Publicado: febrero 19, 2025, 2:15 am
Se trata de un movimiento arriesgado e, incluso, se podría decir que irónico. Al fin y al cabo, puede ser lanzar piedras contra su propio tejado a no ser, como algunas voces críticas puntualizan, que orqueste una gran cortina de humo para que su nombre, si es que aparece, sea eliminado. Porque Donald Trump, viejo amigo de Jeffrey Epstein, dado el pasado como empresarios financieros de ambos, ha decidido, de nuevo en la Casa Blanca, formalizar la creación de un grupo de trabajo en su administración que se encargue de desclasificar diferentes secretos federales porque «es hora de dar las respuestas que merecen a los estadounidenses».
Las palabras son de Anna Paulina Luna, la congresista republicana —por Florida— que el presidente ha nombrado para dirigir esta desclasificación y que anunciaba recientemente que pretenden dar a conocer la verdad sobre los ataques terroristas del 11-S, los orígenes del Covid-19, el asesinato del presidente John F. Kennedy, los ovnis o, claro, la famosa lista de clientes de Jeffrey Epstein, un caso que parece avanzar a cuentagotas desde que el 10 de agosto de 2019 el magnate y multimillonario, en prisión preventiva en mitad de su investigación por prostitución de menores, amén de otros delitos de abusos sexuales y contra la infancia, apareciese ahorcado en su celda.
Pero para entender la intrahistoria hace falta conocer la biografía de un hombre tan peculiar como misterioso, un abusador con una red de amistades tan larga como la de sus víctimas, cuyos nombres, en ambos casos, aparecen en sus diarios personales. Porque era tanto un hombre capaz de ponerle Lolita Express a su jet privado como de guardarse las espaldas después de años de enfrentar la justicia. Y es que Epstein y su caso de trata de menores en sus mansiones privadas en Florida, Nueva York, su rancho en Nuevo México o su islaprivada en las Islas Vírgenes no es, de hecho, su primer encontronazo con la ley.
Recuerdan desde Vanity Fair que Jeffrey comenzó enseñando, a los 21 años y sin titulación, Física y Matemáticas en un famoso instituto de Manhattan. En uno de sus primeros interrogatorios, desclasificado en 2009 a raíz de otra investigación, o bien se acogió a su derecho a no declarar o respondía «¿Cuando fui profesor? No que yo recuerde» a la pregunta de si tuvo encuentros sexuales con sus alumnas. Estas, a decir verdad, le recordaban como alguien que ocultaba «algo oscuro», si bien lo disimulaba con ropa elegante, una gran personalidad y un cierto atractivo.
¿Y cómo llega alguien así a ser el artífice de la total caída en desgracia de todo un príncipe británico [Andrés, duque de York], el cacareado responsable del divorcio de quien fuera el hombre más rico del mundo [Bill y Melinda Gates], del final reputacional de un legendario abogado como Alan Dershowitz y del descubridor de modelos [como Milla Jovovich] Jean-Luc Brunel, que también fue hallado muerto en su celda, o el arma arrojadiza entre demócratas y republicanos por sus relaciones con dos presidentes, el susodicho Trump y Bill Clinton? Pues empezó con Epstein trabajando en Wall Street de la mano la banca de inversión de Greenberg, a quienes había conocido, precisamente, por el instituto en el que daba clases.
Aunque acabaría siendo expulsado por violar varias reglas del mercado de valores —era un genio de la mentira, desde pasaportes falsos a interpretar el papel de agente secreto—, monta IAG, una consultora con la que se ganó la confianza de toda una red de personalidades, varias de ellas más que cuestionables: el empresario y traficante Adnan Khashoggi, el dueño —también acusado de abusos— de Victoria’s Secret, y del que se convirtió en mano derecha, Les Wexner, o Antonio García Fernández, padre de Ana Obregón, que recalcan desde el citado portal que le consideraba su «mejor amigo en Nueva York» a principios de los 80.
Comienzan los problemas judiciales
Desde los años 90, Epstein cuenta con una mano derecha, la misma que ahora cumple 20 años de condena y es la única que podría aportar nueva información al caso, si bien no parece que tenga intención de hacerlo. Era también su novia, aunque su verdadera relación no está esclarecida, Ghislaine Maxwell era quien seleccionaba y preparaba a las menores. O, al menos, eso sacó en conclusión la jueza que la condenó por cinco cargos de trata de menores. Pero los problemas habían llegado mucho antes, a principios de 2005: una niña de 14 años denuncia haber sido víctima de los abusos de un millonario en Palm Beach, Florida. Tras ella, se suman varias demandas más, todas relatando la contratación de Epstein y los abusos o intentos de violación de él o de sus conocidos.
