Publicado: diciembre 19, 2025, 11:30 am
Nada, absolutamente nada, fue dejado al azar. Parecía, de hecho, que estaba pensado desde hacía mucho, muchísimo tiempo. Y, casi con total seguridad, era así. El pasado sábado, 13 de diciembre, se casaba Azzi Agnelli, la única hija del matrimonio que formaron por Giovanni Alberto Agnelli y Frances Avery Howe, y, por tanto, la heredera del imperio Fiat, que huelga decir es la mayor compañía de automóviles de Italia. El novio, como no podía ser de otra manera, también pertenece a una clase social muy alta: Frankie Lagrange, hijo del multimillonario economista belga Pierre Lagrange, cofundador de la compañía de inversiones discrecionales GLG Partners.
Es bastante curioso, aun así, que la historia de amor se le haya escapado a los medios, porque apenas si se conocen los detalles. Ha tenido mucho que ver, de hecho, que ellos no han hecho o dicho algo en redes —él las tiene privadas y ella en sus entrevistas no habla sino de su trabajo—. y, quizá, la enorme celeridad con la que han llegado hasta el «Sí, quiero». Porque de lo poco que ha trascendido es que hubo de ser un flechazo clásico: en diciembre de 2024, a los cinco meses de conocerse, ya estaban comprometidos. Un año después, ha dado comienzo su etapa como marido y mujer.
Tal vez esa reticencia a los medios por parte de la novia especialmente sea incluso algo supersticioso. Para entenderlo hay que explicar quién era el padre de Azzi, Giovannino, como le llamaba su círculo cercano. Él era, sin lugar a dudas, el delfín del imperio automovilístico de su familia, alguien en quien estaban puestas todas las esperanzas porque estaba llamado a marcar una época en Italia en un campo en el que, además, siempre ha destacado.
Primogénito de Umberto Agnelli y Antonella Bechi Piaggio y sobrino de l’Avvocato, Gianni Agnelli, Giovanni se marchó a estudiar a la Universidad de Brown, en Estados Unidos, donde conocería a su futura esposa, que estudiaba para ser arquitecta, y se formaría para, a su regreso, modernizar y revitalizar Piaggio, la empresa de motocicletas de su familia materna, la cual llevó a lo más alto en términos de calidad y de popularidad. Su visión de negocio era tal que ni su padre ni su tío —su abuelo, Edoardo, había muerto en 1935 en un accidente de avión— dudaban de que sería el futuro de Fiat.
Además de moderno, eso sí, era alguien bastante decoroso y discreto, pero aunaba ese impulso de juventud por llevar la empresa al siguiente nivel. Concedió, al comienzo de 1997, una entrevista a La Stampa y dejó dos titulares: su esposa estaba embarazada y se marchaba a Nueva York por un tumor que le habían encontrado y por el que se iba a someter a un tratamiento. «No va a ser un proceso rápido, pero tengo motivos para pensar que lo superaré». Nunca más dijo nada sobre la enfermedad por la que perdería la vida muy poco tiempo después, una vez había regresado a Italia aquel mismo agosto.
Fue antes de acabar el año. Su última aparición pública: un partido entre su Juventus de Turín, que perdió 1-0 contra el Manchester United. El 13 de diciembre de 1997. Tenía 33 años y una hija de tres meses, Virginia Asia, a quienes llamaban Azzi. El cáncer había sido fulminante. Pero su hija se crio sabiéndolo todo sobre él, admirándolo, descubriendo cada paso que dio. Y por eso, 28 años después, toda su boda ha girado en torno al padre que apenas tuvo tiempo de conocer y del que no guarda ningún recuerdo más de los que ha tenido que recrear en su mente.
De ahí la fecha elegida para la boda, una resignificación de la misma. O el lugar: Villa Varramista, en Montopoli in Val d’Arno, una pequeña localidad de apenas 11.000 habitantes de la provincia de Pisa, en la Toscana. Pero la elección no proviene por en espectacular enclave, una construcción con varios siglos de historia, o por los paisajes, vastos de viñedos y olivares, sino porque, de nuevo, fue el lugar en el que sus padres también se prometieron amor para siempre.
Y eso que ella no se crio en Italia. Frances, su madre, aprovechó su sangre angloamericana para marcharse a Inglaterra a rehacer su vida, algo que consiguió conociendo al famoso peluquero y empresario John Frieda, con quien tendría dos hijos más y que ha sido la gran figura paterna para Azzi, a quienes ambos decidieron educar y criar lejos de la fama que con toda probabilidad habría tenido en su Italia natal.
Así, de hecho, pudo estudiar sin problemas de paparazis o platós de televisión en la Universidad de Artes de Leeds, aunque su desempeño actual se haya diversificado: por un lado, ella misma se considera filántropa, una condición que ha unido a faceta de empresaria. ¿La razón? Su consciencia sobre la salud mental. Tanto es así que, como explican desde ¡Hola!, el pasado febrero anunciaba la creación de un fondo, al que ha bautizado TMV: Lifecycles, que persigue el bienestar mental a través de la tecnología. Junto a su socio, ImpactAlpha, han explicado que todo nace de tres pilares: investigación académica, estudios clínicos y la experiencia en inversión de Azzi.
En su boda, que ha estado repleta de rostros conocidos, como los de Olympia de Grecia, Stella McCartney, Lady Lola Bute, Daisy Knatchbull u otros miembros de la familia Agnelli, como su tío Andrea, Azzi ha utilizado hasta tres vestidos. De hecho, en el último de ellos se podía leer «Miss Lagrange».
