Publicado: septiembre 8, 2025, 12:00 am
«Viva de ingenio, gentil de maneras, verbosa de palabra, nutrida de entendimiento, ágil de imaginación, resuelta de carácter y enamorada apasionadamente de los ideales que podían hacer la gloria de México”, fue como muchos apasionados historiadores describieron a Josefa Ortiz Domínguez, la también conocida como la Corregidora y heroína patria fundamental de nuestra Independencia.
Josefa, atrapada entre las cuatro paredes, recordaba que en las reuniones que ella y su marido habían organizado se hablaba de las últimas doctrinas democráticas, de obtener justicia para los indios y de desaparecer el mal gobierno. Amigos, abogados, intelectuales, militares y hacendados, habían planeado hacer estallar la rebelión el primero de octubre de aquel 1810.
Bautizada como María Josefa de la Natividad Cresencia Ortiz Girón, nació en Valladolid –hoy Morelia– justo un día como hoy, 8 de septiembre, pero de 1788. Hija de Juan José Ortiz y Manuela Girón, españoles asentados en las nuevas tierras conquistadas (estas mismas, lector querido). Desde muy pequeña los perdió a ambos y quedó bajo tutela de su hermana mayor, María Sotero y, con ella, se trasladó a la capital del virreinato (hoy CDMX) para recibir educación.
Precisamente en esa época, no se sabe si en el Colegio de San Ignacio o cuando ingresaba internada al de las Vizcaínas, comenzó el emocionante relato de su vida (según nos han contado desde la primaria).
Todo comenzó cuando en cierta ocasión, el Colegio fue engalanado para recibir la visita de Miguel Domínguez, abogado oriundo de la Ciudad de México, miembro de la Audiencia y oficial mayor del Supremo Gobierno de la Nueva España. Juran que se prendó de Josefa nomás de verla y pidió permiso para visitarla más a menudo. Concedida la autorización, en poco tiempo se hicieron novios y después de muchas vueltas de amor romántico, el 23 de enero de 1791, se casaron en el Sagrario Metropolitano.
Después del enlace, todo fue miel sobre hojuelas: Miguel Domínguez fue nombrado Corregidor de la ciudad de Santiago de Querétaro por el virrey Félix Berenguer de Marquina, los hijos comenzaron a llegar y el matrimonio Ortiz de Domínguez se trasladó a vivir allá.
Corría el año de 1802 cuando Josefa comenzó a identificarse con la furia que provocaba el abuso de los gachupines –españoles nacidos en la península ibérica– hacia criollos, mestizos, indígenas y pueblo en general. Rechazaba que todos fueran tratados como ciudadanos de segunda, tercera y hasta de quinta , solamente por el hecho de haber nacido en una colonia y no en la metrópoli imperial.
Ella y su marido eran muy apreciados en Querétaro, procuraban el bienestar de la ciudad y trataban con buenos modos a la población; no obstante, el descontento empezó a crecer y contagiar. Para 1808, ante el derrocamiento del rey Fernando VII de España y la invasión del Imperio napoleónico a la península Ibérica, la indignación se convirtió en furia y las ideas se polarizaron en las colonias: algunos querían un rey legítimo; otros, un gobierno libre. Josefa pertenecía a estos últimos y dada su personalidad fuerte y su temperamento de avanzada decidió participar.
Algunos criollos rebeldes comenzaron a organizarse en “grupos literarios”, donde se difundían las ideas de la Ilustración, prohibidas por la iglesia católica. La Corregidora se integró en uno de aquellos grupos y fue convenciendo a su marido de participar también. Así lo hizo y con tan buen resultado que la rebelión se planeó desde su casa y las supuestas tertulias literarias terminaron convirtiéndose, en una muy culta, exquisita y exitosa conspiración política. Es decir, la casa de Josefa Ortiz fue sede y domicilio de la lucha de Independencia.
Josefa tenía todo bajo control. Se enfrentó con éxito a la desordenada agenda de villanos y caudillos y cumplió con puntualidad la agenda de la insurgencia. El inicio de la rebelión estaba planeado para estallar el primero de octubre, pero los acontecimientos se adelantaron. La conjura había sido descubierta y la situación era grave: hubo aprehensiones, cateos de domicilios y en la tienda de abarrotes de los hermanos González, el ejército realista había descubierto las lanzas y las balas.
El 14 de septiembre de 1810, Josefa había sido encerrada por su marido. Por razones de seguridad, había dicho. Pero ya no había tiempo. Era necesario avisar al capitán Allende. Enterar del peligro al cura Hidalgo y moverse pronto.
Josefa repasó la situación: su marido no estaba. La puerta cerrada con llave. Las ventanas atrancadas. Sus doce hijos quién sabe en dónde. Y de pronto se acordó. El piso de su recámara era el techo del cuarto dormitorio del alcalde Ignacio Pérez, también simpatizante del movimiento. Entonces, se quitó el zapato. Con el tacón empezó a golpear rápido, muchas veces, con fuerza y sin detenerse. El alcalde advirtió la urgencia del llamado. Entró a la casa, llegó al piso de arriba y por el agujero de la llave, Josefa le dijo que sin perder un segundo se encaminara a San Miguel el Grande y enterara al capitán Allende lo que pasaba en Querétaro. Pérez obedeció. Allende pudo llegar hasta el curato de Dolores y la madrugada del domingo 16 de septiembre, Miguel Hidalgo anunció que la lucha por la Independencia comenzaba, con música de campanas y gritos de libertad.
Fue así como Josefa se convirtió en una heroína Todo en ella, desde los pensamientos de su cabeza hasta el tacón de su zapato, fueron esenciales para el nacimiento de una nueva patria. La nuestra,