Publicado: mayo 6, 2025, 1:30 am


Era una de las prisiones más temidas. Escenario de fugas cinematográficas y destino de los criminales más despiadados. Alcatraz, también llamada “La Roca”, está erguida en una pequeña isla de la bahía de San Francisco, en California (EEUU). Una prisión federal de máxima seguridad, rodeada de agua y protagonista de obras audiovisuales y literatura. Estuvo activa entre 1934 y 1963. Ahora, Donald Trump pretende hacer resurgir los barrotes de la prisión más icónica del mundo.
El nombre más sonado entre las lúgubres estancias de Alcatraz es el de Al Capone. El mafioso más notorio de Chicago fue uno de los primeros reclusos en pisar su suelo. Se pasó media vida eludiendo la Ley Seca a base de contrabando de alcohol, tabaco, apuestas, burdeles y corrupción político-policial. Conocido también por haber capitaneado la masacre de San Valentín, una lucha a disparos entre bandas rivales, y pese a haber dirigido una poderosa red criminal, fue condenado solo por evasión de impuestos. Faltaron pruebas para todo lo demás, aunque visto su poder, no parece de extrañar. Llegó a la isla en 1934, y allí los sobornos dejaron de funcionar. Así que el señor Capone se mantuvo entretenido tocando el banjo en la banda musical de la prisión. Fue liberado en 1939, muy deteriorado, tras sufrir sífilis.
La estancia en Alcatraz no era como la de una prisión ordinaria. Más allá de su especial localización, las reglas de comportamiento eran especialmente estrictas y contaba con salas oscuras llamadas “the hole”, el agujero. En los primeros años, el régimen exigía silencio. Durante largas horas, los presos estaban obligados a callar, incluso en las comidas. Quien emitiera un sonido sería duramente sancionado. Pero, de vez en cuando, se los dejaba interactuar, y sería entonces cuando Al Capone se encontraría entre los pasillos con Machine Gun.
George Kelly, conocido como Machine Gun, llegó a la prisión el mismo año que Capone. Entre tiroteos y robos, fue conocido por el secuestro del magnate petrolero Charles Urschel en 1933, llevado a cabo junto a su esposa, al estilo Bonnie and Clyde. Fue trasladado a Alcatraz siguiendo la norma política de separar del sistema a los criminales más influyentes y mediáticos. En otras ocasiones, había conseguido manipular guardias y mantenía contactos fuera del círculo carcelario. Desprovisto de amiguismos, optó por trabajar en la biblioteca que, por cierto, contenía más de 15.000 libros.
A los dos años se sumaría otro preso problemático: Alvin Creepy Karpis. Miembro de la violenta banda de Ma Barker, llegó a ser declarado “enemigo público número uno” durante la Gran Depresión. Su apodo “creepy”, que en inglés significa raro o escalofriante, le fue asignado por su intensa y desconcertante mirada, que llegaba a incomodar incluso al resto de presos. Pasó en aquella isla más de 25 años, convirtiéndose en uno de los prisioneros más longevos. Tocaba la guitarra y, tras salir de esa prisión, le enseñó el arte de la música al mismísimo Charles Manson. Fue liberado en 1969, deportado en Canadá, escribió dos libros de memorias y fue a jubilarse a Torremolinos, aquí en España, donde trató de vivir discretamente hasta su muerte en 1979.
En la década de los 40 se sumó Robert Stroud, conocido como “El hombre pájaro”. Se ganó el apodo en la prisión de Leavenworth, donde criaba canarios y estudiaba aves. Pero detrás del amante de animales se escondía un despiadado criminal que comenzó su carrera delictiva a los 18 años como proxeneta en Alaska. En Alcatraz ya no se le permitió cuidar de animales, de hecho, pasó la mayor parte del tiempo en aislamiento. Lo aprovechó para estudiar francés, alemán, derecho, llegó a casarse desde prisión y escribía tratados legales. Era conocido como el preso erudito, que sería todavía más romantizado a través de la película El hombre de Alcatraz, de 1962.
Algo más tarde que el resto, ya en 1959, llegaría James Whitey Bulger, un famoso gánster de Boston condenado por más de una decena de crímenes que terminaría convirtiéndose en informante del FBI. Antes de llegar a Alcatraz estuvo en la prisión de Atlanta y, según él, habría participado en el experimento secreto de la CIA, conocido como MK-Ultra, en el que se suministraba LSD a los presos para estudiar los efectos del control mental. Era un interno problemático y por ello fue derivado a la isla. Allí pasó poco tiempo y, una vez liberado, tomó el control de una mafia irlandesa al tiempo que informaba al FBI. Después, tras 16 años como prófugo, fue arrestado en 2011 en California. Tras su traslado al penal de Hazelton, en Virginia Occidental, fue brutalmente asesinado por otros compañeros de prisión. Le habrían arrancado los ojos, cortado la lengua y golpeado con un candado.
A lo largo de 29 años, pasaron por Alcatraz más de 1.500 presos. Y, junto a ellos, cientos de funcionarios que, a menudo, residían allí también, lejos de sus familias, en aquella roca en medio del mar. La infranqueable cárcel protagonizó también una de las fugas más famosas, la capitaneada en 1962 por Frank Morris, un inteligente ladrón, junto a los hermanos Anglin y Allen West, quien no consiguió escapar a tiempo. Perforaron los muros traseros a base de cucharas, fabricaron un pasadizo y huyeron en una balsa casera. No se sabe si lo lograron, o si murieron ahogados.
Un año después, cerró la prisión. Los costes de mantenimiento eran muy elevados y empezaba a moverse un cambio en la filosofía penitenciaria, que buscaba reforzar la rehabilitación frente a la punición. Tras su cierre, en 1969, Alcatraz fue ocupada por un grupo de indígenas americanos, en un episodio histórico y clave en el movimiento por los derechos de los pueblos originarios de EEUU. Ahora, esta legendaria prisión podría volver a abrir sus puertas. Queda por ver qué nuevos personajes albergarán sus tan temidos barrotes.