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Dahlia de la Cerda y sus malquerientes a los que no entiendo

Publicado: julio 20, 2025, 6:00 pm

A Dios gracias, Dahlia de la Cerda no es un pastelillo. No nació para caerle bien a nadie. A Dahlia de la Cerda le viene bien ser un pleito andando.

No conozco bien a bien la biografía de De la Cerda, sé lo que cuenta en Desde los zulos, su ensayo sobre el feminismo, y lo que transpira en su ficción. Que si tuvo una infancia difícil, que si la crecieron para no tener dudas ni compasión frente a los bullies que se le presentaban y ella destruía en dos palabras. Que trabajó en un tianguis mientras escribía escribía escribía.

No me importa redundar en ello, la personalidad artística tiene mucho de personaje: una construcción entre las dos tierras de lo cierto y la autoficción. El mito delacerdiano puedo quitármelo de encima porque a mí lo que me interesa es su literatura.

Sus dos novelas fragmentadas en cuentos —o colecciones de cuentos hilados entre sí— Perras de reserva y Medea me cantó un corrido (ambas en Sexto piso) me parecen brillantes, brutales y tiernas. Hay quien en cuanto escucha de libros violentos imagina provocación de rompe y rasga a lo Bukowski, Céline y nihilistas del estilo. No: la prosa de Dahlia de la Cerda trata de violencia pero es todo lo contrario al nihilismo.

Está de moda hablar de la “ternura radical”, uno de esos clichés de las redes sociales que se cuelan al habla diaria y luego están bien vacíos: ser tiernas como posición política es difícil de comprender. Pero en el caso de De la Cerda entre la violencia de lo que escribe y la empatía que siente por sus personajes (mujeres vulnerables vulneradas por hombres esperpénticos, niños atrapados en la inercia del crimen organizado) la ternura es realmente radical.

Perras de reserva fue un hit rápido. Sus cuentos sobre mujeres metidas en la narcoviolencia y situaciones de marginalidad tuvieron resonancia en miles de lectoras (o lectores, pues, pero me parece que esta ficción nos va más a nosotras) que comentaron hasta el hartazgo el libro que redes, que armaron grupos de lectura en los que lo compartieron conmovidas, que, como yo, lo agarraron con escepticismo, y acabaron riendo-llorando emocionadas.

Recuerdo que Perras de reserva lo compré en una feria del libro y me lo llevé a un Sanborns donde esperaba a mi familia. Me lo leí en ese rato, sorprendida texto tras texto, atragantada de risa y sintiendo a esas mujeres vivas en mi pecho. Sobre todo reí porque el humor de la autora suda las páginas. Los que la critican, serionotes y solemnes, poco hablan de esa voz cómica, para ellos esos cuentos son mero shock value, remedo de periódicos de nota roja (como si la nota roja no inspirara gran literatura), irresponsabilidad con la situación mexicana, bla y bla.

Con Medea me cantó un corrido me pasó otro tanto. En este caso ya no llegué virgen al matrimonio, sabía qué esperar, pero tenía curiosidad. ¿Sería posible que esta segunda novela fragmentada (yo leo estos cuentos como si fueran novelas, cada uno te va llevando a otro y descubres a los protagonistas desde diferentes perspectivas) me sorprendería como Perras de reserva? Me pareció mejor.

En Medea el paralelismo entre Jasón y sus argonautas —hombres que se lanzaron a la aventura para pelear por dinero, tierras y mujeres; bestias de las que los poetas cantaron sus glorias—y los narcos y narquillos con sus narcocorridos me parece inteligentísimo. De esa relación con el mito clásico sale la Medea que canta corridos y acompaña a mujeres y víctimas de la violencia en los momentos cruciales (o trágicos) de su vida. Medea canta para sosegar, para contener, para dar voz. Así como hay una chava que aborta con un embarazo avanzado, también están los chamacos que agarra el narco para criarlos como carne de cañón. Como digo allá arriba, la mirada tierna en ambos casos es innegable. También hay revancha. Medea da esas revanchas y también cubre al caído.

Ya con ambos leídos (Desde los zulos, ensayo sobre feminismo a contracorriente, me gustó menos) estuve dispuesta a platicarlos, compartir la experiencia, el vértigo. Topé con piedra.

Y es que Dahlia de la Cerda tiene muchos malquerientes. En los círculos intelectuales, a la escritora la desdeñan. Al menos esa es la reacción que he encontrado. Yo no pertenezco a esos círculos pero tengo amigos que sí: todos leen a Dahlia, todos la comentan y todos la detestan. ¿Por qué será esa pasión?

No entiendo mucho de crítica literaria “seria”, dejé de buscar justificaciones a mis gustos en esas revistas que leen los lectores pretenciosos. Nel, yo sólo sé de lo que me gusta y me hago preguntas a mí misma sobre por qué me gusta. Dahlia me gusta por su oído, es buena capturando diálogos al aire. Hay quien dice que sus personajes son dramatizaciones fatuas de la violencia mexicana, a mí me parecen lo contrario, los encuentro muy bien construidos, tridimensionales. Su prosa me conmueve tanto como me hace reír.

¿Qué opino de Dahlia de la Cerda, el personaje, la provocadora de Twitter? Encuentro sus batallas pequeñas. Pero algo de lo que dice me suena, me suena. Sobre todo su ethos de ganarse la vida con la escritura.

Dahlia de la Cerda cobra mucho y al chile qué bueno. Tiene la vida más o menos resuelta gracias a las ventas de sus libros, los tres bestsellers de Sexto piso como pocos de esa casa editorial. Y lo hace sin vergüenza. Hace unos días en Twitter habló de cómo vivió años en el engaño del amor al arte, las becas, escribir a pesar de la precariedad. Su esposo, su madre y ella misma trabajaban sin tregua para sostenerle ese vicio de escribir a pesar de todo.

Llegó el contrato con Sexto piso y su pluma encontró su lugar para el éxito. Sus libros alcanzaron reediciones una tras otra. El dinero le permitió sacar de trabajar a su familia. Hay que cobrar, nadie debe rogar limosna por su arte. Hay que cobrar, siempre. Es trabajo y se vive de él. De la Cerda no tiene vergüenza en autopromoverse y si yo fuera escritora haría otro tanto.

Así como De la Cerda tiene su trabajo como escritora, también es activista. Morras help morras (morrashelpomorras en Instagram y Facebook), su organización sin fines de lucro, trabaja en llevar el aborto seguro a mujeres marginadas. Como en el primer cuento de Medea me cantó un corrido, el aborto es cuestión de vida o muerte para muchas de esas mujeres. Sin azúcar: abortar cuando el producto es pura sangre y a veces un poco más. Embarazos que son producto de violencia o marginalidad: esas mujeres también tienen derecho a terminarlos.

Hay quien acusa a De la Cerda de lucrar con la desgracia de esas mujeres y la narcoviolencia. No lo creo, pero como sea, a Dahlia de la Cerda la sigo sin esperar nada más que su próximo libro. Siquiera eso pudiera decir de otras escritoras mexicanas.

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