De ambos lados: Joni Mitchell, demonia-santa, y la música que llegó para quedarse - Venezuela
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De ambos lados: Joni Mitchell, demonia-santa, y la música que llegó para quedarse

Publicado: septiembre 28, 2025, 5:00 pm

Es raro cómo se van formando los recuerdos perdurables. Las tardes de lluvia me recuerdan los campos de futbol americano en los que crecí. Mientras mis hermanos entrenaban para ser héroes del emparrillado, yo jugaba con lodo hasta que caía la lluvia. Ese olor a pasto y tierra siempre significará mi infancia.

Hay otro recuerdo que me lleva a la época escolar. A las desmañadas, el tráfico, el no-vamos-a-llegar, el aire frío cargado de smog. Todo eso se remediaba (o al menos se aliviaba un poco) con la música del radio. “Radio 6.20, la música que llegó para quedarse”.

Mi papá siempre ponía 6.20 por default. Era su estación preferida porque pasaba la música de su juventud: de Dave Clark Five, Donovan, las Ronettes, Diana Ross, a los Box Tops, Ray Charles y los Hollies —mi papá nunca ha sido un gran seguidor de los Beatles, comete el pecado mortal de preferir a los Monkees—. Radio 6.20 era su portal a tiempos mejores en los que no había tráfico y la vida era más simple: ir a la escuela y luego al billar. No lo culpo: quién no quisiera regresar a la prepa 6.

Mientras yo iba en el asiento trasero haciendo la tarea en friega (perdón, siempre pensé que la tarea era un mal innecesario: ¿no nos enseñaban suficiente en el salón?), esa música, esa música: de verdad llegó para quedarse conmigo.

Toda la programación me gustaba, mi programa favorito era El Hit Parade. Una lista de canciones que habían llegado a los alto de las listas en tiempos remotos: los años cincuenta, sesenta y setenta. El locutor presentaba la canción con el dato del año y el lugar en las listas de popularidad de Estados Unidos.

En ese programa descubrí a Joni Mitchell. La canción era “Big Yellow Taxi”, hit de 1971. Aunque no entendía la letra, la carcajada final siempre me hacía gracia. Como de alguien que sabe qué pedo con la vida: hay que cantar y reír. Y ganar mucho dinero con el arte, porque seguramente llegar al top del hit parade significa recoger dólares en carretas.

Me gusta Joni. Mucho, mucho. Por supuesto es una gran letrista y una compositora musical notable y celebrada, pero hay algo en su voz que me parece eterno. Es casi como si viniera de otro planeta para hablarme a mí. No es potente y desgarradora como la de Janis Joplin o un susurro como la de Judee Sill. Es diferente. Me cuesta trabajo ponerlo en palabras, diré esto: me recuerda la voz de mi madre cuando canta un bolero.

No supe gran cosa de Joni hasta que llegué a la prepa. Internet en mano, me enteré que era canadiense, no angelina como me sugería su Ladies of the Canyon. La imaginaba emergiendo de los cañones de Los Ángeles en plena revolución de las conciencias. Pero su estado salvaje viene de otro hábitat, el de las planicies de Canadá, su frío y su soledad. Joni: la niña a punto de estallar en mil pedazos la monotonía de su infancia. Joni, el terror de la clase media que emergió de ella.

En mi adolescencia se daba eso de quemar un cd de la música que no podías comprar original (los cd originales eran carísimos, una estafa de las disqueras que sufríamos los fans y los músicos a partes iguales. Incluyo a los artistas porque de esas ventas les tocaban beneficios diminutos). Gracias a Napster pude conseguir varios álbumes de Joni. Albricias por la piratería.

Mis discos favoritos en aquella época eran Blue y en honroso segundo lugar Mingus, pero recientemente ha redescubierto Clouds (1969) porque incluye una canción favorita entre las suyas: “Both sides now”. Dirán que me voy por lo fácil, el hit histórico, casi tan cliché cuando se reseña a Joni con “A case of you”. Pero es que la volví a escuchar en una de mis películas favoritas de la última década: Flora and son de John Carney. En cierto momento emotivo de la cinta la protagonista la empieza a oír como de pasada y de repente escucha, sí escucha: entiende de qué se trata, de que esa letra era para ella y sus barreras de irlandesa dura son dinamitadas.

Como dice la letra, la supuesta seguridad de conocer las cosas de ida y vuelta, ese cinismo desilusionado de una vida que ya no tiene secretos, se acaba cuando en un momento clave de tu viaje te das cuenta de que no sabes nada. Una verdad poética y filosófica disfrazada de canción pop. Joni Mitchell, Nietzsche con guitarra (y qué guitarra, el pequeño riff antes del coro de “Both sides now” es genial en su simpleza).

Las canciones de Joni Mitchell son geniales, pero la personalidad de su autora lo es aún más. Como escribí en algún otro Garage, durante el hastío ansioso de la pandemia le agarré gusto a las memorias y biografías de personajes públicos. Una de mis favoritas fue Reckless Daughter de David Yaffe, un retrato de la complejísima Joni.

Me encanta cómo comienza: Yaffe cuenta su experiencia entrevistando a Mitchell para el New York Times. Reportero tentativo y nervioso, Yaffe lleva algunas piezas de conversación: un par de libros de Nietzsche y el poema “If” de Rudyard Kipling, ambos autores influyentes en las canciones de Joni.

Yaffe espera a su entrevistada en un restaurante italiano. Se sientan afuera para que Joni pueda fumar, una fumadora extrema, pantagruélica. De esas que prenden un cigarro con la brasa del anterior. La entrevista acaba en una conversación de 24 horas en la casa de la cantautora que continuó en llamadas telefónicas y mails. Joni, a la que Yaffe ha idolatrado desde sus 15 años, está viviendo el sueño del reporfan: su heroína ahora también es su amiga.

Yaffe, feliz y seguro de tener entre manos una entrevista importante (y uno diría que histórica, pero el autor no llega a afirmar tanto), publica su texto en el Times. Y Joni odia la entrevista. Le reclama: “¿Cómo te atreves a llamar mi casa ‘clasemediera’? Vivo en una mansión”.

Pasa muchas veces en la vida del periodista que el entrevistado no está de acuerdo con la nota final, pero el entrevistado tiene que tragarse su sapos: somos reporteros, no publicistas. Mientras haya evidencia de que se dijo lo que se dijo, el periodista publica. Acá el problema Mitchell-Yaffe es que a Joni no le gustó la opinión del reportero. Un reclamo del tipo pensé-que-éramos-amigos, pensé-que-eras-diferente. Yaffe tiene que darse cuenta, fan y todo, que el periodismo está más allá de las idolatrías.

Reckelss Daughter es un gran trabajo de reportería. Yaffe buscó y encontró a personajes de todas las épocas de vida de Mitchell, desde sus amigos de infancia hasta sus amantes de los años setenta, sus fans y sus detestantes, sus objetos y fetiches, sus caídas y errores así como sus glorias y florecimientos. Joni y todas sus personalidades, la más importante: la de artista desafiante. Nunca dejó de ser la adolescente que odiaba la escuela y sólo le veía sentido a la clase de arte y los concursos musicales. Niña flama, demoníaca y santa. Duende.

Joni Mitchell es tan importante para la música pop como Elvis o Bob Dylan. Su mística está más allá de las eras y modas. Aunque se retiró después de sufrir un aneurisma en 2015, su música suena siempre, jamás desaparece. Es verdaderamente la música que llegó para quedarse.

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