Publicado: abril 11, 2025, 2:30 am
Creo no equivocarme al afirmar que Donald Trump es ahora el tipo más odiado del mundo. Lo es incluso superando a personajes tan detestables como Vladimir Putin o Benjamin Netanyahu, que han mostrado un grado superlativo de criminalidad y desprecio por la vida humana. Tipos que campan por sus respetos como si la maldad les proporcionara prestigio y gloria. Trump sin invadir aún país alguno ni bombardear escuelas u hospitales consigue auparse a la cabeza de los seres más abominables al ocasionar, de forma deliberada, un daño económico sin precedentes a la práctica totalidad del planeta .
Directa o indirectamente son pocos los ciudadanos en el mundo que no se ven seriamente perjudicados por la guerra arancelaria que ha desatado con unos argumentos tan precarios y mendaces como insultantes. Con la patochada del «día de la liberación» nos llamó ladrones mientras implantaba una suerte de autarquía comercial que ha puesto en solfa la viabilidad de cientos de miles de empresas y de millones de puestos de trabajo. Todo eso para conseguir, según dijo, que «le besen el culo».
El hundimiento provocado en los mercados financieros no solo empobrece las grandes compañías que operan en bolsa, también muerde la rentabilidad de los fondos en los que invierten los pequeños ahorradores, esa gente que tacita a tacita pone su dinero para tener un colchón con el que afrontar cualquier adversidad o disfrutar de una economía más holgada. Con mayor o menor incidencia, según la pericia de sus gestores, y con matices tras la marcha atrás del miércoles, los planes de pensiones han sufrido serios recortes por la delirante iniciativa del visionario de la Casa Blanca.
Convulsión de la que son víctimas los propios ciudadanos estadounidenses y en particular sus compañías tecnológicas que, junto a los lideres de la ultraderecha europea, como Santiago Abascal, que ahora no sabe dónde esconderse, tanto le besaron a Trump el trasero. El mundo tiene un serio problema y los norteamericanos uno bastante mayor. Estados Unidos está perdiendo el crédito y la admiración de que ha gozado en los últimos cien años como la gran democracia liberal hegemónica, aunque no siempre dio ejemplo de respeto a los derechos y libertades de los demás .
Las deportaciones arbitrarias a las cárceles salvadoreñas de Bukele y el trato que depara a los inmigrantes, sin que ningún tribunal parezca capaz de pararle los pies, desata el pánico entre los residentes extranjeros y visitantes devaluando la marca América. La detención de una estudiante turca , residente legal que estudiaba un doctorado en la Universidad de Massachusetts, por agentes de inmigración enmascarados que la acusaron de escribir un ensayo a favor de Palestina, atemoriza a muchos potenciales turistas que prefieren no viajar a Estados Unidos por si acaso.
Esto se ha traducido en un descenso radical en el número de reservas de viaje, sobre todo de visitantes europeos. La cadena Accor , que posee 45 marcas de hoteles, cifra esa caída de reservas en un 25% desde que Trump ha iniciado su ofensiva xenófoba. Una parte considerable de quienes renuncian a visitar ahora Estados Unidos prefieren hacer turismo en Canadá, donde no temen acabar detenidos por «error» y encarcelados por Bukele. Algo parecido ocurre con miles de científicos europeos y latinoamericanos que investigan en Norteamérica y que están sufriendo recortes salvajes, censuras y despidos ideológicos. Según un estudio de la revista Nature, tres de cada cuatro investigadores norteamericanos están considerando el marcharse de Estados Unidos. No todos están dispuestos a besar el culo de Trump.