Publicado: marzo 20, 2025, 12:30 am
La propaganda en las redes sociales, quizá la mejor carta de la compleja mano que ha llevado a Donald Trump a la Casa Blanca, tiene efectos rápidos y decisivos en los sectores de opinión a los que va dirigida. Ni siquiera importa demasiado que se escriba con líneas falsas. ¿Dónde están los soldados ucranianos cercados en Kursk que el presidente republicano iba a salvar con su intercesión ante Putin? Si pudiera permitirse el lujo de la sinceridad, el presidente de los EE UU respondería a esta pregunta con otra muy diferente: ¿a quién le importa? Unos pocos días después, aquello ya ha quedado sepultado en la memoria de pez que caracteriza a las redes sociales.
Consciente del origen de su fortaleza, Trump intenta convertir en sólidas promesas el humo que le ha vendido Putin. Y ese es, precisamente, el tipo de situaciones que domina el magnate. En muchos medios, la promesa del dictador de que no atacará a la infraestructura energética ucraniana —un blanco civil prohibido por la Convención de Ginebra, la misma que garantiza la vida de los prisioneros de guerra incluso aunque no se hayan rendido— ha sustituido en los titulares a la dura realidad que Trump quiere esconder: ni hay tregua ni se la espera.
Sigue, pues, la guerra en Ucrania tal como la desea el dictador ruso. Las centrales eléctricas y el gas no tienen demasiado interés para Putin hasta que vuelva el invierno y, con él, se reinicie la campaña tan estéril como criminal que intenta rendir al pueblo ucraniano por el frío. Mientras tanto, a punto de agotarse los misiles Patriot norteamericanos, el criminal que rige los destinos de Rusia seguirá bombardeando impunemente las ciudades y los puertos de su enemigo. Con un poco de suerte, además, la iniciativa pondrá temporalmente a salvo las refinerías próximas a Ucrania de los ataques de los drones de Zelenski.
Las centrales eléctricas y el gas no tienen demasiado interés para Putin hasta que vuelva el invierno y, con él, se reinicie la campaña tan estéril como criminal que intenta rendir al pueblo ucraniano por el frío
¿Y qué pasa con Trump? A estas alturas, el airado magnate —es muy revelador el tiempo que tardó en aparecer en las redes su auto felicitación por el éxito de las conversaciones— ya sabe que no es Zelenski, sino Putin, el que puede provocar una Guerra Mundial. Pero, frente a los insultos dedicados al agredido, al agresor le dice que ya iremos hablando. Así se escribe la historia.
Aunque, ahora que lo pienso, ¿de verdad se escribe la historia así? No lo demos por hecho. En ella, como en la vida, hay héroes y villanos, ganadores y perdedores. La primera categoría, la de héroe o villano, casi siempre depende de la perspectiva. Pero la que de verdad le importa a Trump es la de ganadores y perdedores, y esa clasificación suele ser mucho más objetiva.
Uno de los grandes perdedores de la historia —que no villano— ha sido Neville Chamberlain, el primer ministro británico que lideró la fracasada política de apaciguamiento que culminó con la cesión de los Sudetes checoeslovacos a Adolf Hitler. La leyenda, siempre más bella que la realidad, asegura que Winston Churchill se enfrentó a él en el parlamento británico con una frase tan falsa —nunca llegó a pronunciarse— como certera, si se me permite la paradoja: “Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra… elegisteis el deshonor y ahora tendréis la guerra”
¿Qué dirá la historia de Trump? Él le ha ofrecido a Putin mucho más que Chamberlain a Hitler: un 20% del territorio de Ucrania, un brillante futuro de riqueza compartida y prósperas relaciones comerciales, un asiento a su lado en la mesa de los poderosos y, por si todo eso fuera poco, un partido de hockey sobre el hielo. ¿Y qué ha recibido a cambio? Con la entrega de los Sudetes, Chamberlain consiguió un año de paz que sirvió en cierto modo para preparar a la Gran Bretaña para la guerra que estaba por venir. Trump, en cambio, ni siquiera ha logrado 30 días de tregua.
¿Es, entonces, Trump un nuevo Chamberlain? ¡Ya quisiera él!