¿Es el fin del 'macronismo'? Cómo un presidente ha convertido a Francia en todo lo que dijo que no haría - Venezuela
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¿Es el fin del 'macronismo'? Cómo un presidente ha convertido a Francia en todo lo que dijo que no haría

Publicado: octubre 12, 2025, 3:30 am

Era el año 2017 y una figura joven, fresca, centrista, ambiciosa y con programa emergía en el panorama político francés. Su nombre, Emmanuel Macron. Venía de la órbita socialista pero encontró una vía para que el país galo caminase por una ruta que parecía haber olvidado tras las experiencias con Nicolas Sarkozy y François Hollande. Macron se presentó a sí mismo, de manera implícita, como la savia nueva que necesitaba la Francia poscrisis económica. Parecía no tener fallos y también Europa sonría ante su llegada. «Sé que hay cólera, ansiedad y dudas entre muchos de nuestros compatriotas. Haré todo lo posible en los próximos cinco años para que no tengan ninguna razón para votar por los extremos», dijo entonces tras ganar sus primeras elecciones ante Marine Le Pen. En 2022 volvió a ganar a la derecha radical, pero tuvo que sudar más la camiseta. Ahora, en 2025, los pasos van hacia el fin precisamente del ‘macronismo’. ¿Por qué?

Por partes: Francia vive la peor crisis de su historia reciente, y es una crisis transversal que toca todo y a todos. Con el déficit público disparado, la deuda en sus peores momentos y Bruselas mirando con lupa, en el país se encadenan los primeros ministros que no encuentran soluciones, Macron no parece tenerlas tampoco, la Asamblea Nacional está tan dividida que la falta de mayorías deja un vacío en cuanto a acuerdos y, sobre todo, a la hora de aprobar unas cuentas públicas que ya son urgentes; en ese contexto, la gente se cansa y el crecimiento en los sondeos se va a los extremos. Además, no hay líderes emergentes que puedan dar aire fresco al panorama actual.

Desde 2022 van cinco primeros ministros -con la particularidad, además, de lo que ha pasado con el último de ellos- y el foco en este sentido se pone en el hecho de que no es capaz de salir de su propio espacio ideológico. Las últimas elecciones legislativas dejaron una Asamblea Nacional sin mayorías, muy dividida, pero al mismo tiempo escorada hacia la izquierda, y el presidente ha renunciado en todo momento a mirar hacia el lado progresista de la Cámara para buscar a los inquilinos de Matignon, fijándose solamente en aliados de su figura como François Bayrou o Gabriel Attal, o incluso en viejas glorias como Michel Barnier. De hecho, Bayrou y Barnier lo que acabaron demostrando fue incapacidad para alcanzar los grandes pactos de Estado que se les suponían.

Cuando llegó al poder en 2017, el presidente galo prometió unir al país «desde el centro» y lo dejará más polarizado que nunca. Cuando Macron llegó al poder en 2017, prometía curar las fracturas de una Francia cansada de los viejos partidos; ocho años después, las cifras parecen contar otra historia. Según el barómetro de CEVIPOF de 2025, un 74% de los franceses declara no confiar en la política y un 71% considera que la democracia «funciona mal». La popularidad del presidente ronda apenas entre el 19% y el 22%, el nivel más bajo de su mandato, mientras que más del 80% de los ciudadanos dice desconfiar de él y un 70% siente que los gobernantes «no se preocupan por la gente común». Al otro lado del espectro, la Agrupación Nacional de Marine Le Pen y Jordan Bardella alcanza ya apoyos del 35% al 37%, cifras impensables hace una década. Así, Macron, que quiso situarse por encima de los bloques, terminará probablemente dejando un país donde el centro se ha adelgazado y los extremos crecen como maleza en terreno abandonado.

