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Groenlandia, como Cuba en 1898

Publicado: diciembre 29, 2025, 2:30 am

La tentación imperial cambia de lenguaje, se reviste de urgencias estratégicas y acaba reapareciendo cuando el contexto lo permite. El interés de Donald Trump por Groenlandia, explicitado en su primer discurso como presidente y recibido entonces entre la incredulidad y la broma, pareció diluirse con el paso del tiempo. Hoy regresa, sin embargo, con un tono mucho más serio, de la mano de J. D. Vance, que no solo lo ha formulado con claridad doctrinal, sino que ya se dejó ver hace meses en Groenlandia, tanteando apoyos y demostrando que aquello que muchos despacharon como una excentricidad empezaba a convertirse en algo más consistente.

La comparación con Cuba no es una licencia retórica. En 1898, el expansionista presidente McKinley justificó la intervención de EEUU en nombre de la seguridad nacional y de una supuesta inevitabilidad histórica. Cuba era la llave del Caribe; Groenlandia lo es hoy del Ártico. Ayer se trataba del control de su patio trasero; hoy entran en juego los minerales críticos, el deshielo, las nuevas vías comerciales y la competencia con China. La lógica es idéntica: quien controla el territorio controla una pieza decisiva del tablero global.

Lo inquietante no es tanto la pretensión como la naturalidad con la que se formula. No hay coartadas morales ni discursos edulcorados. Hay una afirmación directa de poder: lo necesitamos y podemos hacerlo. El principal problema europeo es la incredulidad. Cuesta tomarse en serio un escenario que se prefiere seguir considerando improbable, cuando en realidad resulta perfectamente verosímil: un golpe de mano justificado por cualquier excusa estratégica, de seguridad o de protección de intereses vitales. La historia enseña que estas operaciones no suelen anunciarse con solemnidad, sino ejecutarse cuando el clima político lo permite y el adversario sigue convencido de que no sucederán.

La diferencia fundamental con Cuba en 1898 es que, por ahora, el Gobierno de Trump no ha logrado encontrar apoyos entre los propios groenlandeses. A diferencia de lo ocurrido a finales del siglo XIX con una parte de la población cubana, en Groenlandia no existe hoy un movimiento social que legitime una intervención externa. Ese es, de momento, el principal freno. Y también la prueba de que la operación no está madura, no de que sea imposible.

El problema es que en Europa durante décadas se ha confundido dependencia con comodidad, y se ha asumido que delegar la defensa dura no tenía costes geoestratégicos. Hoy comprobamos que sí los tiene. Sin capacidad real de disuasión y sin una política exterior común que vaya más allá de los comunicados, Europa seguirá reaccionando tarde y mal, aferrada a principios que no está en condiciones de sostener.

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