Pero hablamos de alguien que había construido una muralla de poderes y favores a su alrededor. La investigación policial presenta el caso un año después, pero interviene en él de manera directa y decisiva el fiscal del Estado de Florida, Barry Krischer. Sus maneras son, cuando menos, cuestionables. O, directamente, misóginas. Asegura que las menores que denuncian son solo prostitutas profesionales con ánimo de lucro —ni las entrevista a ellas ni a sus familiares—, delincuentes que han de dar la cara, por lo que eleva el caso al gran jurado, que obliga a dejar atrás el anonimato, y únicamente bajo un cargo: el de putero, que no tiene en cuenta la edad de las víctimas. Solo quedó una denunciante. Pero la policía de Palm Beach considera que hay un trato especial hacia Epstein y entra en escena el FBI.
Para contrarrestarlo, el equipo legal de Epstein negoció un acuerdo que condenaba al magnate, por un único delito, a 13 meses de cárcel —de la que podía salir seis días a la semana a trabajar—, y a su inscripción en el registro de delincuentes sexuales. El responsable, el entonces fiscal federal de Florida, Alexander Acosta, un hombre clave en lo que sucedería en los años siguientes, ya que acabaría siendo secretario de Trabajo en la primera etapa presidencial de Donald Trump y de la que tuvo que dimitir en julio de 2019.
La razón fue una apabullante investigación periodística del periódico Miami Herald, quienes, tras años de que las víctimas intentasen reabrir el caso contra Epstein, siempre encontrándose con el susodicho muro judicial y de poder, elaboraron la serie de reportajes titulada Perversion of Justice, que ahondaba y ponía el foco sobre el papel de Acosta en el acuerdo con Epstein y el encubrimiento sistemático de sus crímenes a pesar de su corta estancia en la cárcel.
Un final sin final explicado
Fue el momento en el que se abrió la veda y de nuevo sus víctimas, tras años siendo silenciadas y en los que Epstein continuó con elaborando y rehaciendo su vida gracias a su agenda de millonarios, contaron de nuevo qué ocurría en aquellas fiestas pedófilas, los nombres recurrentes y los esporádicos, el abuso que sufrieron en las mansiones y los ocupantes y viajeros del jet privado, una investigación del FBI que, precisamente, son los documentos que quiere desclasificar ahora el gobierno de Trump. Como la figura de Virginia Giuffre, quien fue clave para conocer la verdad sobre el hijo favorito de Isabel II.
Aquellos reportajes consiguieron que el caso volviese a la luz público, ahora además contando con las redes sociales, y Epstein comenzó a ser un sinónimo de maldad. Fue la Fiscalía Federal de Manhattan quien estipuló que el acuerdo alcanzado por su equipo legal con Acosta no era vinculante para el resto de casos de violación y el 6 de julio de 2019 Epstein es detenido con una larga lista de cargos por prostitución, trata y abuso, entre otros. La investigación del FBI halla pornografía infantil en sus ordenadores.
Se suceden entonces las consecuencias: una semana después, Acosta dimite; un mes después, encuentran el cadáver de Epstein en su celda. Aunque los primeros indicios dejan entrever un posible suicidio, jamás se esclarecen la causas de la muerte, lo que rodea su fallecimiento con rumores de que las altas esferas involucradas han querido silenciarlo. No por nada ya había tenido un intento previo de quitarse la vida, lo que hizo que fuese internado en la unidad de vigilancia, pero fue poco después fue sacado de la misma. El día en que murió, en contra del reglamento, nadie comprobó su estado durante tres horas.
Las víctimas
Hoy por hoy la asociación que representa a las víctimas de Jeffrey Epstein incluye a un total de 135 personas, aunque es probable que este número aumente tras la desclasificación de los documentos. Al fin y al cabo, hablamos de un caso que, como el de Harvey Weinstein o Puff Diddy, entronca los abusos con años y años de poder prácticamente ilimitado, pero que por ahora, a excepción del propio Epstein, Maxwell y Brunel, no ha tenido consecuencia alguna para ninguno de los responsables, que no han enfrentado siquiera a la justicia, negando una y otra vez los hechos.
Hasta el príncipe Andrés prefirió llegar a un acuerdo extrajudicial con Giuffre, así como varios bancos como JPMorganChase o Deutsche Bank han pagado unos pocos cientos de millones de dólares a las víctimas para evitar las demandas de haber colaborado y hecho negocios con un exconvicto y delincuente sexual. La propia fortuna de Epstein pasó a ser un fondo de compensación para las mismas.
Pero, dado que los perpetradores o están muertos o guardarán silencio, la esperanza de las víctimas está en que el gobierno, las autoridades y el sistema remen a su favor. De ahí la importancia de la desclasificación de documentos por parte del nuevo grupo creado por la administración de Donald Trump, para quien ahora Epstein fue solo un conocido.