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De partido a cultura política

Publicado: octubre 20, 2025, 3:00 pm

Hemos hablado en otras ocasiones de como las costumbres, las creencias y lo que llamamos manifestaciones culturales cuando arraigan en una sociedad, es muy difícil desterrarlas. Lamentablemente y con frecuencia son las malas prácticas las que más fácil arraigan y aquellas que se consideran buenas, son más difíciles de fijar en el ámbito colectivo.

Cambiar, malas prácticas, mostrar su peligro intrínseco o el mal que en realidad están generando al tejido o al conjunto social, siempre es incómodo, parece que uno quiere generar un mal, que uno está en contra de algo que se da por beneficioso y natural, aunque este lastimando y horadando de a poquito la buena salud social. Es el caso, por ejemplo, de las dádivas del gobierno y del uso de su política social en favor de beneficios electorales.

Todo esto viene a cuento porque he visto por segunda vez, la espléndida serie que Denise Maerker construyó “PRI crónica del fin”. Algunos pensarán que lo hice por morbo, pero en realidad he dedicado buena parte de mi vida académica e intelectual a revisar y escribir sobre la historia del PRI. Allá por el 2000 el Fondo de Cultura Económica, nos publicó a mi y al actual rector de la UNAM Leonardo Lomelí, una amplia investigación sobre su historia hasta ese momento, y las dos primeras ediciones se vendieron inmediatamente, llegó el PAN a la administración del fondo en ese año y se dejó de publicar.

En ese libro promovido centralmente por Heriberto Galindo -político de reconocido prestigio- y por Juan Gabriel Valencia una mente lucida que ya no está con nosotros, ya hablábamos del peso de la encomienda en las costumbres del PRI y en el papel que las dádivas y la política social clientelar que a lo largo del siglo XX habían jugado a favor en la vida electoral del PRI. En la serie de Maerker, sin embargo, en su último capítulo me parece que afloran de los participantes algunas ideas que vale la pena subrayar.

La llegada del neoliberalismo a las filas del PRI, vacío de contenido histórico su razón de ser. Al quedarse huérfana la historia del nacionalismo revolucionario, Morena y su líder AMLO poco a poco se llevaron a Juarez, a Madero, a Hidalgo, a el reconocimiento simplón pero efectivo de las culturas originarias y sus manifestaciones culturales.

Luego, sucedió que el PRI dejó de hablar de la revolución mexicana, origen y razón de su surgimiento. Al PRI le empezó a estorbar la Revolución y con ello se quedó sin carácter.

En tercer lugar, dominado por la modernidad política y la necesidad de legitimidad, perdió sus lazos clientelares y abjuró de sus propias reglas como las de los candados para las candidaturas, sobre todo a la presidencia de la república.

Sin darse verdaderamente cuenta, dejó de hablar de la pobreza. Ésta se convirtió en un asunto de números, estadísticas y encuestas del INEGI y evaluaciones del CONEVAL. Con ello perdió el objetivo central de su lucha política.

Y, finalmente, perdió su organización en tierra y con ello sus causas. Alito se desgañita y se deslinda del pasado, pero carece de sustancia alguna para concitar una propuesta, un camino, un rumbo. En la prepa o en la UNAM no pasaría de porro.

No es extraño que en el cierre del capítulo se le pregunte a Diego Fernandez de Ceballos, si el PRI iba a desaparecer y el responde: “el PRI es inmortal, está más vivo que nunca. Sólo se quitaron el chaleco tricolor y se pusieron un chaleco guinda”.

Juan Villoro es más contundente: el PRI no es un partido es una cultura política de la que se ha apropiado Morena. Puestas las cosas así, pronto ese partido será un cascarón vacío sin lucha, ni propósito, ni sentido. Nada más, pero nada menos, también.

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