Publicado: septiembre 22, 2025, 1:30 am
Los europeos debemos ser conscientes de que nos deslizamos hacia el conflicto abierto con Rusia, un escenario que todos deseamos evitar, pero que se perfila cada vez más nítido. No es que estemos al borde de la guerra, pero el crescendo de tensiones y provocaciones nos arrastra posiblemente hacia un punto de no retorno. Ojalá este «¿Europa en guerra?» no pase del interrogante, de ser un mal sueño, pero Vladimir Putin está jugando con fuego, lo que puede acabar muy mal. No parece que el autócrata del Kremlin busque un enfrentamiento total con Occidente, particularmente con los EEUU. Su actitud es la de un tahúr que disfruta con la intimidación, la desestabilización y el desgaste. A través de maniobras militares, ciberataques, vuelos de drones, desinformación y una retórica beligerante, Rusia mantiene a Europa en vilo, probando la cohesión de la Unión y sobre todo los límites de la OTAN. En su estrategia contará mucho la respuesta, por ahora tibia, de Donald Trump, cuya deriva autoritaria nos advierte de que nada bueno nos espera al otro lado del Atlántico. Hoy la democracia y las libertades públicas en América se enfrentan al mayor desafío desde la época del reaccionario senador McCarthy. Por eso, cada paso –desde la acumulación de tropas en la frontera con Polonia hasta las incursiones de aviones en el espacio aéreo de los países bálticos– es una provocación calculada, un desafío que busca debilitar la unidad occidental.
Sin embargo, este juego es extremadamente peligroso. La historia nos enseña que las guerras a menudo no comienzan por un plan deliberado, sino por errores de cálculo o escaladas de tensión no previstas. Solo hace falta recordar que el estallido de la I Guerra Mundial en 1914 se produjo tras la chispa del atentando en Sarajevo. Aunque la historia nunca se repita, a menudo se parece. Putin, con su mezcla de audacia y oportunismo, está tensando la cuerda, confiando en que los europeos, divididos y reacios a asumir riesgos, cederemos terreno. Por tanto, la respuesta no puede ser la pasividad. La UE y la OTAN deben reforzar su unidad, invertir en defensa y enviar un mensaje claro: no habrá concesiones ante la coerción.
Ninguno de los Veintisiete quiere la guerra, y probablemente Putin tampoco. Pero la guerra de nervios que ha iniciado no es un juego inocuo. Cada provocación nos acerca más a un precipicio, y el riesgo de un desliz es real. La diplomacia, respaldada por una firmeza inequívoca, es la única vía para evitar que este fuego se convierta en un incendio devastador. Porque, si algo sabemos, es que las guerras, una vez desatadas, no respetan las intenciones de quienes las provocaron. Ojalá prevalezca la sensatez, pero los europeos debemos estar preparados para lo peor.