Publicado: marzo 16, 2025, 4:30 am


Existen derechos que a menudo entran en conflicto. En esta era de proliferación del true crime, parece volver a encenderse el viejo debate entre libertad de expresión, tutela de las víctimas, ética, justicia y moralidad. Este verano trascendió la noticia del libro que Daniel Sancho estaría escribiendo desde la prisión de Tailandia, al tiempo que se ha publicado la primera novela de Alfonso Basterra, condenado por el asesinato de la pequeña Asunta. Esta semana, además, hemos conocido la publicación de El Odio, el libro que recopila la versión de José Bretón, el monstruo de Las Quemadillas que quemó a sus dos hijos pequeños en 2011.
Las conversaciones entre periodistas y asesinos, de siempre, han suscitado controversia e interés a partes iguales. En ciertos casos, la exploración del mal quedaría justificada por una labor periodística o divulgativa, que a menudo resulta útil en los estudios de criminología, en aras de establecer patrones de conducta, pautas de prevención, criterios de tratamiento o análisis de la actuación de la propia autoridad judicial. En cualquier caso, hablar con el mal puede resultar peligroso, y nada lo refleja mejor que la historia del premio Pulitzer Norman Mailer.
El escritor Norman Mailer publicó La canción del verdugo en 1979, un libro basado en el convicto Gary Gilmore, que le valió el famoso galardón. Mientras redactaba el escrito entró en contacto con Jack Henry Abbott, uno de los presos más peligrosos de Utah, conocido por ser un violento asesino y ladrón. En su estancia en prisión, Abbott desarrolló su interés por la literatura e intercambió correspondencia con Mailer, que quedó impresionado por la prosa del asesino.
Las historias de Abbott le ayudaron a terminar su obra y, convencido de su talento literario, le facilitó al asesino la publicación de In the Belly of the Beast, un libro que recopilaba las cartas entre ambos, enfocadas en la brutalidad del sistema penitenciario. Fue todo un éxito. Mailer quedó tan prendado del talento de Abbott, que influyó en su salida de prisión en 1981. Pero apenas seis semanas después de ser liberado, Abbott volvió a matar. Tras el escritor, prevaleció el asesino.
El próximo 26 de marzo se publicará El Odio, de Luisgé Martín, fruto de sus conversaciones con José Bretón. En su escrito el asesino confiesa el crimen de sus hijos y explica las razones que lo llevaron a cometerlo. Una dinámica similar surgió entre el escritor Emmanuel Carrère y el asesino estafador Jean-Claude Romand. Este hizo creer a su familia y entorno que era un exitoso médico cuando en realidad nunca había terminado sus estudios de medicina. Mantuvo la farsa durante 18 años hasta que en 1993 decidió matar a su familia con tal de no enfrentarse a la realidad y ser descubierto. Emmanuel Carrère, fascinado por la historia, decidió escribir sobre Romand desde una perspectiva literaria y psicológica, tratando de alejarse del sensacionalismo, para enfatizar en la exploración del autoengaño y la identidad.
Habrá quien crea en una verdadera redención, pero, visto el perfil, pesa la idea del desahogo narcisista
El objetivo de escritores como Luisgé Martín o Carrère quedaría justificado bajo su vocación, pero dudoso resulta el interés del entrevistado. ¿Qué espera Bretón de esa publicación? Desde el Ministerio Público parecen tenerlo claro: un texto literario no tiene valor alguno para lograr permisos penitenciarios. Habrá quien crea en una verdadera redención, pero, visto el perfil, pesa la idea del desahogo narcisista.
Podrían diferenciarse aquellas publicaciones que nacen de un interés periodístico de las que son meras expresiones de un criminal. Parece cambiar el punto de vista cuando el asesino pasa de entrevistado a escritor o a coautor. Nuestra percepción de lo idóneo varía, y retomamos la eterna pregunta de si es posible separar al autor de su obra. Una manera de comprobar la temperatura de nuestro punto de vista es observar las críticas al libro de Alfonso Basterra.
En la web puede leerse “Amor, humor y desamor, la novela Cito es un ejemplo del arte sublime y siempre atractivo de narrar (…) el periodista Alfonso Basterra se estrena en la novela con un libro singular y muy sugerente”. Ni atisbo del criminal, salvo en los comentarios, por ejemplo, en Amazon, donde puede leerse “¿desde cuándo se le da voz a esta clase de seres?”, “¿de verdad alguien puede llegar a comprar un libro escrito por este ser?”.
También cabe preguntarse si rechazamos del mismo modo los escritos publicados por nuestros asesinos que los redactados por los extranjeros. Primaría más la moral o la curiosidad, por ejemplo, ¿si se conociera un libro escrito por Jack el Destripador? ¿Cuántos lo comprarían? Tampoco sería baladí plantearse si la distancia temporal con el suceso influiría en nuestra consideración. Hoy quien observa las obras de Caravaggio ni siquiera recordar que era un tipo oscuro que solía meterse en peleas y que llegó a matar a un hombre. Las acusaciones sobre las conductas de Woody Allen no parecen mermar sus estrenos, como tampoco las que persiguen a la figura del director Roman Polanski, que admitió haber mantenido relaciones sexuales con una menor y desde entonces evita pisar EEUU.
Se corre el riesgo de normalizar conductas, glorificar su persona y fomentar la revictimización
Existen peligros al separar al artista del individuo. Se corre el riesgo de normalizar conductas, glorificar su persona y fomentar la revictimización. Habría que valorar también el contexto, sobretodo si se aplican estándares morales de hoy a ciertas conductas del pasado. Por otro lado, no es menos cierto que hay obras que trascienden al autor, aunque nunca serían posibles si su identidad. Quizá exista un grado de gravedad del delito o de la calidad de la obra que le otorgue un valor artístico independiente.
En los años 70, John Wayne Gacy, el asesino payaso, mató y violó a cerca de 30 hombres. Solía enumerar, satisfecho, la cantidad de literatura escrita sobre su persona. Libros, obras te teatro, películas y canciones. Hasta que se envalentonó a escribir su propio libro de memorias: A Question of Doubt, publicado en 1992. OJ Simpson también causó revuelto con If I did it, un libro en el que narraba, hipotéticamente, el presunto crimen de su exmujer Nicole Brown y su amigo Ron Golsman. Finalmente, la editorial paró la publicación y la justicia acabó otorgando los derechos a los Goldman como parte del pago de la indemnización. Simpson había sido absuelto de lo penal, pero condenado en un juicio civil.
Tan difícil es separa al autor de su obra, como al criminal de la persona. Si la justicia no puede determinar siempre lo que está bien y lo que está mal, porque la expresión es un derecho y porque lo contrario sería censura, la responsabilidad parece recaer en la acción individual. Está en cada uno valorar si pueden más el morbo y la curiosidad, o la ética y la moralidad.