Macron, además, se ha traicionado a si mismo. En una entrevista en la campaña de 2017, rescatada ahora por Adam Tooze, el que entonces todavía no era presidente francés explicó por qué caminaba hacia el Elíseo. «Pertenezco a una generación que, desde un punto de vista histórico, no tiene tótems ni tabúes. Los tótems y los tabúes suelen ser el sello distintivo de aquellos que han sido profundamente moldeados por grandes corrientes históricas: guerras, revoluciones o ideologías poderosas. Pertenezco a la generación que fue testigo de la teorización del fin de la historia y la caída del Muro de Berlín, acontecimientos que sacudieron muchas certezas hasta sus cimientos», sostuvo, y se empezó a mostrar como garante de las nuevas certezas. No ha tenido demasiado buen tino hasta ahora, a la vista de los acontecimientos, sobre todo de 2022 en adelante.

Si hubo alguna vez ‘macronismo’ ese algo ya no existe. Fue -sí, en pasado- ese intento de Emmanuel Macron de crear un nuevo tercio político: liberal en lo económico pero socialmente sensible, europeísta, pragmático y decidido a superar las viejas fronteras de izquierda y derecha. Durante un tiempo pareció encarnar la promesa de una Francia moderna y reformista, capaz de reconciliar el dinamismo de los mercados con la justicia social. Pero con los años, aquella energía inicial se fue desdibujando: en las últimas encuestas legislativas, la coalición macronista apenas ronda el 19% de intención de voto, muy por detrás de la extrema derecha, que supera el 30%, y de una alianza de izquierdas en ascenso. Entre los jóvenes, el respaldo se ha reducido a cifras marginales -en torno al 4% entre los de 18 a 24 años-. Ya en la actualidad, el macronismo sobrevive más como una idea urbanita y concentrada en poca gente que como un movimiento: un cuerpo político fatigado, sostenido por la inercia del poder, que alguna vez quiso ser el centro luminoso de la República y terminó convertido en su elegante periferia.

El ‘capítulo Lecornu’ es el último de la serie de desdichas. Sí pero no, no pero sí. En tres días el exministro de Defensa pasó de formar Gobierno a dimitir y después a buscar un acuerdo amplio para que Francia tenga presupuestos a final de año. «Mi trabajo ha terminado», dijo después del último paso y de recomendarle a Macron que se diera otros dos días de margen para buscar un nuevo jefe del Ejecutivo. Además, Lecornu hizo un reclamo perfectamente aplicable al presidente: que el nuevo Gobierno no esté pensando en ningún momento en las elecciones presidenciales de 2027. El reto de Francia es mayúsculo y las decisiones son más de película de ciencia-ficción que de un país serio. Tanto que este viernes Macron le volvió a nominar, contra pronóstico. Así que no, su trabajo no ha terminado.

En la UE, por otro lado, Francia ya no es el motor que prometió su presidente que sería. Si Francia estornuda, toda Europa se acatarra. El europeísmo de Macron, con todo, ha sido -y sigue siendo de momento- más un plan para afrancesar la Unión que para europeizar Francia; ha tenido momentos de liderazgo por el vacío en Alemania durante la etapa de Olaf Scholz, pero casi nunca ha acertado del todo; ahora, su nota de ‘salvación’ parece ser un plan de paz para Ucrania que, dados los tiempos, no verá aplicarse desde el Elíseo, si es que se llega a dar. En otros temas como la energía, la ampliación, la economía o la industria su mano ha sido mucho más limitada de puertas hacia dentro de lo que él hace ver cuando sale ante las cámaras.

¿Hay ‘macronismo’ después de Macron? Visto lo visto parece que no. Dentro de su campo, los nombres se multiplican -Gabriel Attal, Edouard Philippe, Bruno Le Maire-, pero ninguno logra encarnar plenamente el espíritu del macronismo ni despertar entusiasmo en un electorado cansado. Las encuestas reflejan esa orfandad: ninguno de sus posibles delfines supera el 10% en intención de voto para las presidenciales, mientras la extrema derecha y la nueva izquierda copan el relato político. Macron, que alguna vez quiso reinventar el centro, parece ahora atrapado en su propia creación: un movimiento tan personalista que ahora no solo se ha despersonalizado como tal, sino que ha vaciado la Francia centrista de significado.

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