Publicado: agosto 3, 2025, 11:30 am
Hace poco más de una semana, Ursula von der Leyen y Donald Trump sellaron en Escocia un acuerdo genérico que evitó una guerra comercial al limitar los aranceles a las exportaciones europeas a Estados Unidos al 15%, en lugar del apocalíptico 30% que el presidente norteamericano blandía como garrote. A cambio, Europa promete enormes compras de gas y petróleo, efectuar cuantiosas inversiones y adquirir más armamento made in USA. ¿Es esto un trato genial, como diría Trump, o una humillación para la UE? ¿Ha claudicado Europa en un bochornoso acto de vasallaje, o ha jugado al posibilismo económico? El 15% es un alivio frente a las amenazas previas, pero sigue siendo un zarpazo a la competitividad europea, más aún con el euro fortaleciéndose un 13% por encima del dólar en 2025. La UE podría perder más de 50.000 millones de euros anuales, según algunos analistas. Pero ¡oh, sorpresa!, quien que paga la factura de la fiebre proteccionista es el consumidor estadounidense.
Económicamente, el panorama es un empate técnico con aroma a derrota compartida. Europa pierde competitividad, pues hasta ahora el arancel general era del 4,8%, pero el consumidor estadounidense carga con el peso inmediato: precios más altos, con mayor inflación y el riesgo de acabar en una recesión que podría convertir la promesa populista del Make Great America Again en una pesadilla. Si EEUU colapsa, la UE, que envía allí el 18% de sus exportaciones, también sufrirá. Pese a todo, el superávit comercial europeo sigue siendo una espina que Trump no logra arrancar. Políticamente, en cambio, Europa se lleva el Oscar a la genuflexión. El acuerdo es un espectáculo de vasallaje ante el poderío global de EEUU, que no solo impone elevados aranceles asimétricos, sino que obliga a la UE a comprar su gas, petróleo y armas, aunque son promesas bastante vagas.
Von der Leyen, con su sonrisa de estadista pragmática, ha sido caricaturizada como una cortesana en la corte de Trump. Francia, con Macron a la cabeza, clama que el pacto es «desequilibrado»; Alemania e Italia, más prácticas, aceptan el acuerdo como un mal menor para salvar sus coches y fábricas, mientras aún confían en mejorar los detalles. Ahora bien, la imagen de Europa arrodillada ante el abusón de la Casa Blanca es un golpe a su prestigio y autoestima ¿Claudicación o astucia? La presidenta de la Comisión vende el pacto como «certidumbre y estabilidad», pero el trágala amargo es innegable. La oferta inicial de aranceles cero recíprocos fue desechada por Washington, y la UE, maniatada por su dependencia de la seguridad estadounidense, no tuvo más remedio que ceder. No activar el instrumento anticoerción europeo fue un guiño de realismo: una guerra comercial habría sido un suicidio. La UE evita un desastre comercial, con la esperanza de que la realidad económica imponga a Trump un correctivo, pero paga con su dignidad, aceptando un vasallaje ante el poder global de EEUU.