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El James Webb descarta la posibilidad de vida en el planeta TRAPPIST-1 b

Publicado: agosto 16, 2025, 9:00 pm

Desde el mismo momento en que se anunció su descubrimiento , el 22 de febrero de 2017, el sistema TRAPPIST-1 se convirtió en una de las mayores esperanzas para los astrobiólogos. Y no era para menos: siete mundos rocosos , siete, más o menos del tamaño de la Tierra, a ‘solo’ unos 40 años luz de distancia y todos orbitando alrededor de una diminuta y fría estrella enana roja. El espectacular hallazgo, conseguido gracias al ya retirado Telescopio Espacial Spitzer de la NASA, supuso para los científicos un auténtico tesoro de información . Y les dio la sensación de que el gran momento, el de encontrar vida fuera de nuestro mundo, estaba cerca. De repente, en efecto, teníamos no uno, sino siete candidatos de mundos similares al nuestro para analizar. El planeta en el que ahora se ha centrado la atención de los investigadores es TRAPPIST-1 d, el tercero de la familia, situado justo en el borde de la llamada ‘zona habitable’ , la estrecha franja orbital alrededor de una estrella donde las temperaturas son adecuadas para que pueda existir agua líquida. Aquí, en el Sistema Solar, esa zona está ocupada por la Tierra, mientras que Marte, que está fuera de ella y más lejos del Sol, es un planeta helado, y Venus, que también está fuera pero en el borde interior, más cerca de nuestra estrella, es un infierno con temperaturas medias de 400 grados . Ni que decir tiene que la zona habitable no está siempre a la misma distancia, sino que varía de estrella a estrella, según sea su temperatura. Y también, como veremos enseguida, de su ‘carácter’. En el caso de TRAPPIST-1 d, una estrella mucho más pequeña y fría que la nuestra, la zona de habitabilidad se encuentra extraordinariamente cerca, apenas al 2% de la distancia que separa a la Tierra del Sol. Su año, de hecho, dura tan solo cuatro días terrestres. Pero para saber si ese mundo tiene alguna posibilidad de albergar vida teníamos que ser capaces de analizar su atmósfera, algo que hasta ahora no ha sido posible. Con el lanzamiento del Telescopio Espacial James Webb (JWST) , sin embargo, la humanidad consiguió por fin una herramienta capaz de asomarse a las atmósferas de estos esperanzadores mundos. Y los resultados no se han hecho esperar. En un estudio recién publicado en ‘The Astrophysical Journal’ y liderado por la astrofísica Caroline Piaulet-Ghorayeb, de la Universidad de Chicago, el veredicto ha sido tan claro como desalentador: TRAPPIST-1 d no tiene una atmósfera protectora similar a la de la Tierra. El instrumento NIRSpec del Webb, un espectrógrafo infrarrojo diseñado especialmente para estos menesteres, no encontró, en efecto, las firmas moleculares de gases como el vapor de agua, el metano o el dióxido de carbono. La conclusión de Piaulet-Ghorayeb es tajante, y marca un hito en la búsqueda de ‘gemelos’ de nuestro mundo: «Podemos descartar a TRAPPIST-1 d -afirma- de la lista de potenciales gemelos o ‘primos’ de la Tierra». Pero, ¿qué significa realmente esta no-detección? Los científicos barajan tres escenarios posibles, cada uno con sus propias implicaciones. En primer lugar, podría ser que TRAPPIST-1 d tenga, en realidad, una capa de gases tan fina, similar a la que rodea a Marte, que el Webb simplemente no pudo detectarla. Pero aunque así fuera, y a pesar de que técnicamente sería una atmósfera, seguiría siendo demasiado tenue para retener agua líquida en la superficie o para proteger cualquier forma de vida. Una segunda posibilidad, más intrigante, sería que el planeta esté envuelto en una densa capa de nubes a gran altitud, parecida a la que oculta la superficie de Venus. Estas nubes actuarían como un