Publicado: agosto 20, 2025, 3:00 pm
Hace entre unos 6.150 y 6.300 años, en lo que ahora es la región francesa de Alsacia, tuvo lugar una batalla en la que miembros de una comunidad cercenaron varios brazos izquierdos de sus enemigos como trofeo de guerra. No solo eso: también capturaron al menos a una decena de ellos para, una vez llevados a su poblado, torturarlos y sacrificarlos brutalmente en rituales destinados a celebrar la victoria. Este festejo público incluyó un ensañamiento inusitado donde, entre otras cosas, se partieron las piernas de los cautivos, quizá para evitar su huida, y se machacaron sus cráneos hasta prácticamente convertirlos en un amasijo informe. Y todos estos ritos seguramente se dieron delante de todo el pueblo vencedor. Tras exhibir los restos ya inertes probablemente durante días a la vista de todos en un espacio central del poblado, lo que quedó tras aquel sanguinario ritual de la victoria, junto con las extremidades que habían ‘ganado’ en el campo de batalla, fue arrojado en una misma fosa. No se trató de un episodio aislado: la misma práctica se llevó a cabo en otro asentamiento localizado a escasos 50 kilómetros. Esta violenta historia que cuentan los huesos hallados en los yacimientos de Achenheim y Bergheim se acaba de completar un poco más gracias al trabajo de un equipo europeo en el que participan arqueólogos españoles y que constata la que quizá sea la primera celebración de la victoria en el Neolítico. Una brutal fiesta del triunfo que va mucho más allá de las documentadas con anterioridad en nuestro continente por todos los elementos de excesiva violencia que convergen en estas dos tumbas circulares. Los resultados de la investigación acaban de publicarse en la revista ‘ Science Advances ‘. «La combinación de trofeos de guerra e individuos brutalmente torturados y sacrificados señala que esto no es una simple masacre; no es que alguien haya llegado al poblado y haya asesinado a la mitad de la población y ya. Aquí hay enseñamiento y deseo de espectacularidad», explica a ABC Javier Ordoño, arqueólogo, socio-fundador de Arkikus y uno de los autores del trabajo liderado por Teresa Fernández-Crespo, investigadora de la Universidad de Valladolid e investigadora asociada en la Universidad de Oxford (Reino Unido). «Se trata de una de las primeras evidencias documentadas a nivel mundial de violencia pública ritualizada para ensalzar una victoria y, a la vez, deshumanizar al rival», apunta por su parte Fernández-Crespo. Los yacimientos de Achenheim y Bergheim fueron descubiertos hace alrededor de una década de forma fortuita, mientras se llevaban a cabo obras públicas. Inmediatamente, aquellas tumbas circulares repletas de huesos llamaron la atención de los investigadores, quienes descubrieron que en Achenheim yacían los cuerpos de seis hombres jóvenes y cuatro brazos izquierdos cercenados de otros cuatro. La de Bergheim era algo distinta: allí se encontraban las extremidades también izquierdas de siete varones adultos sin sus cuerpos, el esqueleto completo de otro más con múltiples evidencias de violencia y otros siete cadáveres de hombres, mujeres y niños probablemente asesinados, pero sin tanta brutalidad. «Estaban en posiciones que indicaban que habían sido lanzados sin cuidado alguno. Seguramente fueron asesinados con una violencia que no dejó rastro en los huesos, quizá asfixiados o degollados», señala Ordoño. Para dar un paso más en la investigación, Fernández-Crespo ideó un proyecto financiado por el programa Marie Skłodowska-Curie Actions del Horizonte 2020 de la Unión Europea, para realizar un estudio isotópico sobre los huesos y dientes para tratar de abordar la identidad de las víctimas. Analizando los isótopos estables de carbono, nitrógeno y azufre del colágeno de los huesos y dientes, y los de oxígeno, carbono y estroncio del esmalte dental se pudo reconstruir su dieta y procedencia geográfica. Después, se compararon los resultados con los obtenidos sobre otros individuos enterrados de forma convencional en la zona, calificados como ‘no víctimas’ y usados a modo de grupos de control. Los resultados indicaron que aquellos individuos a los que pertenecieron los brazos y cuerpos arrojados en las fosas de Achenheim y Bergheim tuvieron una dieta mucho más cambiante que los enterrados ‘al uso’, explotando un paisaje más diverso, «y posiblemente estuvieron sometidos a un mayor estrés fisiológico, sugiriendo un estilo de vida sustancialmente distinto, lo que refuerza la hipótesis de que eran forasteros», dicen los autores. Esto entroncaría con pruebas de anteriores estudios que señalan que los moradores de Alsacia a finales del Neolítico fueron desplazados por pueblos venidos desde regiones limítrofes. No acabaron ahí las sorpresas reveladas por los isótopos. También había diferencias entre los cuerpos completos sacrificados y los brazos cercenados: los segundos presentaban valores isotópicos de azufre «relativamente bajos y muy similares entre sí, que coinciden con los valores de las supuestas no víctimas en el norte de Alsacia», lo que podría indicar que esos individuos procedían de esa zona. Por el contrario, la mayoría de los esqueletos completos de las víctimas tenían valores de azufre más altos, compatibles con los de Alsacia meridional, además de con los de la región parisina, la cual ha sido propuesta tradicionalmente como origen del pueblo invasor. La teoría de los autores es que lo más probable es que los brazos fuesen ‘recolectados’ en una batalla más lejana que donde se capturaron los individuos sacrificados brutalmente, «esencialmente por el coste energético diferencial que implicaría su traslado». «Quizá en las primeras batallas, los residentes pudieron resistir y celebrar estos rituales del triunfo; pero con sucesivas oleadas de gente llegada desde la actual cuenca parisina, acabaron sucumbiendo. Por tanto, estas fiestas de la victoria hay que entenderlas como pírricas», dice Fernández-Crespo. Sea como fuere, los investigadores creen que estos eventos no eran solo actos de violencia, sino también de reafirmación de poder, venganza y conmemoración a los caídos. Una de las primeras pruebas evidentes de la ritualización de la guerra en el Neolítico. Y, además, sospechan que otras tumbas parecidas pueden estar aún ocultas entre los estratos de la tierra de Alsacia. Los autores remarcan que todos estos descubrimientos han sido posibles gracias a los nuevos métodos arqueológicos, «que nos convierten en una especie de CSI del pasado», señala Ordoño. Una mezcla de técnicas con un nuevo enfoque que ha permitido sacar a la luz uno de los capítulos más cruentos y espectaculares del Neolítico europeo. Una ventana para conocer la identidad y forma de vida de sus protagonistas.