A lo largo de los últimos años, varios estudios han ido detectando la presencia de microplásticos en nuestros pulmones, hígado, sangre, corazón, testículos, pene e incluso en la placenta de los bebés. Recientemente, otro estudio también los encontró en el bulbo olfatorio, una región del cerebro humano.
El trabajo en cuestión, publicado en JAMA Network, consistió en el análisis post mortem de muestras de tejido de dicho área del cerebro de 15 individuos, de los cuales ocho presentaban microplásticos. El más abundante era el polipropileno, usado típicamente en el empaquetamiento de la comida y en botellas de agua.
Así dañan a nuestra salud los microplásticos
En el momento en el que nos encontramos sólo estamos empezando a comprender las consecuencias que la presencia de estos microplásticos en nuestros tejidos puede acarrear para nuestra salud. No obstante, ya estamos comenzando a ver algunos indicios ciertamente preocupantes.
Por ejemplo, en marzo de este año una investigación encontró que la presencia de microplásticos en las placas de la arteria carótida (depósitos de grasa que se forman en este vaso sanguíneo) se asocia con un riesgo incrementado de morir por eventos cardiovasculares severos, como son el infarto de miocardio o el ictus.
Similarmente, tenemos evidencias de que la presencia de microplásticos podría asociarse con un crecimiento y diseminación más rápidos de las células tumorales en el hígado. Incluso, parece que podrían contribuir a fenómenos como la resistencia a los antibióticos.
Respecto de la detección de microplásticos en tejidos reproductivos y fetales, algunos estudios sobre animales (como los publicados en Toxicology y Journal of Hazardous Materials) han concluido que la exposición a microplásticos podría causar toxicidad reproductiva, con efectos como reducciones en el conteo espermático o disrupciones hormonales. Estas nociones, eso sí, aún deben confirmarse en estudios sobre seres humanos.
¿Cómo llegan al cerebro?
Una cuestión interesante de la detección de partículas de plástico específicamente en el bulbo olfatorio es que ofrece una ruta de entrada de estos materiales alternativa a la barrera hematoencefálica (los mecanismos de nuestro cuerpo que regulan el intercambio de sustancias entre la sangre y el cerebro, notoriamente difícil de cruzar).
En este caso, es posible que los plásticos observados hayan alcanzado el cerebro por inhalación, en lugar de por ingesta. Esto implicaría, a su vez, que simplemente respirar en ciertos espacios interiores podría ser una fuente importante de contaminación por microplásticos en el cerebro.
Si la evidencia acerca del efecto negativo de los microplásticos en la salud humana es de momento escasa, aún más lo es la que se refiere específicamente al cerebro y la salud neurológica. No obstante, los estudios sí que apuntan, por ejemplo, a una conexión entre la inhalación de partículas contaminantes y trastornos neurodegenerativos como el párkinson o la demencia.
Los materiales plásticos son ya prácticamente ubicuos en nuestro entorno, por lo que se antoja muy difícil (si no imposible) prevenir la exposición a la contaminación por sus partículas. Sea como sea, lo que ya sabemos hasta el momento justifica convertir este problema ecológico en una preocupación de salud pública de primer orden, y hace evidente la necesidad de tomar medidas urgentes y drásticas para reducir el daño que podrían estar causando a millones de personas.
Referencias
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Raffaelle Marfella, Francesco Prattichizzo, Celestino Sardu, Gianluca Fulgenzi, Laura Graciotti, Tatiana Spadoni, Nunzia D’Onofrio, Giuseppe Paolisso et al. Microplastics and nanoplastic in Atheromas and Cardiovascular Events. The New England Journal of Medicine (2024). DOI: 10.1056/NEJMoa2309822
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