Publicado: marzo 20, 2025, 7:00 am
Desde la promulgación de la Constitución en 1917, el gobierno de México, en sus sucesivas administraciones, había hecho suyo el proyecto de establecer el “Banco Único de Emisión”, es decir, el banco central del país. En la puesta en marcha de dicha propuesta, tan solo una persona en todo el territorio nacional tenía algún conocimiento sobre el tema de banca central. Era el caso del entonces joven abogado Manuel Gómez Morín, con el agravante de que su formación sobre la materia era puramente teórica, sin ninguna experiencia práctica. Dado ese vacío, las autoridades pudieron haber contratado asesoría especializada del exterior. Al respecto, había el importante antecedente de la contratación, en 1917, del experto externo Edwin Kemmerer para asesorar en la reimplantación del patrón oro. Pero no ocurrió en la manera enunciada.
De hecho, de la comisión tripartita que se integró para redactar la ley constitutiva, los estatutos y la exposición de motivos, tampoco el abogado Fernando de la Fuente y el banquero Elías de Lima contaban con preparación alguna en materia de banca central. Y para empeorar las cosas, ese fue también el caso de quien fue seleccionado para encabezar al Banco Único de Emisión. Nada efectivamente sabía el banquero sonorense Alberto Mascareñas sobre el tema de banca central. Y, adicionalmente, no hay indicio alguno de que, en largos seis años al frente de la organización, se interesara por adquirir conocimientos relativos.
Con esos antecedentes, la propuesta que discurrió la comisión redactora fue el proyecto de una institución dual: con algunas facultades para operar como institución de emisión, además de su operación como banco comercial. En ese panorama, se dio el caso del enfrentamiento entre el director general, Mascareñas, y el presidente del Consejo, Gómez Morín. Aquel, tratando de empujar a la institución por la senda que conocía de la banca comercial. Por su parte, el presidente Gómez Morín, vislumbrando que la opción de la banca comercial era tan solo transitoria mientras la organización se afianzaba, para de ahí trascender a su especialización definitiva de banco de emisión.
Hacia los años 1932-1933, el Banco de México pudo, por fin, consolidarse en su especialización como instituto central. Pero la evolución se consiguió ya sin la participación directa de Manuel Gómez Morín. El liderazgo lo asumió Alberto J. Pani al iniciarse su segunda gestión al frente de la Secretaría de Hacienda. Bajo el liderazgo de Pani, se decidió removerle al Banco de México sus facultades para operar como banco comercial y se obligó a los bancos a convertirse en asociados, adquiriendo un tramo de acciones B.