Publicado: noviembre 3, 2025, 5:30 am

«Búscate otro pasajero y te bajo el precio… o te buscas cuatro y te llevo gratis». Este mensaje es repetido por los organizadores de los viajes clandestinos a Aruba y Curazao, en su afán de conseguir más clientes para su negocio.
Por laheridaabiertafronteriza.com
Los jóvenes suelen ser los más interesados en migrar. Al no tener trabajo fijo, ingresos que les permitan mejorar su calidad de vida, y ver cómo sus hogares se sumergen cada día en más necesidades, optan por buscar la manera de llegar a las «islas de la prosperidad», las cuales ven a lo lejos, desde sus pueblos costeros, y hasta pueden oír sus emisoras en idiomas exóticos.
Henry sólo buscaba estabilidad
Hacía un año que Henry Jesús Chirino Cobis, de 25, había regresado de Colombia. Vivía con su esposa en El Supí, en la península de Paraguaná. Se desempeñaba como ayudante de pescador y en ocasiones como obrero, pero no tenía trabajo fijo.
Cuando se fue en la lancha «La Encontrada» el 17 de marzo de 2020, tenía una bebé recién nacida, lo que aumentaba los gastos de la familia, que moraba bajo el techo de sus suegros. Por eso se marchó con la esperanza de mejorar su calidad de vida.
Ahora, es uno de los 16 desaparecidos de esa embarcación.
«Él me dijo que se iba para Aruba, que sabía de un amigo de la infancia que se había ido antes y ya tenía su casa y su carro. Henry solo quería estabilidad para los tres. Nosotros no sabíamos del riesgo que corría, porque parece cerca, parece que la isla está ahí, pero no sabíamos a lo que nos enfrentábamos en el mar. Aunque le ofrecieron buscar a otros para bajar el precio, conseguimos que un tío mío me prestara los 500 dólares para que se fuera, con la promesa de que al estar en la isla pagaría la deuda». -Damarys Arías, esposa de Henry.

Viajes clandestinos y piramidales
El viaje se planificó en una semana. Henry fue captado por uno de los presuntos organizadores, vecino de El Supí, la misma comunidad donde vive su familia.
Luego de la desaparición de la embarcación, Damarys se enteró de que el viaje lo habían organizado desde hacía mucho tiempo, pero decían que los motores tenían fallas o que faltaban pasajeros, lo que hacía que los que habían pagado también se pusieran a captar migrantes, para lograr por fin embarcarse.
Henry se devolvió tres veces a El Supí, por las mismas razones, hasta el 17 de marzo, cuando le informaron por mensaje de texto que ya iban a salir de la orilla de Tiraya y que debía llegar lo antes posible.
«Ese hombre salió rápido, nos despedimos, fue el último día que lo vi. Quedó en avisarme cuando salieran, pero su mensaje nunca llegó», recuerda Damarys.
Desde entonces, Damarys mantiene una lucha constante de búsqueda y aunque ha recibido amenazas para que «deje las cosas así», no se cansa.
«A ellos les eliminaron el Whatsapp a los meses, los mensajes de que salieron nunca le llegaron a ninguna de las familias, son muchas cosas que nos llevan a pensar que nuestros familiares nunca zarparon, sino que los sacaron a otro estado por tierra y están con vida en otro lado, en contra de su voluntad”.
Una práctica cada vez más riesgosa y costosa
Los viajes clandestinos desde el estado Falcón -que cuenta con 685 kilómetros de costas- son recurrentes.
Aunque no hay un registro oficial, las familias de los desaparecidos estiman que sale al menos uno al mes. Los precios de los pasajes varían, con los años han ido en aumento y a quienes les ofrecen viajar solos o resguardados les sube mucho la tarifa.
Por ejemplo, la madre de Jeremy Enmanuel Ernesto Espinosa Petit, de tan solo 18 años, pagó 600 dólares a sus vecinos en La Vela de Coro para que llevaran a su hijo, al que no había visto en siete años.

La embarcación «Piska Freskú Curacao» salió hacia Curazao el 2 de marzo de 2024 desde San José de la Costa, con 24 personas a bordo.
Dos días después del zarpe, la Guardia Costera del Caribe Neerlandés rescató a diez personas en la lancha semihundida en aguas curazoleñas.
Entre ellos no estaba Jeremy, pero sí los dos vecinos, hermanos, que tenían el compromiso de «entregarlo» en Curazao.
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