De Bette Davis y Joan Crawford a Amaia y Leire: el negocio de enfrentar a las mujeres - Venezuela
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De Bette Davis y Joan Crawford a Amaia y Leire: el negocio de enfrentar a las mujeres

Publicado: octubre 24, 2025, 1:30 am

Las enemistades no se basan nunca en el odio. Las enemistades nacen del dolor, del resentimiento”. Con esta frase se iniciaba la serie Feud, sobre la convulsa relación entre Bette Davis y Joan Crawford. Y sobre aquel Hollywood que enfrentaba a las mujeres para hacerlas más manipulables. Una cultura que sigue entre nosotros. Solo hay que ver el enfoque persistente en los medios de comunicación de ponernos a elegir entre Leire Martínez y Amaia Montero de La Oreja de Van Gogh, pero ¿por qué no hablamos prácticamente de ellos?

El cotilleo sigue siendo muy rentable para promocionar productos. En la meca del cine, desde el principio, se entendió la importancia de potenciar su star system más allá de la pantalla. Bette y Crawford ya vivieron un reality de sus propias vidas antes de que existiera el género del reality. Incluso la casa en California o el apartamento de Joan en Nueva York está largamente plasmado en fotografías de revistas que inmortalizaron su amarilla mesa de comedor y sus sofás plastificados. Protegidos para la posteridad. «¡No han puesto ni una foto de mis libros!, se quejaba al ver su piso retratado en AD. Razón no le faltaba.

Hoy, Amaia Montero nunca enseñaría su casa. En cambio, los paparazzis la vuelven a seguir para conseguir la imagen de cómo está. Y así, estos días, se han publicado fotografías de ella fumando por la calle. Perfectas para las conjeturas ajenas. El cotilleo, tanto fomentando el lado aspiracional en revistas de diseño y glamour o en formato de chismorreo puro, es rentabilizado por las industrias de las varietés desde los años dorados de Hollywood. Así se generaba expectación sobre las películas y se alimentaba las expectativas sobre unas estrellas que terminaban siendo tremendamente influenciables por el qué dirán. Lo que las convertía en más dóciles. Más aún cuando picaban en el anzuelo de la rivalidad, que alimentaban los influencers de los salseos. Los columnistas de entonces serían los tiktokers de hoy.

La pionera del destripe fue Hedda Hopper. Fracasó como actriz, pero se hizo millonaria como reina de la murmuración. Siempre con un característico sombrero en la cabeza, se metió hasta dentro de su papel y terminó llamando a su mansión en Beverly Hills ‘La casa construida por el miedo‘. Sabía de lo que vivía y su influencia: sus crónicas llegaron a ser leídas por 30 millones de personas, terminando reconvertida en una celebridad habitual de programas en los que no solía tener demasiados pelos en la lengua.

Va camino de cumplirse un siglo de los artículos más jugosos de Hedda y todavía hoy señalamos diferente según sea hombre o mujer. Tenemos bien claro hasta cómo nos reímos dependiendo del sexo. Venimos de esas culturas en las que la soledad de ellas era locura y la soledad de ellos era galantería de oro.

El Hollywood de Bette Davis y Joan Crawford lo hubiera hecho igual con La Oreja de Van Gogh. La excitación de la ambición hubiera priorizado crear el acontecimiento por encima del sufrimiento de sus rutilantes talentos. Y los dimes y diretes de la calle harían el resto de la promoción. Así ha sido: la venta de entradas ha triunfado en la sociedad de la ansiedad digital del «corre, da clic, que se agotan en unos minutos«. Llevamos meses debatiendo, posicionándonos con Amaia o Leire, incluso mareando con lo que dijo una de la otra -fruto también de la influencia de los comentarios ajenos-, pero luego, al final, nos da igual su salud y nos terminando eligiendo a nosotros mismos, a nuestra nostalgia y sus egoístas morbos: queremos volver a aquellos años que vestíamos en chándal, queremos ver cómo lo hará Amaia Montero casi treinta años después. No queremos perdérnoslo con nuestros propios ojos. Quizá, ahí, en pleno concierto, gane la emoción de la música al cuchicheo, pero en el camino ha brillado mucho más las avaricias de sentirse superior enfrentando a ellas igual que se hacía hace sesenta años. Hay machismos que no cambian hasta cuando creemos que hemos cambiado. Somos lo mismo que hemos criticado de La Oreja de Van Gogh.

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