Susan Harris crearía una serie absolutamente atemporal que, pronto y durante mucho tiempo, se convertiría en la serie favorita de la Reina Madre: Las chicas de oro.
Nos situamos en el Miami de 1985 cuando Blanche, una mujer viuda, pone un anuncio en un supermercado buscando compañera para compartir casa. Responden al anuncio Rose, otra viuda, y Dorothy, recién divorciada. Enseguida se uniría a ellas la madre de Dorothy, Sophia, una siciliana que, sin embargo, en la vida real era un año menor que su hija.
La serie se convirtió en un icono que traspasó fronteras geográficas y temporales: cuarenta años después de su primera emisión, sigue viéndose y gustando. Y la fórmula es simple y natural como la vida: cuatro mujeres hablaban sin pelos en la lengua de todo lo inimaginable; temas controvertidos en aquellos años como la homosexualidad y el sida, asuntos propios de la edad y tabús por entonces como la menopausia, la eutanasia y el sexo en la tercera edad.
De entre las cuatro actrices que protagonizaron ese icono de masas, tal vez la vida más sorprendente sea la de Beatrice Arthur.
Bernice Frankel nació en 1922 y estaba a punto de cumplir 30 años cuando tonteó por primera vez con la televisión, en Once Upon a Tune y Studio One, aunque no fue hasta un par de décadas después que alcanzaría el estrellato.
En 1943, con 21 años de edad, Beatrice se alistó en el cuerpo de Marines de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. Su primera asignación fue como mecanógrafa en la sede de la Marina en Washington DC, para ser destinada después a diferentes posiciones en Virginia y Carolina del Norte en estaciones aéreas de la Infantería de la Marina. Al año siguiente de alistarse, se casó con un compañero del cuerpo, su primer marido Robert Alan Aurthur, cambiando su apellido de Frankel a Arthur (modificando intencionadamente su escritura), y de quien se separaría pocos años después.
Arthur sirvió en el ejército un total de treinta meses y llegó a alcanzar el rango de sargento antes de retirarse. En los Archivos Nacionales de los EE. UU., aparece en el catálogo de «personas de prominencia excepcional».
Fue después de la guerra cuando decidió que su futuro estaba, definitivamente, en la interpretación. Estudió, empezó en publicidad, se dedicó al teatro y en 1966 ganó un Tony a mejor actriz de musical por su papel de Vera Charles en Mame.
Activista, animalista y defensora de los derechos del colectivo LGTB, a principios de la década de los ’70 le dieron un papel que parecía hecho a su medida: el de Maude Findlay en Todo en familia. Un personaje destinado a ser episódico, pero que tuvo tanto éxito entre el público que acabó teniendo su propia y revolucionaria serie: Maude. Una serie que revolucionó la pantalla tratando todos los temas de conflicto social: la guerra, el divorcio, la menopausia, drogas, alcoholismo, aborto, derechos de los gays e incluso el abuso conyugal.
En su episodio más polémico, cuando el aborto solo era legal en un par de estados de los EE. UU., Maude se convirtió en el primer personaje principal de una serie que tomó frente a sus espectadores la decisión de abortar un embarazo en un episodio a dos partes: El dilema de Maude.
Desde el final de Maude y hasta el inicio de Las chicas de oro pasaron siete años, pero Bea Arthur ya era todo un icono, una leyenda de todas las causas justas.
La actriz murió en abril de 2009 a causa de un cáncer, a punto de cumplir ochenta y siete años. Sus dos hijos, a quienes había adoptado con su segundo marido, y sus dos nietas esparcieron sus cenizas por Miami. Tres días después de su muerte, se apagaron las luces en Broadway durante un minuto en su honor, a las ocho de la tarde.
Arthur dejó en herencia 300,000 dólares al Ali Forney Center, una organización neoyorquina que proporciona alojamiento a jóvenes LGTB sin hogar, que reabrió sus puertas en 2017 (después de haber quedado derruído tras el huracán Sandy en 2012), y lo hizo como Residencia Bea Arthur.