Publicado: octubre 19, 2025, 1:30 am
Los tendales son un espejo casi completo de la condición humana. Están los que colocan sus prendas por tamaños y por tonalidades. O los que no permiten jamás que un calcetín eche de menos a su pareja. Tampoco pueden disimularlo aquellos que dejan que el azar haga el trabajo. Su trabajo.
En un tendal cualquiera, se ve quién habita el caos y quién coloca la pinza en la doblez exacta para minimizar esa marca que luego no hay humano capaz de quitarla. Ni con la plancha repleta de vapor.
Qué retrato ejercen de nosotros mismos los tendales sin darnos cuenta. Los que vemos. Y los que no vemos, que esa es otra. Porque la mayoría no tendemos la ropa donde queremos, sino donde podemos. Como la vida misma.
El mapa de la ropa tendida merma en las colmenas de minipisos, en los que el tendedero portátil preside el salón y los radiadores son, a menudo, soporte perfecto de secado rápido.
Caso aparte son los chalets. Allí la lavadora dispone de apartamento propio. O las urbanizaciones que encierran piscinas. La arquitectura que invita a creernos autosuficientes, sin ser nada de eso, oculta los tendederos detrás de celosías y cristales que permiten que corra el aire. Más cómodo. Más estético. O eso pensamos cuando nos ponemos finos.
Porque, en realidad, es más artístico el espectáculo de la ropa tendida, siempre igual y siempre distinta en su escenario de tiovivos de cuerdas suspendidas de las ventanas. Algunos hasta cuentan con impermeable a medida. Otros, en cambio, solo son sogas compartidas con los vecinos de enfrente. Y con los de abajo, si se te cae un calzoncillo en un sobresalto.
La ropa tendida es la gran bandera de nuestros barrios. Puede tener forma de camisa, de pantalón, de mallas o de bragas. Da igual su figura, su procedencia, sea de mercadillo o de Yves Saint Laurent: cuando se ondean las prendas al unísono, desperdigan por el aire ese refrescante aroma a suavizante concentrado que nos traslada a la felicidad de dormir en sábanas limpias. Hay olores que son infalibles para sentir la serenidad del hogar. Aunque estemos en una calle que jamás habíamos pisado antes. Quizá porque en lo esencial no somos tan diferentes. Tal vez la cotidianidad se resume en los órdenes y desórdenes de un tendal sostenido con sus buenas pinzas de colores.