Publicado: mayo 25, 2025, 12:30 pm
Nada describe mejor la personalidad impresentable de Donald Trump, el presidente que desacredita a los Estados Unidos, como su enfrentamiento con la Universidad de Harvard, una de las instituciones públicas más honorables e influyentes del mundo. Trump, que por algo es el único ocupante de la Casa Blanca que acredita la condición de delincuente, volcó desde el primer día de su mandato el odio que al parecer siente ante un centro de formación que contrasta con su incultura, formas y desprecio a la importancia de la formación de las nuevas generaciones que se forman para el futuro de la humanidad mundial.
Es evidente que las aulas de las grandes universidades norteamericanas, entre las que Harvard figura a la cabeza y Trump desprecia, no preparan a los alumnos a montar y dirigir casinos. Esa es una de sus especializaciones dentro de su ambición conocida, ganar dinero y despreciar a los pobres, que incomprensiblemente le han votado hasta convertirlo en el personaje más temido por sus excentricidades tanto dentro como en medio de una crisis internacional cada día más preocupante. Una de sus primeras decisiones de aquella firma apresurada del 20 de enero pasado, cuando asumió ostentosamente el cargo, fue retirarle la contribución económica a las universidades que considera elitistas, al margen de su prestigio, y de forma más directa a Harvard.
Obviamente, los responsables del funcionamiento del centro en el que se forman y especializan cerca de 20.000 alumnos presentaron la correspondiente reclamación argumentada, entre otras razones, por una larga tradición de subvención económica que garantizaba su funcionamiento. Trump, después de un largo tira y afloja, lejos de escuchar razones, terminó hace tres días prohibiendo que admita estudiantes extranjeros, y que incluso expulse a los actuales alrededor de 6.500, -el 27% del alumnado-, cuya situación en medio de cursos y especializaciones se ha vuelto incierta y muy preocupante para familias de diferentes países.
El argumento del presidente para justificar ante la opinión pública, tanto nacional como internacional, no repara en acusaciones a la convivencia y actividad de los estudiantes en el campus donde en los recreos, según su acusación, ejercen actividades comunistas, de acercamiento a China y antisemitas. Los medios de comunicación más prestigiosas no regatean críticas que se suman a otras decisiones, amenazas y rectificaciones a esta decisión de un presidente. Bien es cierto que elegido después de ocho meses de primarias democráticamente, pero en menos de medio año de los cuatro que durará su mandato se ha convertido en un desdoro como quiera que se le enjuicie.