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Geólogos del CSIC: «En las riadas, daña más el barro que el agua»

Publicado: noviembre 4, 2024, 1:55 pm

Barro y destrucción. Estas dos palabras son el denominador común ahora mismo en las zonas afectadas por la DANA que asoló varios puntos de Valencia y del este de Castilla-La Mancha la pasada semana. Un suceso para el que ya se contabilizan más de dos centenares de personas fallecidas y que ha afectado a más de 9.000 hectáreas de terreno en las que viven 74.000 personas, según datos calculados por el Programa Copernicus , que rastrea el alcance de este tipo de catástrofes gracias a imágenes desde el espacio . En esa extensión, el mismo sistema calcula que se han visto afectados unos 900 kilómetros de carreteras y más de 4.000 hectáreas de edificios. Un caos y un daño que, no obstante, no ha sido únicamente provocado por el agua. De hecho, ha habido un factor aún más perjudicial: el barro. Así lo apuntan científicos del Instituto Geológico y Minero de España (IGME-CSIC) Daniel Vázquez Tarrío, Andrés Díez Herrero y Ana Lucía Vela, quienes firman una tribuna en la que señalan que estos sedimentos no se suelen tener en cuenta en los estudios de riesgos por inundaciones y los mapas de zonas inundables a pesar de su enorme capacidad destructiva. «Basta con observar las impactantes imágenes de esta tragedia, que se ha cebado especialmente con varias localidades al sur de Valencia, para darse cuenta de que lo peligroso no es exclusivamente el agua y su profundidad», señalan los autores. «Los daños causados por la propia velocidad del flujo y por los materiales que arrastra la corriente pueden llegar a ser también muy importantes (…) En las riadas, no sólo daña el agua; daña más el barro». Los investigadores explican que los daños en este tipo de sucesos se producen «no a la profundidad o tiempo de sumersión en el agua», sino a los impactos que se producen por los materiales que contiene la riada, como madera, restos vegetales, vehículos, contenedores o mobiliario urbano, además de los sedimentos en sí que bajan por el torrente, «como arcillas, limos, arenas, gravas, cantos y bloques», indican. Y aunque los daños en el mobiliario de las casas suelen achacarse más al agua que moja los enseres o electrodomésticos, lo cierto es que es el barro el que los inutiliza y deteriora. Aún así, «la mayor parte de los estudios de riesgos por inundaciones y los mapas de zonas inundables son elaborados suponiendo que lo que circula por nuestros cauces y riberas es agua limpia, casi destilada, desprovista de barro», indican. Es decir, que los modelos tienen en cuenta como si un torrente de agua prístina bajase por las zonas con probabilidad de inundarse, si bien esa no es la realidad. Los geólogos recalcan la importancia de «investigar cómo la erosión, transporte y sedimentación de tierra influye en agravar la peligrosidad de las avenidas e inundaciones», y utilizar «los pocos estudios y mapas que sí que han contemplado el papel de los sedimentos» en este tipo de episodios para extraer conclusiones. De hecho, los investigadores son miembros de un equipo que ha recopilado todos estos trabajos científicos y ha publicado el resumen en la revista ‘ Geomorphology ‘, en la que analizan más de un centenar de estudios científicos y técnicos. «Nuestros resultados permiten interpretar que los procesos de transporte de sedimento se asocian a cambios morfológicos repentinos en el cauce, lo que en muchas ocasiones agrava la peligrosidad por inundación -indican-. Esta revisión de estudios previos también sugiere que los cauces de montaña son quizás más sensibles a esta problemática». Finalmente, los geólogos instan a «tener más en cuenta el sedimento» que se puede transportar en cada río, así como la cantidad y el tipo de materiales que el torrente podría erosionar, transportar y depositar. Porque no es lo mismo, por ejemplo, un cauce que pasa por una zona arcillosa que calcárea, o un terreno con rocas grandes o, por el contrario, gravilla. «Es necesario trasladar esta información obtenida por los trabajos de investigación científica previos a la práctica y considerar los procesos de transporte de sedimento de una manera más explícita en las cartografías de peligrosidad por inundación fluvial», concluyen.

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