Publicado: noviembre 3, 2025, 2:00 pm
El suicidio juvenil es una de las tragedias más dolorosas y silenciosas de nuestro tiempo. Detrás de cada estadística hay una historia interrumpida, un joven que perdió la esperanza, un entorno que no supo detectar las señales. Según la Organización Mundial de la Salud (2023), el suicidio es la tercera causa de muerte entre jóvenes de 15 a 19 años en el mundo.
En México, la situación es alarmante. De acuerdo con datos del INEGI (2023), el suicidio se ha convertido en la segunda causa de muerte entre jóvenes de 10 a 24 años. La Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (ENSANUT, 2021) revela que el 18 % de los adolescentes presenta síntomas de depresión moderada a severa. Detrás de esas cifras hay una generación que se siente perdida, sin rumbo, sin una respuesta clara a la pregunta más humana y más urgente: “¿para qué soy bueno?”.
En mis recientes visitas a escuelas de todo el país, he pensado mucho en esto. He conocido jóvenes que, a pesar de tener talento, no logran verse con valor; estudiantes que no saben responder qué los hace únicos o en qué se sienten realmente buenos. En cada conversación se repite una constante: la sensación de vacío y desconexión, el no saberse parte de algo, el no tener claridad sobre su propósito.
Y sin embargo, cuando un joven descubre sus fortalezas, cuando se da cuenta de que hay algo que hace bien, que tiene sentido, que le pertenece, ocurre algo poderoso: recupera la esperanza. Lo he visto. Ese descubrimiento, por sencillo que parezca, puede ser el inicio de un proceso de sanación.
Diversas investigaciones respaldan esta idea. La University of Glasgow (2022) encontró que los adolescentes con habilidades sólidas de resolución de problemas presentan una reducción del 48 % en el riesgo de ideación suicida. Estas investigaciones muestran algo crucial: las competencias socioemocionales y las fortalezas del carácter son factores protectores frente a la depresión y el suicidio.
Y es aquí donde vale la pena hacer una reflexión de política pública. En lugar de destinar millones de pesos a programas asistencialistas que solo regalan dinero a los jóvenes coartándoles la posibilidad de descubrir de lo que son capaces, el gobierno debería invertir en programas de autoconocimiento y fortalecimiento personal, donde cada adolescente pueda identificar sus talentos, sus emociones y sus capacidades. Esos programas no solo construirían autoestima y propósito, sino habría ciudadanos mucho mas felices y sobre todo productivos y libres, de esos que se adueñan de su destino sin depender de nadie más.
Cada adolescente posee talentos y capacidades únicas que merecen ser descubiertas, acompañadas y celebradas. Ayudarles a reconocer quiénes son y para qué son buenos no sólo fortalece su bienestar emocional: puede salvar vidas. Hoy más que nunca, debemos apostar por construir entornos donde los jóvenes puedan mirarse con amor y con posibilidad.
Porque el antídoto más silencioso contra la depresión y el suicidio no esta unicamente en los medicamentos, sino en algo más profundo, descubrir para qué eres bueno y creer que tu vida tiene sentido.
			