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Entendiendo el caos arancelario

Publicado: abril 9, 2025, 12:00 am

NEW HAVEN – La caótica implementación de aranceles a las importaciones estadounidenses por parte de la administración del presidente Donald Trump, dirigidos tanto a aliados como a adversarios, resulta inexplicable.

Como argumenté en un comentario anterior, Estados Unidos persigue ahora objetivos múltiples, a menudo contradictorios. Dadas las tendencias estructurales que impulsan la desindustrialización en las economías avanzadas, la perspectiva de relocalizar la producción manufacturera parece remota.

En cambio, el objetivo más plausible es fiscal. La actual administración estadounidense afirma que los aranceles pueden generar ingresos, de modo que países extranjeros subvencionan, en la práctica, las reducciones de impuestos para los residentes estadounidenses.

Muchos estadounidenses probablemente encuentren este razonamiento convincente. Después de todo, ¿qué hay de malo en priorizar los intereses nacionales?

Sin embargo, y contra lo que muchos pudieran imaginar, este enfoque implica muchos problemas. Para empezar, el razonamiento de la administración Trump ignora la probabilidad, de hecho la ahora certeza, de recibir represalias de los países afectados. Una vez que los socios comerciales respondan de la misma manera (lo que suele ocurrir de inmediato), las ganancias derivadas de los aumentos arancelarios unilaterales disminuirán.

Es cierto que la administración encabezada por Donald Trump confía en que la influencia económica del país es suficiente para preservar sus ventajas a pesar de las contramedidas. Sin embargo, una consecuencia notable de las recientes decisiones políticas es que todos los principales socios comerciales de Estados Unidos se han unido en su contra.

Negociar con una economía pequeña como Colombia es una cosa; pero otra muy distinta es enfrentar simultáneamente las represalias de China, la Unión Europea y los socios del Tratado Comercial entre Estados Unidos, México y Canadá (T-MEC).

Esta dinámica subraya el problema mismo que los acuerdos comerciales multilaterales —primero bajo el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio, más conocido como GATT, y, luego, bajo su sucesora, la Organización Mundial del Comercio— buscaban abordar. Como demostraron los economistas Kyle Bagwell y Robert W. Staiger en un artículo fundamental de 1999, “Una teoría económica del GATT”, los acuerdos comerciales existen para resolver un clásico dilema del prisionero: las grandes economías tienen un incentivo para imponer aranceles unilaterales para mejorar sus términos de intercambio, pero si todos los países adoptan este comportamiento, el resultado es una competencia a la baja que perjudica a todos.

La reciprocidad y el principio de nación más favorecida (no discriminación entre socios comerciales) se institucionalizaron para prevenir este escenario. Estos principios sustentaron un sistema que funcionó eficazmente durante décadas, hasta que fue atacado a mediados de la década de 2010. Si bien la reacción contra el multilateralismo tuvo múltiples orígenes, la intensificación de la rivalidad entre Estados Unidos y China y el resurgimiento de consideraciones geopolíticas desempeñaron un papel decisivo.

El sistema comercial de posguerra se basaba en el supuesto de que los países buscaban naturalmente maximizar su propio bienestar económico. Sin embargo, en los últimos años, la política comercial estadounidense se ha visto cada vez más impulsada por un motivo diferente: impedir el ascenso económico de sus competidores, especialmente de China. Este objetivo ha prevalecido incluso sobre la prosperidad de los ciudadanos estadounidenses. Desde esta perspectiva, la actual estrategia arancelaria de Trump parece más coherente. Puede que no beneficie a la economía estadounidense, pero eso no viene al caso. El propósito es perjudicar a otros.

Este cambio plantea una pregunta fundamental: en un mundo cada vez más marcado por la rivalidad geopolítica, ¿está obsoleto el actual sistema multilateral de comercio? Quizás sorprendentemente, un documento de trabajo reciente sugiere que no es así.

A menos que Estados Unidos (o cualquier otra economía importante) no valore su propio bienestar, sigue existiendo un fuerte incentivo para negociar y cooperar internacionalmente. Los resultados específicos de las negociaciones, como los niveles arancelarios, pueden cambiar, pero la lógica subyacente de la coordinación económica global permanece intacta.

Incluso cuando los países están motivados no solo por el bienestar económico absoluto, sino también por su posición relativa (una mentalidad que a menudo conduce a políticas diseñadas para perjudicar a sus rivales), aún existen razones para negociar. Los países tienen interés en buscar “mejoras de Pareto”: resultados que aumenten su propio bienestar sin necesariamente empeorar la posición de sus competidores. Esto es precisamente lo que facilitan los acuerdos multilaterales. La cooperación solo tendría sentido si los países buscaran victorias pírricas que perjudicaran a sus rivales, sin importar el costo para ellos.

Mientras persista la lógica de la cooperación, el marco institucional que sustenta el comercio global debe adaptarse. El mismo documento de trabajo sugiere que estamos presenciando un “desmoronamiento” del orden comercial liberal, un reajuste necesario que permite la renegociación bajo las nuevas realidades geopolíticas. De ser así, la escalada actual de las tensiones comerciales podría verse como una transición dolorosa pero temporal hacia un marco multilateral revisado que refleje mejor la evolución del equilibrio de poder.

Esta interpretación da pie a un optimismo cauteloso. Si la transición se gestiona eficazmente, podría conducir a un nuevo sistema de comercio global políticamente viable. Pero también existen riesgos significativos. El proteccionismo y el nacionalismo económico causarán daños a largo plazo si se descontrolan. Si la política comercial se convierte simplemente en un instrumento de lucha geopolítica, el espacio para la cooperación podría desaparecer por completo. La historia está llena de consecuencias imprevistas. Solo cabe esperar que los líderes actuales reconozcan lo que está en juego antes de que sea demasiado tarde.

La autora

Pinelopi Koujianou Goldberg, execonomista jefe del Grupo del Banco Mundial y editora en jefe de American Economic Review, es profesora de Economía en la Universidad de Yale.

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