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Si hemos llevado a cabo unas cuantas acciones malas pero después las hemos compensado con otras tantas acciones buenas, ¿nuestra balanza de la justicia está equilibrada? ¿Se pueden compensar el bien y el mal?
Un pregunta ciertamente difícil, sin duda. Gracias a nuestra libertad, es decir, a la posibilidad de elegir entre varias acciones, podemos hacer frente a las consecuencias de nuestros actos. Esto es la responsabilidad (que, etimológicamente, remite a respuesta –response–) de poder ofrecer una contestación a la pregunta: ¿por qué hiciste eso?
Esta cuestión, evidentemente, no se la planteamos a un animal que actúa exclusivamente por instinto, pues no tiene opción de elegir. La capacidad de razonar no es solo poder solucionar problemas de matemáticas, sino también, como nos hizo saber Aristóteles, la facultad para elegir bien entre las alternativas que tenemos. Es decir, no es únicamente un asunto teórico sino también práctico.
Preguntemos a Emilia Pérez por qué lo hizo. En la película homónima (2024, Jacques Audiard) de reciente estreno, un narcotraficante apodado “Manitas” cambia de sexo y comienza una nueva vida como Emilia Pérez. Por diversas circunstancias regresa al entorno del que en un primer momento quiso huir y repara en los horribles actos que llevó a cabo. Con la intención de redimirse, empieza a realizar buenas acciones, a tratar de ayudar a la gente.