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Dinero y familia (Parte 2 de 2)

Publicado: julio 31, 2025, 8:00 pm

En la primera parte exploramos cómo el dinero, más que unir, puede causar emociones profundas y división en las relaciones familiares.

Lo fácil y lo normal es no hablar del tema, por diferentes razones: miedo al conflicto (se tocan fibras sensibles), no parecer interesado o – peor aún – desagradecido, o simplemente no querer “generar preocupaciones”.

El problema es que el no diálogo tiene consecuencias muy nocivas: malentendidos, distanciamiento, resentimiento que puede llevar incluso a rupturas familiares.

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Por ejemplo: una familia tiene dos hijos. Uno de ellos es muy “exitoso”: es alto ejecutivo de una empresa multinacional, casado, dos casas propias y un buen portafolio de inversión. El otro es un artista, que no ha tenido suerte, quebrado y sin dónde caerse muerto. Los padres están muy preocupados por él ya que no le ven “futuro”. Entonces deciden comprarle un bien inmueble para que “tenga algo”.

Esto es percibido por el otro hermano como una total injusticia. “¿Por qué a él le compraron casa pero a mí no? ¿Por qué él, que no ha hecho nada de su vida, resulta ser beneficiado, mientras que yo, que siempre me he esforzado tanto por tener a mis padres orgullosos, no recibo lo mismo? Parece que ser inútil significa tener más beneficios”.

Cuando estos temas se dejan sin hablar, se generan heridas cada vez más profundas que pueden tener otro tipo de consecuencias.

Yo recuerdo que mis padres siempre hablaron conmigo y mis hermanos sobre cuál sería su legado para nosotros. Desde pequeños sabíamos que los dos tenían testamento, se heredaban el uno al otro pero en caso de que los dos faltaran, a todos nos tocarían partes iguales.

Sin embargo, en vida, nos apoyaron de manera distinta, porque todos teníamos necesidades diferentes. Cuando me casé, me ayudaron a amueblar el departamento. Mi padre me siguió dando, por un par de años, lo mismo que me daba como estudiante universitario (gasolina del coche, fotocopias, comida y alguna que otra diversión) a pesar de que ya generaba mis propios ingresos. Este apoyo fue invaluable para empezar.

A mis hermanos les tocó algo distinto. Mi padre siempre fue transparente, se esforzó porque supiéramos cómo estaba apoyando a cada uno pero sobre todo las razones detrás de esas decisiones. Eso fue muy importante: nuestra relación como hermanos es muy sólida, nos tenemos mucho cariño y jamás hemos tenido conflicto alguno en temas de dinero. Somos muy afortunados.

Eso me enseñó que las familias pueden transformar su relación con el dinero cuando se esfuerzan en construir puentes de comunicación intencional. Mi padre, más que discursos, mostraba vulnerabilidad y apertura: “Me preocupa esto de tu hermano y por eso lo voy a ayudar de esta forma, porque quiero que salga adelante”. Nos compartía su visión de las cosas, sus valores y nos quedaba claro que sus decisiones estaban alineados con esos valores, que además compartíamos porque los había inculcado en cada uno de nosotros.

Mi familia no era rica. Mi padre murió con deudas y sin un peso en el banco. Pero sabía tener esas conversaciones, en un entorno seguro, con apertura, enfocado en los porqués y no en los “cuánto”.

Sin embargo, sé que eso es lo que deben hacer las familias que tienen un legado que transmitir a las futuras generaciones. Conversaciones que inician desde arriba (el creador de la riqueza), enfatizando los valores y hablando de un propósito compartido de esa riqueza. Porque el secreto para alinear a la familia está en definir el significado del patrimonio, más allá de las cifras. En conectar el patrimonio con los valores. Este es el “pegamento” emocional que puede unir y no dividir.

La idea no es sólo evitar peleas y conflictos familiares. Es transmitir un propósito. Porque el dinero es una herramienta, nunca un fin en sí mismo y eso hay que tenerlo siempre muy claro.

De hecho, la inversión más valiosa que puede hacer una familia con riqueza no es en valores o en inmuebles, sino en construir ese lenguaje común, ese propósito compartido, ese proyecto patrimonial que trascienda generaciones. Porque ese es el único legado que realmente perdura: familias unidas, resilientes y guiadas por lo que más importa.

Mi padre, que nunca supo manejar sus finanzas, siempre supo lo que era más importante. Fue un ser generoso, amoroso, que puso a su familia por encima de todo y a quien le dedico estas líneas desde el fondo de mi corazón.

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