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Aquí los jóvenes ya no sueñan: las secuelas de la guerra en la salud mental de los refugiados sudaneses en Chad

Publicado: mayo 15, 2025, 4:30 am

Trabajo en el campo de refugiados de Metche, en el este de Chad, donde más de 43.000 personas sudanesas han buscado seguridad tras escapar de la devastadora guerra que asola su país desde abril de 2023. Aquí, Médicos Sin Fronteras (MSF) ofrece atención médica y apoyo en salud mental a una población marcada por el trauma y la incertidumbre. Yo coordino las actividades de salud mental, y a menudo escucho a jóvenes que me dicen que ya no tienen deseos ni esperanzas.

Ese sentimiento no surge de la nada. Se alimenta de una combinación de factores demoledores: las condiciones de vida en el campo y las huellas profundas de una guerra brutal. La mayoría de las personas que encontraron refugio en Metche dejaron atrás una vida que podría calificarse de normal. Tenían hogares, familias, negocios, tierras cultivadas… Ahora, viven en medio del desierto, bajo refugios precarios de paja o plástico, expuestos al calor extremo, sin agua suficiente, sin electricidad, sin intimidad.

La situación es especialmente complicada para las mujeres y los niños. Muchas mujeres han perdido a sus maridos en la guerra y deben hacerse cargo solas de su familia. Dependen por completo de la ayuda humanitaria, que no siempre es suficiente. Y cuando salen del campo a buscar agua o leña, se exponen a agresiones físicas y sexuales.

Por su parte, los niños y adolescentes crecen en un entorno que no les ofrece seguridad ni estructura. Cuando las madres se ausentan, ellos quedan solos, sin supervisión y vulnerables. Los adolescentes con los que nos reunimos hablan muy poco del futuro, porque en Metche no hay oportunidades para buscar trabajo, empezar a estudiar o simplemente planificar y formar una familia en el futuro.

El trauma de la guerra está muy presente. Muchas personas han sido testigos de atrocidades que las han marcado profundamente. Algunos han visto a familiares o vecinos morir ante sus ojos. Otros recuerdan los cadáveres que vieron durante la huida. Hay quienes fueron torturados o recibieron amenazas constantes antes de llegar aquí.

Estas experiencias dejan cicatrices psicológicas. En el campo vemos un número significativo de casos de todas las edades que presentan síntomas psicóticos: alucinaciones auditivas o visuales, delirios, percepciones corporales alteradas como la sensación de tener insectos dentro del cuerpo. Cuando una persona llega a este estadio psicótico, significa que su sufrimiento ha alcanzado un umbral crítico.

Nuestros equipos de salud mental detectan también otros síntomas comunes: malestar psicológico, dificultad para dormir, pesadillas y trastornos del estado de ánimo, como depresión. En muchos hogares, las tensiones familiares aumentan. Hemos escuchado historias de violencia doméstica, consumo problemático de alcohol y agresividad.

«El trauma de la guerra está muy presente. Algunos han visto a familiares o vecinos morir ante sus ojos»

Uno de nuestros grandes desafíos es trabajar con los adolescentes y jóvenes. Sabemos que se están saltando una parte importante de su vida. Organizamos grupos de psicoeducación para edades entre 12 y 17 años, donde hablamos sobre salud mental, emociones, frustración. También promovemos actividades recreativas como partidos de fútbol o talleres de fabricación de juguetes tradicionales.

Desde abril, hemos comenzado a colaborar también con las escuelas del campo. Allí buscamos enseñar a los alumnos a identificar y manejar sus emociones. Y formamos a los profesores para que puedan reconocer signos de sufrimiento y actuar a tiempo, ofreciendo primeros auxilios psicológicos o derivaciones a nuestros servicios si es necesario. Las escuelas cumplen un rol vital: ofrecen protección y ayudan al desarrollo intelectual y social de los alumnos. Sin embargo, incluso estos espacios están en riesgo.

Con la suspensión de ayuda internacional por parte del gobierno de Estados Unidos a comienzos de este año, muchas organizaciones humanitarias enfrentan recortes. La ONG que gestiona las escuelas del campo podría quedarse sin financiación. Si eso ocurre, miles de niños y adolescentes perderán no solo la educación, sino también una de las pocas redes de apoyo emocional que existen aquí. Las consecuencias serían devastadoras.

Tristemente, en abril se cumplieron dos años desde el inicio de la guerra en Sudán y no se ve un final, así que la difícil situación que enfrentan estas personas continuará por el momento. Desde MSF seguiremos ofreciendo asistencia médica, incluida la salud mental, pero se necesita más. Desde el inicio de la crisis, hemos pedido regularmente a las agencias de la ONU y a los donantes que aumenten la respuesta humanitaria en Metche, y en todos los campos de refugiados del este de Chad. Escuchar e implicar a las personas afectadas por esta crisis también es crucial, así como fortalecer los mecanismos de resiliencia que ellas mismas han desarrollado. Solo así podremos ayudar a las personas desplazadas a vivir con dignidad.

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