Publicado: noviembre 23, 2025, 3:50 am
Durante la última década, el comportamiento del ahorro en España ha atravesado una auténtica montaña rusa. Tras el shock de la pandemia, que elevó de forma abrupta la tasa de ahorro hasta niveles inéditos en medio siglo, los hogares españoles comenzaron a gastar de nuevo, impulsados por la recuperación del consumo y la necesidad emocional de volver a la normalidad. En los últimos dos años el ahorro ha vuelto a moderarse, aunque se mantiene en cotas relativamente elevadas en comparación histórica. Este aparente equilibrio esconde profundas transformaciones en el perfil del ahorrador y en la forma en que las familias gestionan su patrimonio, condicionadas por la inflación, los tipos de interés, el encarecimiento de la vivienda y los cambios demográficos. Según Miguel Cardoso, economista jefe para España de BBVA Research, «la tasa de ahorro cayó en 2021 y 2022, principalmente como resultado de la reducción de la incertidumbre ligada al impacto de la COVID, la recuperación del consumo de las familias -sobre todo en servicios- y una política monetaria más expansiva». No obstante, en los últimos trimestres se observa cierta estabilización «en niveles históricamente elevados, entre el 12 y el 13% de la renta bruta disponible, frente al promedio histórico del 8 o 9%». Este nivel, explica, responde a varios factores: la concentración del aumento de la renta en colectivos con baja propensión a consumir -personas mayores o inmigrantes-, los tipos de interés más altos, los cambios en las preferencias tras la pandemia y la percepción de que «no se está abordando la consolidación fiscal, lo que genera cautela ante la posibilidad de mayores impuestos o menor gasto público». A ello se añade un fenómeno nuevo: «la acumulación de ahorro para poder acceder a una vivienda en propiedad, en un entorno donde el alquiler es relativamente caro». El análisis de Funcas apunta en esa dirección, pero con matices. Francisco Rodríguez, director de Estudios Financieros de la fundación, subraya que 2025 ha sido un año de vaivenes: «La tasa de ahorro descendió en el primer trimestre, cuando el consumo creció más que la renta, pero volvió a repuntar en el segundo. En cualquier caso, España sigue situándose por encima de la media de la zona euro». No obstante, persiste-advierte- una brecha preocupante entre la renta disponible y la capacidad de ahorro real. «La inflación, aunque más moderada que en 2022 y 2023, continúa restando poder adquisitivo. El empleo se encuentra en máximos históricos, pero el paro sigue siendo elevado en comparación con Europa y la temporalidad limita la estabilidad de muchos hogares. Además, el fuerte encarecimiento de la vivienda, especialmente en alquiler, absorbe una parte creciente de la renta y reduce el margen para el ahorro». A esa presión sobre los presupuestos familiares se suma el contexto de tipos de interés. La etapa de endurecimiento monetario -con subidas históricas del BCE- devolvió atractivo a los depósitos, pero también generó un desplazamiento temporal en las decisiones de inversión. Rodríguez reconoce que «existe un sesgo estructural hacia la liquidez y la seguridad» en los hogares españoles, y que el peso de los depósitos sigue siendo predominante. Sin embargo, la bajada progresiva de tipos podría «incentivar una mayor diversificación hacia fondos o planes de inversión». Una tendencia incipiente que, en su opinión, dependerá en gran medida de los avances en educación financiera: «Los datos muestran mejoras, especialmente entre jóvenes y hogares con mayor nivel de renta, aunque persiste una gran heterogeneidad. La relación entre mayor alfabetización financiera y un mejor comportamiento de ahorro e inversión está bien acreditada». Esa heterogeneidad se refleja también en la composición generacional del ahorro. Cardoso apunta que el aumento reciente del ahorro «ha sido particularmente importante en las generaciones activas que se acercan a la jubilación o que ya se han retirado». No resulta extraño: «Vivimos en un contexto de elevada incertidumbre y de reforma del sistema de pensiones. La inflación ha reducido el valor real de muchos activos y ha cambiado la percepción de las familias sobre si lo acumulado es suficiente para una jubilación tranquila». La revalorización de las pensiones, recuerda, ha permitido además que muchos jubilados sigan ahorrando sin recortar significativamente su consumo. Pero el envejecimiento demográfico seguirá teniendo un papel central en los próximos años. Rodríguez advierte que «una sociedad con más de una quinta parte de su población por encima de los 65 años tiende a preferir instrumentos conservadores -depósitos, seguros, rentas vitalicias- frente