Publicado: octubre 6, 2025, 2:00 am
En un mundo donde la medicina presume de precisiones moleculares y terapias de vanguardia, el cáncer se revela cada vez más como una lotería cruel, cargada de dados falsos. No es casualidad que en México y en gran parte del planeta, esta enfermedad se incline con saña hacia quienes menos tienen y hacia las mujeres pobres que cargan con el peso invisible de la desigualdad.
Cáncer de mama, cáncer de cérvix y cuello uterino, esos verdugos silenciosos que, según datos del Global Burden of Disease 2023 del IHME (ante la falta de un registro de cáncer en México), representan 35% de las muertes por cáncer en mexicanas mayores de 25 años. Pero hay otro giro siniestro: el cáncer de colon y recto, que irrumpe ahora entre adultos jóvenes, como un recordatorio de que el mal no respeta edades, solo vulnerabilidades. Si no actuamos, esta nueva etapa oncológica no será solo una crisis de salud, sino un escándalo de justicia social.
Rafael Lozano Ascencio, profesor emérito de la Universidad de Washington y titular en la UNAM, lo dijo sin rodeos en su ponencia en el Coloquio Mission Early, organizado por All Can en la UNAM: el cáncer es «una enfermedad de pobres». No porque los ricos estén inmunes —al contrario, su acceso a tratamientos caros les regala años—, sino porque la brecha en el acceso determina quién sobrevive y quién se despide en silencio. En México, de 55,000 muertes por cáncer en mujeres mayores de 25 años en 2023, una de cada tres fue prevenible. Idealmente, el 85-90% de esas muertes podrían evitarse con políticas «río arriba», como Lozano denomina a las intervenciones que atacan las raíces, la prevención primaria: contaminación, dietas tóxicas, tabaco y alcohol desregulados. Tomemos el cáncer de mama (CAMA) y el cervicouterino (CACU), los más letales para las mexicanas. En 2023, sumaron 19,500 muertes en México, con tasas que escalan en estados donde la pobreza se extiende más. Para el CAMA, la mastografía —que es prevención secundaria, con sus asegunes por la barrera de una adecuada interpretación— salva vidas, pero traslada la culpa al individuo: «Ve al chequeo, atiende tu cuerpo». Lozano critica esta narrativa: el verdadero frente está en reducir obesidad, alcohol y hormonas innecesarias, exigiendo regulaciones alimentarias y entornos activos. En México, la incidencia de CAMA sigue en ascenso: de 10,000 casos en 1990 a 25,000 en 2024; la tasa ajustada por edad está en 30-40 por cada 100,000 mujeres. La mediana de edad de diagnóstico pasó de 48.8 a 51.9 años, reflejando un envejecimiento poblacional que no explica todo; la desigualdad, sí.
Pero el más inentendible es cáncer de cérvix y útero (CaCu). Es el único cáncer que hoy podría ser eliminado -es prevenible con vacunación-, pero en México ocupa la segunda causa de cáncer y muerte en edad reproductiva: 28 diagnósticos y 13 defunciones cada día.
Lucely Zetina, oncóloga del Instituto Nacional de Cancerología (InCan) y fundadora del Programa Micaela, con más de 100 publicaciones sobre el tema, lo pinta crudo: en un estudio retrospectivo de 4,000 casos en INCAN (2003-2016), el 74% de las afectadas eran de bajo nivel socioeconómico, el 50% rurales o sin escolaridad y el 80% llegaban en etapas avanzadas. ¿Por qué? Barreras sociodemográficas, falta de difusión y servicios precarios. La cobertura de detección ronda el 70-89%, pero ¿dónde está el impacto en incidencia? En la nada, fallamos en implementación.
Además, este cáncer es discriminado. La industria farmacéutica lo ignora: mientras el mama o pulmón acumulan miles de estudios y terapias (trastuzumab, inmunoterapias, etc), el CACU tiene solo 164 ensayos globales, decenas en fases clínicas, concentrados en países ricos. ¿Por qué invertir en un mal de pobres? Gobiernos como el nuestro priorizan la «detección oportuna», pero escatiman en vacunas universales.
Como Lozano lo resume: hoy el cáncer es cada vez más una enfermedad de pobres.