Publicado: octubre 19, 2025, 3:30 am
Sucedió el 7 de octubre de 2023 en la zona limítrofe del Estado de Israel con la Franja de Gaza: la matanza de más de 1200 judíos y el secuestro de 251 rehenes en un escenario dantesco de disparos, violaciones, decapitaciones y mutilaciones de las que no se libraron ni hombres ni mujeres ni niños. El episodio, que se prolongó dos días, por su magnitud criminal y sádica, no tiene precedentes desde la Shoa, pero su segundo aniversario ha pasado rodeado de un estruendoso silencio por parte de esa misma izquierda que nos ha impuesto a los españoles una paradójica huelga general ‘por la paz en Gaza’ durante la semana que concluye y durante los mismos días en los que se produce un acuerdo internacional ¡por la paz en Gaza’, que solo ha roto Hamás con sus represalias sanguinarias tras la retirada de las tropas israelíes.
El 7 de octubre de 2023 no existió para ese raro pacifismo que quiere guerra, como tampoco existió esa fecha terrible en el homenaje que, en vísperas de su segundo aniversario, el Athletic Club rindió a la ‘lucha palestina’ durante el partido que su equipo jugó en mi ciudad con el mallorquín. El estadio de San Mamés vibró (así lo decía la prensa) con las banderas y pañuelos palestinos. Vibró como no lo había hecho nunca por los más de 850 asesinados y los 2.600 heridos por ETA. Esto último no toda la prensa lo dijo por esa delicadeza mal entendida que aconseja ‘por la paz un Padrenuestro’ aunque ese Padrenuestro no sea exactamente por la paz.
La verdad es que el fenómeno no es nuevo. En las fotos que guardan las hemerotecas de las dos últimas décadas de ETA, se mezclan con inusitada frecuencia las ikurriñas y las kufiyas dando una muestra bien gráfica de esa «pacífica solidaridad» que clama «del río hasta el mar». ¿Quién esta mirando aquí para otro lado?
No. Ni una palabra sobre el ataque realmente genocida de Hamás a Israel se oyó en ese acto propalestino de la Villa del Nervión. Como tampoco se oyó de los sindicatos que convocaron la huelga general del pasado miércoles ni en las soflamas que pedían guerra en nombre de la paz. Y yo me he acordado estos días de los manifiestos que redactamos contra ETA en el País Vasco de los llamados ‘años de plomo’. En aquellos textos del pacifismo anterior al Foro Ermua y al Basta era obligada la explícita condena de las torturas y los excesos policiales. No se podía condenar los atentados sin dicha premisa. Cualquier omisión de esa suerte de ‘cláusula protocolaria’ invalidaba aquellos manifiestos y los convertía en cómplices justificatorios del «Estado opresor».
Sí. Parece que aquel pudor del que adolecía la izquierda más democrática de este país en los años 80 y 90 ha sido olvidado por la izquierda populista de hoy, que nos fuerza, con una presión política y social intolerables, a llamar genocida a un Estado de Israel donde viven dos millones de palestinos con representación parlamentaria y que acoge a todos los gays y lesbianas de la Franja de Gaza y de Cisjordania que buscan refugio y una vida digna, plena de libertades, en Tel Aviv.
¿Ninguna condena, aunque sea retórica, por parte de esa gente, de aquella atroz sangría de hace solo dos años? ¿Ni una palabra siquiera para guardar las formas y disimular un poco el antisemitismo obvio que hay en todas esas solidaridades furibundas, gratuitas y flotantes? ¿Nunca existió aquel 7 de octubre ni ha existido en estos pasados días esa liberación de una veintena de rehenes que, que queramos o no, nos remite al 27 de enero de 1945 en el que cayeron las alambradas de la vergüenza en Auschwitz?