Imagina un ordenador que también tiene lector de diskettes, que también incorpora un teléfono-fax, una impresora, que además cuenta con su propio teclado, monitor y permite cambiar entre sus distintas funciones con solo pulsar un botón. Un ‘Complete Office’, como lo llegaron a denominar. Metemos una botonera como los DOMO de Telefónica y ya lo tenemos: la obra maestra de la síntesis.
Apple trabajaba en 1995 en un proyecto de alto secreto. Los ingenieros de la empresa pasaron dos años conceptualizando el que sería el ordenador definitivo, con una pantalla LCD y un auricular telefónico conectado a ella. Lo llamaron Project X, aunque su nombre comercial sería Apple Paladin. La industria evolucionó demasiado rápido y la versión del sistema operativo para este aparato se retrasó demasiado —incluso uno de los programadores abandonó a mitad del desarrollo—, lo que impidió su continuación.
Pero este no era sino uno de tantos. Apple, desde el comienzo, siempre buscó ese «equipo definitivo». El 1 de abril de 1976, Steve Jobs, Steve Wozniak y Ronald Wayne firmaron el contrato que fundó Apple Computer Company y, desde aquellos días hasta hoy, siempre han tenido en mente dar con la tecla. Es solo que ya dieron con ella, cuando presentaron el iPhone.
Otros iMac antes del primero
Es evidente que el iPhone mató la idea del ordenador definitivo. Al fin y al cabo, la esperanza estaba puesta en equipos menos portátiles, modulares y más caros. Uno de ellos hizo historia. Cuando Apple dejó de lado el Apple III y el Apple Lisa, también dejó de lado un enorme proyecto en el que trabajó. Era un hermano mayor, el Apple Jonathan, un sistema informático 100% modular, una especie de plug & play al que se le podía sumar mayor potencia gráfica o almacenamiento.
En un intento similar al de los Lenovo Moto Z de Motorola, este era un proyecto ambicioso que terminó enterrado. Si bien la filosofía era distinta, el objetivo era idéntico: tenerlo todo a partir de un mismo equipo.
En su libro Inventing the Future, John Buck escribió sobre este concepto, que heredaba el nombre de Jonathan Fitch, ingeniero líder en Apple en otoño de 1984:
Conocía a Jonathan (Fitch) desde mis días de diagnóstico en Lisa. Era uno de los principales diseñadores de placas y creo que después de que Lisa quedara relegada a un segundo plano por la Mac, Fitch estaba buscando qué hacer, cuál era la computadora Apple de «próxima generación», pero no un Mac. Muchas de las personas que trabajaban en Mac querían seguir con eso, simplemente pasar a la siguiente versión de Mac, porque lo veían como algo «en crecimiento» y no querían hacer algo que tal vez nunca viera la luz del día.
Y así fue como quedó enterrado otro de muchos. También se sacó adelante un prototipo curvado de equipo que contaba con disquetera a un lado, lector de CD-ROM, y giraba a través de un pedestal. Su pantalla era una PDA y se podía usar con un stylus, pero también con teclado y trackpad. Un escritorio increíblemente modular liberado de cables que aunaba lo mejor de una tablet con lo mejor de un PC y todo en una era verdaderamente temprana, con los 90 recién iniciados.
El primer iMac y el último
Lo que hoy día nos queda de todos aquellos es el iMac. Sin embargo, el iMac ha ido languideciendo con el tiempo. El iMac M4 está bien –muy bien, de hecho—. Apple hace los deberes con cada iteración nueva y el salto generacional ha sido significativo. Pero cuando te fijas en él, ¿qué ves? ¿Un todo en uno? Desde luego, pero no tan completo como hace un lustro; siempre falta algo.
Quizá no lo hemos valorado lo suficiente. Encontrar un iMac por menos de 40 euros no quita que estemos ante un producto de diseño prodigioso y usabilidad total. Era lo que yo denominaría «perfección tecnológica», el equivalente al iPhone. Pero igual que el iPhone perdió la entrada de auriculares, el iMac ha ido quedándose sin partes clave de su usabilidad. La primera, el tamaño de pantalla: los modelos de 27 pulgadas quedaron olvidados, los de 24 se impusieron y los rumores de un iMac de 32 o 34 pulgadas son solo eso, rumores.
Yo todavía tengo en casa y uso diariamente el mío, un iMac de finales de 2019 con 24GB de RAM. Y os puedo jurar que si tuviera un SSD —o si perdiese el miedo a desmontarlo e instalarlo yo mismo—, este equipo seguiría rivalizando con muchos ordenadores personales actuales, incluso entre los más punteros.Pero sigo recordando que en el iMac vamos perdiendo cada vez más posibilidades; primero fue el lector de CD/DVD, luego el lector de tarjetas y, en materia de software, la compatibilidad con apps del pasado.
Apple siempre buscó la perfección. Y eso lleva tiempo. La filosofía de iterar hasta dar con la versión definitiva y pura, inspirada en el toro de Picasso, llevó a Jonathan Ive a diseñar verdaderas obras maestras. Y esto es justo lo que echo de menos ahora, que no me pidan comprar un monitor anexo, sino que dentro del pack ya tenga el mejor monitor posible, la mejor webcam, dos altavoces de primer nivel y todas las necesidades en conectividad con y sin cables. Lo mismo que ofrecían los iMac e iMac Pro de 27» con paneles Retina 5K cuando salieron al mercado.
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La noticia
Apple llevaba toda su historia obsesionada con un producto. Una vez que lo consiguió, lo abandonó
fue publicada originalmente en
Applesfera
por
Isra Fdez
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