Publicado: abril 22, 2025, 6:30 am
En los últimos días hemos perdido a dos personalidades de tamaño universal, Mario Vargas Llosa y el Papa Francisco. Con recorridos y empeños en la vida bien distintos, y hasta divergentes, la huella que ambos han dejado a su paso les sobrevivirá durante largo tiempo. Personalidades capaces de cambiar el rumbo de la creación literaria o de la forma de caminar en la fe cristiana de millones de personas son las que consiguen que el dolor de su despedida albergue también algún brillo de esperanza.
El escritor y el Pontífice perseguían mundos muy diferentes. El primero nos dejó sus colosales novelas para seguir indagando en nuestra condición humana mientras su trayectoria vital le llevó a militar en un liberalismo cada vez más egoísta. El segundo, sin aptitudes artísticas, ha legado desde su influyente posición un mensaje cargado de humanidad que pretende reconciliar al catolicismo con la solidaridad y la justicia tantas veces olvidadas en su Iglesia.
Vargas Llosa llegó a censurar al Papa por sus críticas al capitalismo como insolidario y deshumanizante, cruel con los débiles y amenazante para el planeta, defendiendo que es el único sistema que garantiza la libertad. Afortunadamente, sus discursos políticos nunca lograron el éxito de sus obras literarias mientras que las llamadas de Francisco a un mundo más justo e igualitario han resonado ante los principales mandatarios del mundo. Hasta qué punto han permeado los muros del Vaticano solo lo comprobaremos cuando se conozca el nombre de su sucesor.
El dolor de la despedida siempre busca alivio en la trascendencia. Muchos la sitúan en la fe y las religiones, otros, en la incidencia del legado. Yo me quedo con las vidas que seguiremos viviendo a través de las lecturas de Vargas Llosa y con la doctrina social de Francisco a la que podrán apelar los católicos de buena fe para iluminar las suyas. Que nuestro cada vez más convulso e inabarcable mundo alumbre personalidades de la talla de los que despedimos estos días debería alimentar también nuestra esperanza.