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Así ha sido la reaparición de Angela de Liechtenstein, la primera princesa afroamericana de una monarquía europea

Publicado: septiembre 3, 2025, 10:30 am

Quizá la última vez que se habló de ella en los medios fue en 2021, ya que durante toda su vida lo que ha llevado por bandera es la discreción, algo que por otro lado es bastante habitual en la monarquía a la que pertenece, la de Liechtenstein. Hablamos de la princesa Angela de Liechtenstein, la esposa del príncipe Maximiliano, segundo de los hijos del actual jefe de Estado del principado, el príncipe soberano Juan Adán II de Liechtenstein, y de su difunta esposa, la princesa Marie, que falleció en agosto de aquel mismo 2021.

Sin embargo, no fue su muerte lo que trajo a la conversación a la princesa Angela, sino Meghan Markle. Si bien en 2017, cuando se anunció su compromiso con el príncipe Harry, ya otros expertos en casas reales de Europa recordaron a la esposa del príncipe Maximiliano, fue a raíz del Sussexit y, sobre todo, de las acusaciones de racismo contra miembros de La Firma lo que hizo que muchos centrasen sus miradas y palabras en la princesa, porque ella fue la primera mujer afroamericana en formar parte de una familia real europea en muchísimos años y, sobre todo, en la época moderna.

A pesar de su habitual rechazo a salir en los medios, este pasado fin de semana la princesa Angela reapareció en sociedad en la boda de la princesa María Carolina, la hija de los príncipes herederos Alois y Sophie de Liechtenstein. Es más curioso, de hecho, que este regreso haya sido bastante comentado en medios especializados, casi al contrario de lo que ocurrió en su propia boda, que tuvo lugar en enero del año 2000, que aunque obtuvo repercusión no fue en absoluto tan comentada como podría suponerse.

Sin embargo, hasta llegar a ese momento hay que remontarse varios años atrás. La princesa y también condesa de Rietberg, cuyo nombre de nacimiento es Angela Gisela Brown, vino al mundo a principios de febrero de 1958 en Bocas del Toro, en el extremo sur de la isla Colón, en Panamá. Su ascendencia, sin embargo, es africana, tanto por la rama paterna como por la materna.

Sin embargo, su padre, el empresario Javier Francisco Brown, y su mujer, Silvia Maritza Burke, decidieron no quedarse en Centroamérica y, se mudaron, cuando Angela era pequeña, a Nueva York. Su familia era de clase alta y estaba acomodada, por lo que tras terminar su educación básica, la futura princesa pudo perseguir su sueño sin demasiados problemas: entrar en la prestigiosa Parson’s School of Design para poder ser una modista y diseñadora de prestigio.

Y debía de ser bastante buena, ya que siendo todavía estudiante ganó un importante premio, el Oscar de la Renta Gold Thimble, estuvo trabajando otros tres años —de hecho colaboró con la diseñadora húngara Adrienne Vittadini hasta 1999— e, incluso, consiguió finalmente asociarse con una firma de Hong Kong para fundar y establecer su propia marca de moda, a la que ya había bautizado como A. Brown.

Sin embargo, su vida había dado un giro radical en 1997, en una de tantas fiestas neoyorquinas a las que asistía. Porque fue entonces cuando se le acercó un joven 11 años menor que ella. El apuesto pretendiente, que se dedicaba a las carteras de inversiones, quería conocerla mejor y dio el primer paso, pero la química fue instantánea. Él, claro, era el príncipe Maximilian Nikolaus Maria von Liechtenstein, aunque sus allegados le llaman Max.

El príncipe Maximiliano se había estado formando en un Máster en Administración de Empresas y Negocios en la Harvard Business School, en Cambridge, para continuar con el legado familiar. Obviamente, no para gobernar el diminuto país de casi 40.000 habitantes, sino para saber gestionar el LGT, el Liechtenstein Global Trust, el banco de inversiones y patrimonios que posee su familia y con el que, como se solía decir, habían conseguido ser más ricos que la reina de Inglaterra.

El noviazgo entre ambos apenas si duró tres años, pues en 1999 se anunció el compromiso y con la llegada del nuevo milenio, en enero del 2000, se casaron. Y lo hicieron, además, por partida doble: el día 21 en una ceremonia civil en Vaduz, capital de Liechtenstein, y el día 29 iban hasta el altar y se daban el «sí, quiero» en la iglesia de San Vicente Ferrer, en el Upper East Side de Manhattan. La novia, como no podía ser de otra forma, diseñó su propio vestido de boda para tan histórico momento.

No hay que ser tampoco ingenuo: su noviazgo y posterior boda con una mujer negra y más de una década mayor que él no fue recibida por todos como un triunfo del amor —aunque al príncipe no le importasen lo más mínimo las críticas—. Él mismo ha explicado que si bien sus padres siempre apoyaron su decisión, apoyaron a Angela y jamás hicieron ningún comentario malicioso o racista, no todos los miembros de su familia o incluso de otras familias reales reaccionaron igual, llegando incluso algunos a catalogar su boda como «el fin de una era».

Pero los príncipes de Liechtenstein no pueden haber encontrado una mejor forma de acallar cualquier xenofobia que demostrando que su amor sigue intacto más de 25 años después —no como otros que no son interraciales—, así como también el que sienten por su único hijo, el príncipe Alfonso, obviamente mestizo, nacido en Londres el 18 de mayo de 2001 y sexto en la línea sucesoria, está trabajando en su ciudad natal como analista financiero y que también acudió el pasado fin de semana a la boda de su prima.

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