyen nuevos sueños.
Cada niña o niño que encuentre una nueva familia, un espacio seguro, una mano que lo sostenga, será la prueba de que aún podemos reparar el país desde su raíz más pura: el amor que cuida.
