Publicado: mayo 29, 2025, 11:30 pm
El campus de Harvard es uno de esos espacios idílicos que rezuman conocimiento. Sus históricos edificios de ladrillo rojo y sus jardines primorosamente cuidados crean un atmósfera académica ideal para el estudio y el encuentro. Es el conjunto universitario en el que nos hubiera gustado estudiar de no ser por los méritos académicos tan exigentes que requiere la inscripción y el elevado coste de sus matrículas. La tasa de aceptación en Harvard no pasa del 3,5% de los solicitantes y cursar estudios ronda los 70.000 euros anuales. Para los estudiantes más talentosos hay becas y distintos niveles de financiación al objeto de no perder alumnos brillantes. De ahí que un titulo de Harvard garantice una exitosa carrera profesional sobre todo en sus facultades de negocios y medicina. Su gran prestigio ha hecho de esta universidad la más rica del mundo al acoger en sus 13 facultades más de 30.000 alumnos de los que el 27% son extranjeros.
Harvard recibía subvenciones plurianuales del Gobierno por valor de 2.600 millones de dólares por ser considerada un templo del conocimiento a preservar y potenciar. Es la universidad más antigua de los Estados Unidos y de las que más contribuye a atraer a los mejores estudiantes del planeta, un valioso intangible para la hegemonía norteamericana. Esto es lo que Donald Trump trata de dinamitar acorralando a los gestores de Harvard primero retirando la subvención, que ningún gobierno le negó, y después prohibiendo la admisión de alumnos extranjeros, medida que por fortuna una juez federal ha bloqueado al admitir la demanda de la universidad por considerar la acción ilegal e injustificada. A pesar del palo económico que suponía la retirada de la subvención, la dirección de Harvard se manifestó dispuesta a aguantar el envite sin modificar su ideario liberal y su apuesta por la libertad, sin que nadie controle la ideología del profesorado y del alumnado ni la gobernanza de la institución o sus planes de estudios. Sin embargo la prohibición de admitir alumnos extranjeros, a los que Trump acusa de comunistas, terroristas o antisemitas, de no ser anulada por los tribunales, sería letal para Harvard en términos educativos y financieros.
La grandeza de Harvard reside en la alta calidad de su profesorado y en ser un referente educacional de vanguardia para el mundo. De perderse su enorme capacidad de atraer talento privaría a los Estados Unidos de un factor básico de innovación y pujanza económica. El recado de Trump no es solo para Harvard, el resto de las universidades norteamericanas se sienten ya concernidas en tan arbitraria y autocrática iniciativa. Por si fuera poco, esta semana ha ordenado a sus embajadas suspender las entrevistas para los visados de estudiantes extranjeros.
El empobrecimiento intelectual al que condena a su país el presidente norteamericano por sus neuras ideológicas y ultranacionalistas ya está provocando la marcha de numerosos docentes e investigadores extranjeros que se sienten amenazados por el Gobierno y piden plaza en instituciones europeas. No hay peor negocio para un país que ahuyentar el talento. El intervencionismo de Donald Trump en las instituciones universitarias del país se antoja un vengativo asalto a la educación superior por no comulgar con sus postulados. Es la venganza de un mal estudiante al que echaron del colegio con 13 años, mediocre en la academia militar y aún más en la Escuela de Negocios de Wharton. Su profesor William T. Kelley dijo de él que era un arrogante que llegó pensando que lo sabía todo. «Fue – afirmó Kelley– el estudiante más tonto que tuve». Tonto y malo.