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Aunque muchos no lo crean, en México había monedas circulantes de oro. (Todavía no se inventaban las tarjetas de crédito y de débito). Cuando se estableció el Banco de México en 1925, el país estaba adherido al régimen de patrón oro. En ese marco, los billetes que expidiera la nueva institución de emisión estaban llamados a ser el complemento flexible de las monedas de oro y de plata con las que se integraba la circulación monetaria. También Estados Unidos, Gran Bretaña y los países más avanzados del mundo estaban apegados a dicho esquema monetario.
En términos generales, puede decirse -sin faltar a la verdad- que el esquema de patrón oro fue abandonado en razón de que empezó a resultar crecientemente disfuncional. Es decir, a operar de una manera fallida. Desde un punto de vista meramente evolutivo, parece correcto afirmar que el régimen de moneda metálica estaba condenado a dejar su lugar a la fórmula más moderna de moneda fiduciaria.
Bajo una aproximación más concreta, el patrón oro dejó de existir en razón de que ya no se cumplieron las precondiciones fundamentales para su operación. Estas condiciones eran dos. Primera, una flexibilidad muy grande del sistema de precios tanto hacia arriba como hacía abajo. Segunda, un precio relativo estable entre el oro y la plata para asegurar que las piezas acuñadas en el metal blanco se mantuvieran en circulación a la vez que se intercambiaran a la par con las monedas de oro.
El supuesto de una flexibilidad completa de los precios a la baja no se cumplió. Fue el fenómeno que obligó a Gran Bretaña a abandonar el patrón oro en el año 1931, siendo ministro de finanzas nada menos que Winston Churchill. En México, el factor que principalmente obligó al abandono del esquema fue la falta de estabilidad en el precio relativo entre el oro y la plata como metales.
Hacia finales de la década de los veinte, el precio relativo de la plata se ubicaba en niveles por debajo de la paridad oficial de 34 a 1 entre los dos metales. En México, la mayoría de las transacciones se liquidaban con monedas del metal blanco. Ello daba lugar a que hubiera en el mercado dos escalas de precios en función si se iba a pagar con monedas de oro o de plata. El fenómeno fue causa de gran disgustó social y para remediarlo a las autoridades no se les ocurrió mejor cosa que desmonetizar la moneda de oro. Mediante esa fórmula simplista, la moneda de plata ya no tendría referencia monetaria contra la cual depreciarse. Corría el mes de julio de 1931. ¡Muerto el perro, se acabó la rabia!
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