velo, bloqueando las señales de los gases que se encuentran debajo y que el telescopio busca con tanto ahínco. Por último, el tercer escenario y, según los investigadores, el más probable, es que TRAPPIST-1 d no sea más que una simple roca estéril, un mundo desnudo y desolado y sin ninguna protección. Un destino no tan extraño para un planeta en las inmediaciones de una enana roja. Esta última posibilidad nos lleva a una de las grandes lecciones que nos está dando el sistema TRAPPIST-1. Aunque las enanas rojas son el tipo de estrella más común en nuestra galaxia (ocho de cada diez son de este tipo), su naturaleza es a la vez una bendición y una maldición para la vida. Por un lado son estrellas longevas y estables, que arden durante muchos miles de millones de años, dando a sus planetas mucho más tiempo del que tuvo la Tierra para que la vida florezca. Sin embargo, también son estrellas increíblemente volátiles. TRAPPIST-1, en efecto, como muchas de sus hermanas, es propensa a liberar fulguraciones de alta energía, erupciones solares masivas que bombardean a sus planetas con enormes oleadas de radiación. Imaginemos que nuestro Sol, sin previo aviso, arrojara una llamarada de rayos X y partículas a la Tierra con la fuerza de cientos de bombas atómicas. Estas erupciones, según han demostrado estudios previos, son auténticos ‘zarpazos’ capaces de despojar de su atmósfera incluso a los planetas más robustos. La no detección de una atmósfera en TRAPPIST-1 d, por lo tanto, podría ser la prueba de que el ‘mal humor’ de su estrella anfitriona ha sido demasiado para él. Es una prueba de que la habitabilidad de un mundo no solo depende de la distancia a la estrella, sino también de su carácter. A pesar del resultado, la búsqueda de vida en el sistema TRAPPIST-1 está lejos de terminar. Los científicos ya están dirigiendo el James Webb hacia los planetas exteriores del sistema: TRAPPIST-1 e, f, g y h. Estos mundos, al estar más alejados de la estrella, podrían tener más posibilidades de haber conservado sus atmósferas, lejos del brutal ataque de las fulguraciones. Por eso, la esperanza de encontrar agua y otros componentes atmosféricos en estos planetas sigue intacta, aunque su mayor distancia los hace más difíciles de observar. El descubrimiento, por lo tanto, no es un fracaso sino un paso importante para entender qué es exactamente lo que hace especial a nuestro planeta. Como explica Ryan MacDonald, coautor del estudio, «Gracias al Webb, ahora sabemos que TRAPPIST-1 d está muy lejos de ser un mundo hospitalario. Estamos aprendiendo que la Tierra es aún más especial de lo que creíamos». Mientras los científicos ‘exprimen’ toda la información posible de TRAPPIST-1, a búsqueda de otros mundos habitables no se detiene. James Webb ya nos ha ofrecido pistas sobre otros exoplanetas fascinantes. Por ejemplo, en 2023, nos permitió asomarnos a K2-18 b, un planeta clasificado como ‘hicéano’, un mundo acuático con una atmósfera rica en hidrógeno que mostró la presencia de vapor de agua y metano. Y aunque no es un planeta rocoso como la Tierra, abre la puerta a la existencia de un tipo de mundo habitable completamente diferente. Otro caso reciente es el de LHS 475 b, un exoplaneta del tamaño de la Tierra que orbita una enana roja aún más fría de TRAPPIST-1 y cuyo estudio de su atmósfera está en curso. Ninguno de estos mundos ha resultado ser un ‘gemelo’ de la Tierra, pero no cabe duda de que todos ellos son ‘laboratorios naturales’, que nos enseñan una lección tras otra sobre los ingredientes y las condiciones necesarias para que la vida surja. La búsqueda, por lo tanto, continúa. Y el James Webb, con su ojo infrarrojo, sigue siendo nuestra mejor lupa para esta fascinante labor de detective.

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