a activos de mayor riesgo». El informe anual del Observatorio del Ahorro de Inverco confirma esa preferencia por la seguridad, aunque detecta un giro, lento pero sostenido, hacia productos más sofisticados. José Luis Manrique, director de Estudios de la asociación, lo resume así: «La cultura del ahorro en España ha estado centrada históricamente en el ahorro inmobiliario y los depósitos bancarios. A día de hoy, el 70% de la riqueza total de los hogares la constituyen los inmuebles, y cambiar esa propensión al ladrillo es muy complicado, porque parece estar en el ‘gen’ español». Sin embargo, dentro del 30 % restante -el ahorro financiero- «se notan cambios muy positivos». En los últimos años, los fondos de inversión «han multiplicado por tres su ponderación en el total de ahorro de los hogares, prueba clara del interés creciente hacia productos de valor añadido». Para Manrique, la educación financiera «está siendo una palanca fundamental de este cambio», aunque reconoce que aún «hay mucho recorrido». La búsqueda de rentabilidad en un entorno de inflación persistente ha empujado a muchos ahorradores a asumir algo más de riesgo. Los depósitos siguen rondando el billón de euros, pero su crecimiento es casi nulo, mientras que los fondos de inversión continúan ganando peso en las carteras familiares. «Es lógico que un ahorrador conservador cuyo objetivo sea la preservación del capital elija los productos en los que se sienta cómodo -afirma Manrique-, pero es esencial que entienda la diferencia entre preservar el capital y preservar su poder adquisitivo». Las nuevas generaciones aportan otro matiz relevante. «Las competencias digitales de los jóvenes -explica Manrique- están modificando la forma de contratar productos financieros o de informarse sobre ellos». Aunque el Barómetro de Inverco confirma que hay más perfiles dinámicos entre los menores de 35 años, «la mayoría, un 45 %, se define aún como conservadora, y la evidencia demuestra que esa prudencia aumenta con la edad y con la capacidad de ahorro». Aun así, la digitalización, junto con la sostenibilidad y la planificación previsional, marcarán el perfil del ahorrador de la próxima década. «En un entorno de incertidumbre sobre la suficiencia de las pensiones públicas -advierte-, el ahorro privado para la jubilación va a ganar protagonismo. Por eso sería recomendable que desde la administración se promoviera la previsión complementaria con medidas como la recuperación de los incentivos fiscales a los planes de pensiones o la adscripción automática a planes de empresa, como ocurre en otros países europeos». Los tres expertos coinciden en que la política económica tendrá un papel clave en la capacidad de las familias para ahorrar. Cardoso recuerda que «parte de la solución pasa por una mejor regulación del mercado inmobiliario que incentive la inversión en alquiler, y por dar certidumbre sobre la deuda pública y la consolidación fiscal». A su juicio, el elevado nivel de ahorro derivado del envejecimiento demográfico «es también una oportunidad para canalizar recursos estables hacia actividades productivas», siempre que se desarrollen «mercados de capitales capaces de financiar el crecimiento de las empresas, su transformación tecnológica y sus procesos de innovación». En paralelo, añade, «hay que reducir los costes de inicio y operación de las empresas, simplificar procesos administrativos y atacar los cuellos de botella en la producción de vivienda nueva». También considera fundamental «resolver los problemas de escasez de mano de obra y productividad mediante una reforma profunda de las políticas de empleo, formación y migración». Rodríguez coincide en que el reto no es solo macroeconómico sino cultural. «Los hogares españoles siguen mostrando una gran prudencia financiera, lo cual es positivo en términos de estabilidad, pero también limita la canalización del ahorro hacia instrumentos que financien la economía real». Funcas ve oportunidades en el actual escenario: «El desapalancamiento de hogares y empresas deja margen para reconstruir ahorro neto; el empleo sigue en niveles elevados y la inflación se ha moderado, lo que puede favorecer una recuperación gradual de la capacidad de ahorro». Si se acompaña de una mejora en la educación financiera, insiste, «hay potencial para que los hogares diversifiquen más su patrimonio y planifiquen mejor a largo plazo». Manrique apela a un cambio de mentalidad: «O deberíamos ahorrar lo que sobre después de gastar, sino gastar lo que nos sobre después de decidir cuánto queremos ahorrar». Una máxima sencilla pero difícil de aplicar en un país donde el coste de la vida presiona los bolsillos y la incertidumbre sobre el futuro invita a la cautela.
