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Cine, magia y silencios en El Mensaje de Iván Fund

Publicado: febrero 24, 2025, 3:00 am

Anika bordea los nueve años y tiene un don que quizá en algún momento muchos hemos deseado: puede comunicarse con los animales. Pero ese regalo será, a la vez, una especie de condena que la conduce a la pérdida de su infancia. Esa es la trama de El Mensaje, la película con la que el director argentino Iván Fund llegó a la competición oficial de la Berlinale. La cinta conquistó a la crítica porque el director logra, ante todo, una historia mágica, de amor y con un riguroso trabajo de fotografía que refuerza la atmósfera onírica de la película. 

Se trata de una road movie emplazada en la periferia argentina. Anika (Anika Bootz), junto a su abuela Miriam (Mara Bestelli) y Roger (Marcelo Subiotto), la pareja de esta, visitan diversos pueblos para ayudar a los dueños a comunicarse con sus mascotas. La cinta inicia de noche con la llegada de un cliente afligido porque su tortuga parece estar enferma. “Ani, despertate, hay un señor con una tortuga”, dice Miriam. Luego de que Roger acordara un pago de 12,000 pesos argentinos, equivalentes a unos 10 euros, por la consulta, Anika se comunica con la tortuga.

Con una trama lenta y de silencios, los protagonistas continúan su viaje en una casa rodante, haciendo pseudo-publicidades del don de Anika para ganar clientes y así conseguir el dinero del día. Miriam es una especie de mánager que se encarga de que la niña tenga consultas y, para ello, no duda en hacer gala de los alcances del don de Anika, quien puede comunicarse con animales vivos, pero también con muertos e incluso con solo ver una fotografía de la mascota. Quizá lo que Miriam desconoce y, más importante aún, es que su nieta más allá de ser una simple médium de animales: es el remedio o el consuelo de los afligidos dueños y también de ella.

Pese a la comunicación limitada, hay una complicidad y cariño en este trío que lucha por no caer presa de la adversidad económica que se vive en Argentina. Poco se sabe de la madre de Anika, solo que está recluida en una clínica psiquiátrica y que, cuando la recibe de visita, la abraza con fuerza como si de eso dependiera su vida. Anika tiene el don de ser también el alivio para los tormentos de su madre.

La joven heroína de esta historia pasa su tiempo leyendo cuentos y esperando que el hada de los dientes finalmente llegue para recoger sus dientes caídos, aunque en su historia el hada nunca llega. Su vida en continuo aislamiento le ayuda a comprender el universo de las mascotas que visita, cuyos mensajes también podrían entenderse como suyos: “Las espinas son todas mías. ¿Dónde están mis hermanos?… Muchos ladridos y todos son para mí, ninguno para compartir. ¡Me siento solo…!”. El desesperado mensaje de un erizo podría ser también el suyo.

Si hay un elemento que le otorga solidez a la película de Fund es la soberbia fotografía en blanco y negro de Gustavo Schiaffino. Su propuesta visual evoca la imagen poética en la literatura, aquella que sugiere más de lo que muestra y despierta emociones a través de la belleza y la metáfora. Sin embargo, aquí no se trata de una imagen poética en el sentido literario, sino de una imagen cinematográfica: una construcción que crea sensaciones, logrando que cada plano dialogue con la historia de Anika, su soledad y su vínculo con el mundo animal.

Iván Fund (Argentina, 1984) es un cineasta que ha construido una filmografía caracterizada por el cruce entre el realismo y lo fantástico. Desde su debut con La risa (2009) hasta películas como Los labios (2010) y Vendrán lluvias suaves (2018), su cine ha explorado lo íntimo y lo onírico con sensibilidad. Con El Mensaje, Fund reafirma su capacidad para capturar lo mágico dentro de lo cotidiano sin recurrir al artificio.

El Mensaje es un viaje sutil y conmovedor que recuerda que la verdadera comunicación es más allá de las palabras. En su peregrinaje entre humanos y animales, Anika es tanto un puente como un reflejo de aquellos que buscan consuelo. Iván Fund no ofrece respuestas definitivas, pero deja en el aire una pregunta poderosa: ¿quién necesita más ser escuchado, las mascotas o sus dueños? Es, en sí, una cinta con el potencial de instalarse en la memoria como un susurro melancólico, una fábula que, como los mejores relatos, sigue resonando mucho después de que la pantalla se apague.

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